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Los Villancicos que se cantaron en la Santa Iglesia Metropolitana de México, y que dos años después fueran publicados en Madrid en Inundación Castálida, firmados por “la única poetisa, musa décima, Sor Juana Inés de la Cruz, religiosa profesa en el Monasterio de San Gerónimo de la Imperial Ciudad de México” son una amalgama perfecta de elementos cultos, populares, sacros y profanos, además de una inteligente defensa de la mujer, a quien la poetisa convierte en protagonista del relato. En el tercer cuarteto del Villancico V asistimos a una vertiginosa enumeración: la joven pastora se transmuta en la amada de Salomón, y cada verso nos remite al Cantar de los cantares (1014 a.C.), exquisito poema erótico de la antigüedad hebrea cuya impresionante belleza y perfección lírica le granjeó su inclusión canónica… por supuesto, debidamente justificada como una alegoría del matrimonio del Creador con su Iglesia.
A quien su querido
le fue mirra un tiempo,
dándole morada
sus cándidos pechos.
Morena soy, oh, hijas de Jerusalén,/ pero codiciable, /como las cabañas de Cedar,/como las tiendas de Salomón./ No miréis en que soy morena,/ porque el sol me miró… (Dice la Sulamita); y Sor Juana la trae al presente sin olvidar la tradición grecolatina al llamar rayos de Febo a los solares:
La que rico adorno
tiene por aseo,
cedrina la casa
y florido el lecho.
La que se alababa
que el color moreno
se lo iluminaron
los rayos febeos.
La por quien su Esposo
con galán desvelo
pasaba los valles,
saltaba los cerros.
La del hablar dulce,
cuyos labios bellos
destilan panales,
leche y miel vertiendo.
La que preguntaba
con amante anhelo
dónde de su esposo
pacen los corderos.
A quien su querido,
liberal y tierno,
del Líbano llama
con dulces requiebros.
Guiño “feminista” de Sor Juana a los siglos venideros, el Villancico V es una perfecta amalgama de elementos sacros y paganos en la que se conjuntan rasgos formales de la poesía popular del medievo, de la que es heredera, con una novedosa reelaboración intelectual que coloca a los personajes femeninos en el centro de la discusión.
El desenlace del Villancico no podría ser menos sorprendente; cuando el lector ha entendido que la zagala del mirar sereno deviene consorte del rey hebreo, tiene lugar una segunda Metamorfosis, en exacto sentido ovidiano: la mujer es ahora la Virgen María, que se eleva por los aires, mientras los pastores sacros (el rebaño angélico) le dan la bienvenida y los pastores del valle (los hombres) tratan de detener su vuelo.
Si el protagonismo de las dos mujeres anteriores dejara alguna duda, la escena de la asunción de María y la oposición de los pastores, que intentan sin éxito impedir su huida a los cielos, constatan la inteligente defensa de la valía femenina recurriendo a la inatacable Madre de Dios.
Por gozar los brazos
de su amante dueño,
trueque el valle humilde
por el monte excelso.
Los pastores sacros
del Olimpo eterno,
la gala le cantan
con dulces acentos.
Pero los del valle,
su fuga siguiendo
dicen presurosos
en confusos ecos.
Estribillo
¡Al monte, al monte, a la cumbre,
corred, volad, zagales,
que se nos va María por los aires!
¡Corred, corred, volad aprisa, aprisa,
que nos lleva robadas las almas y las vidas
y llevando en sí misma esta riqueza,
nos deja sin tesoros el aldea!
Escrito por Tania Zapata Ortega
Correctora de estilo y editora.