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Un aroma fétido impregna el ambiente de Gaviotas Sur, la segunda colonia más grande de Villahermosa, la capital tabasqueña, donde 13 mil familias sobreviven en las aguas de la lluvia estancada y del drenaje, que se desbordó en las últimas seis semanas.
Nadie sabe, a ciencia cierta, cuántos damnificados quedaron tras los frentes fríos 4, 7, 9, 11 y el huracán Eta; y quienes saben, no pretenden decirlo porque se generaría una indignación desmedida ante la inoperancia gubernamental. Las autoridades le temen al pueblo y a su justa indignación al ver que se han olvidado de su desgracia. Y mientras se esconden, los inundados, que lo han perdido todo, les gritan e insultan en cuanto micrófono o cámara “se les atraviesa”.
“¡Ey! Ven pa´ca´, a mi casa, para que veas cómo está, toda el agua, acá hay un cayuco (pequeña lancha). Voy por ustedes”, grita un señor desde su casa, al ver las cámaras de buzos acercarse. Como puede, se aproxima y pregunta “¿Esto saldrá con Ciro?”. Todos quieren salir en los noticieros de televisión. Tienen la esperanza de que si el Presidente prende su aparato, vea cómo sufren sus paisanos y la ayuda llegue por fin a sus casas. Casi no creen posible que el Presidente los haya dejado a su suerte.
El vecino se identifica como Alcides Hernández. Y mientras rema hacia su casa, cuenta a buzos: “Esto no se vale, primero la pandemia y ahora esto. Se han olvidado de nosotros”. Su casa, ubicada en la calle Geógrafo, en el sector San José de Gaviotas Sur, ha estado inundada durante mes y medio, el agua llegó a dos metros de altura. “Siempre es lo mismo, acá con cualquier lluviecita nos inundamos ¿Por qué? Porque el cárcamo no trabaja, los motores no funcionan, o se agotó el diésel. Y el presidente municipal no se preocupa; no sé por qué llegó a ese puesto”.
A un kilómetro y medio de ahí se encuentra el sector Monal Primera, un asentamiento de casas en obra negra, pequeñas viviendas de cartón y lona, con animales abandonados deambulando en las calles sin pavimentar. Ésta es la zona más pobre entre las pobres. Aquí ni la autoridad entra, la considera zona de maleantes; pero en realidad tiene miedo de la furia de la gente que, sin pelos en la lengua y con florido lenguaje tabasqueño, la espera para reclamarle que los haya dejado solos, librados a su suerte.
“Nosotros acá, qué; yo ni puedo caminar, con trabajos ando con un palito de escoba. Desde que entró el agua me subieron pa´rriba, aquí llevo dos semanas”. Platica desde el techo de su casa doña Ángela, una octogenaria que no ha comido en varios días pues, ante su incapacidad para caminar, no puede salir a pedir ayuda o un plato de sopa. “Ni el delegado, ni el gobernador, ni el Presidente han venido. Ellos sí pueden, tienen camioneta y pueden venir a ver todas las casas y el gentil que está arriba. Allá en la otra casa hay bastante gente”, denuncia mientras señala la casa de su vecino.
Ella dio asilo en su techo a un matrimonio que no encontró otro lugar mejor para refugiarse. A un lado, una decena de pollos les hacen compañía. Juntos se dan apoyo en la oscuridad, pues el gobierno cortó la luz desde hace dos semanas para evitar descargas eléctricas y accidentes mayores. “Aunque sea, dormiremos en el piso, ¿qué más?”, se consuela doña Ángela.
Para el señor Eloín Cornelio Guzmán, el problema de las inundaciones se debe a la falta de infraestructura en los drenajes y los cárcamos que no funcionan a su capacidad. Cada año, con la llegada de las lluvias, los ríos se desbordan e invaden los hogares de los tabasqueños. A decir de los especialistas, el problema tiene qué ver con las características geográficas del estado, pues está a solo siete metros sobre el nivel del mar, casi todo su territorio es planicie y su infraestructura hídrica y de drenaje es mala. En 2007, casi un millón de habitantes, tres cuartas partes de la población, quedó bajo el agua.
“Es una planicie que no tiene pendiente (…). Todos los años hay inundaciones en Tabasco, particularmente en la cuenca del Usumacinta que no tiene control y los municipios aledaños se van a pique”, explicó el exgobernador de Tabasco, Arturo Núñez, a un programa radiofónico.
Macuspana
Hacinados en el techo de su casa, protegidos solo con una lona, los integrantes de la familia Jiménez Martínez esperan pacientemente la llegada de algún tipo de ayuda, la que sea. Su hogar se ubica en Macuspana, la tierra del Presidente. “Nos tienen olvidados; no nos ha dado nada, no nos han dado ningún apoyo; le pedimos que nos apoye, ahora sí necesitamos; debe pensar en nosotros, en los niños. No hemos recibido nada, estamos comiendo con lo poquito que teníamos, no hay dinero, no hay trabajo”, afirma Marta Patricia Jiménez Martínez.
Aquí, la mayoría de las casas están deshabitadas, algunos habitantes vienen a ver si ya bajó el nivel del agua; pero en varias calles aún rebasa el metro de altura y es imposible que regresen. “Pusimos una lona, pero ya estamos viendo que no nos sirve de mucho, porque se encharca el agua acá en el techo; acá cocinamos, acá está mi mamá y mi hija. Somos tres familias que estamos viviendo en el techo y la lluvia no para”, cuenta desesperada Marta Patricia.
Lamentó que llevan tres semanas viviendo sobre el techo de su casa en la calle Roberto Madrazo de la colonia Colosio. Al igual que esta familia, también se encuentra la de don Pablo López Cruz, quien tuvo que construir un “entarimado” en su hogar para evitar que sus cosas se mojaran, subió sus muebles y cosas de valor, y en él duerme y vive desde hace tres semanas, en espera de que baje el nivel del agua. Cuando el agua llegaba hasta el pecho, “hice mi entarimado y ahí me quedé porque me podían robar mis cosas. Muchas personas no salieron por lo mismo; pero otras sí se fueron, sobre todo por los niños porque corren más peligro. Llevo tres semanas viviendo así, cuidando mis cosas”.
En la colonia El Castaño, también en el municipio de Macuspana, las familias se han asentado en la calle; las separa el río. Se han parapetado con las pocas pertenencias que pudieron rescatar de la inundación.
Las personas que tienen una segunda planta en sus viviendas se han refugiado en ella, pues el nivel del agua aún alcanza uno y dos metros. Personal de la Comisión Nacional del Agua (Conagua) trabaja con vehículos especiales para bombear el agua, pero son millones de litros y las lluvias continúan en esta zona del estado y ya se prevé la posible llegada de la tormenta tropical Iota.
Entre las colonias Luis Donaldo Colosio y El Castaño hay más de cinco mil damnificados que permanecen en la zozobra e incertidumbre, pues no saben qué pasará con ellos. No los han censado y no hay un programa emergente para ayudarlos a sobrellevar la dramática situación que enfrentan.
Simón Sarlat
Simón Sarlat fue una de las comunidades indígenas que el Presidente decidió inundar para evitar una catástrofe mayor en la capital tabasqueña. En esta localidad, perteneciente al municipio de Centla, habitan dos mil 500 personas. El registro oficial contabilizó solo 596 hogares, de los cuales el 90 por ciento se encuentra bajo el agua. En las zonas más altas, el agua apenas subió unos 20 centímetros; pero en el centro del pueblo, llegó hasta el metro y medio de altura en lo más bajo.
En la tragedia, son los pobres los que ayudan a sus vecinos. Las pocas casas que no se inundaron abrieron sus puertas a otras familias y, por mes y medio, han compartido espacio, comida y lo poco que tienen con sus paisanos. En la casa de doña Lourdes, cinco mujeres y sus hijos comparten el pan, la sopa, galletas o lo que haya para comer ese día. Ella no dudó en ofrecer refugio a sus vecinas: “Todos somos pobres aquí, tenemos que apoyarnos unos a otros, ¿cómo los íbamos a dejar solos?”. Una filosofía que parecen no comprender ni la presidenta municipal Guadalupe Cruz, ni el gobernador Adán Augusto, ni el presidente López Obrador, a pesar de que todos son tabasqueños y morenistas.
A decir del gobernador, en el estado hay mil 396 localidades, entre colonias y municipios, afectados. Hasta ahora, el conteo oficial registra poco más de 302 mil afectados, aunque hay especialistas que hablan de que la cifra real puede ser del doble. Lo cierto es que nadie ofrece declaraciones en ese sentido, las instituciones estatales se niegan a decir cuántos damnificados hay, en qué municipio, la cantidad de albergues instalados, despensas distribuidas, cuántos recursos invertirán en la reconstrucción, cuándo comenzará a llegar la ayuda. Nadie quiere comprometerse y por ello existe la sospecha de que no cumplirán. Ningún político pretende exhibirse con las elecciones de 2021 a la vuelta de la esquina.
“La presidenta vino una sola vez, dio un poco de despensa, no mucho. No se ha acordado de nosotros. Ni el gobierno. Obrador, cuando anduvo en su campaña, estuvo aquí en Simón Sarlat, conocía el poblado. Ahora Obrador no se acuerda de su gente, no se acuerda de sus indígenas. Supuestamente van a venir a revisar las casas que se fueron al agua; pero ¿qué van a venir a revisar si todo Simón Sarlat está en agua? ¿Qué necesitan revisar? Es solamente con el fin de no dar nada”, denunció la señora Elba Gutiérrez Valencia.
La misma presunción tuvieron las familias entrevistadas por buzos. Todas coincidieron en que los políticos solo se acuerdan de ellos cuando quieren votos; pero cuando la gente necesita su apoyo, se olvidan de la gente de Simón Sarlart. La impotencia y el desprecio de las autoridades ante su necesidad, llevaron a los pobladores de Sarlat a instalar un plantón el pasado 13 de octubre. Enojados, cerraron la carretera Villahermosa-Frontera para ser incluidos en el censo y recibir el apoyo de 10 mil pesos que prometió el presidente López Obrador.
Tres días después fueron desalojados con lujo de violencia por las policías Antimotines y Estatal y la Guardia Nacional, que arremetieron a balazos contra los manifestantes. Seis resultaron heridos de bala, los demás terminaron con contusiones y golpes graves. En su cuenta de Twitter, la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana (SSPC) justificó su violenta reacción así: “En aplicación de la Ley, esta tarde quedó liberada la carretera Villahermosa-Frontera, a la altura del poblado Simón Sarlat, informa la SSPC”.
Elba Gutiérrez Valencia, una de las manifestantes, recuerda el hecho y reacciona indignada: “La gente hizo plantón en la carretera, no por gusto, sino porque está necesitada. Pero la presidenta mandó desalojar con los antimotines y hubo muchos balaceados”.
Leticia Cruz Félix, otra habitante de Sarlat y testigo del desalojo, recordó que quien les enseñó a instalar plantones a los tabasqueños fue el propio Presidente de la República, allá en la década de los 90. “Después de que López Obrador nos enseñó a hacer plantón allá en plaza de armas (en el centro de Villahermosa), en aquellos tiempos, para que él estuviera ahora sentado en México. Ahora, cuando nosotros hicimos el plantón acá para pedir apoyo, no le convino y ahora qué ¿Qué ayuda nos está dando?”.
Ella es una persona adulta mayor, se le dificulta caminar. Su andar en el agua es todavía más complicado. Le han salido hongos en los pies por permanecer entre las aguas negras, se golpeó con un objeto punzocortante porque no vio por dónde andaba. Pero eso le importa poco en estos momentos; lo que más le apura es encontrar qué comer, pues en el albergue que habilitó el gobierno no hay nada, porque también está bajo el agua.
Así, con los pies estragados por los hongos, la pierna lastimada por la herida y el estómago vacío, regresa a su casa. No puede rentar ni un cayuco, porque cuesta 60 pesos el arrendamiento, cantidad que no tiene. Desde el albergue a su casa, hay un kilómetro de distancia. Sola, se resigna y emprende el camino entre el agua, los escombros y la basura.
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Escrito por Adamina Márquez Díaz
Directora editorial de buzos. Egresada de la Licenciatura de Ciencias de la Comunicación por la UNAM.