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La sociedad distópica que George Orwell describe en su célebre novela 1984, sería una pesadilla para cualquier ser humano porque sus ciudadanos son vigilados por un Estado totalitario que aspira a controlarlos hasta en su vida íntima, paradójicamente se ha hecho realidad en un Estado nacional donde los gobernantes y la clase en el poder reivindican a su país como el más “libre” y “democrático” del planeta Tierra: Estados Unidos (EE. UU.). Pero ¿cuáles son los motivos por los que la élite gubernamental de la superpotencia busca controlar a los ciudadanos, no solo de su propio país sino también de otras naciones? Una respuesta, a pesar de su enfoque limitado, la da la historia de Edward Snowden, contada en el filme Snowden (2016), del realizador estadounidense Oliver Stone. En esta cinta, Stone cuenta la vida peculiar de un exsoldado que intentó llegar a la “fuerzas especiales” del ejército gringo, pero después de fracturarse las piernas su gobierno le asignó tareas administrativas en esa misma institución. Por ello, Edward J. Snowden (interpretado por Joseph Gordon-Levitt) primero se integró a la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y en 2007 se convirtió en “contratista” de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA). Sus actividades de vigilancia y espionaje al servicio de su Estado, llevaron a Snowden a trabajar primero en Suiza y luego en Japón, siempre comprometido con la misión de “proteger los intereses estadounidenses” ante los posibles “ataques de los enemigos de su patria”.
En estas labores, sin embargo, Snowden va conociendo las entrañas del gran aparato que su país ha creado con la mayor sofisticación y poderío tecnológico y científico para espiar no solo a los jefes de Estado enemigos de EE. UU., sino también a los de las naciones amigas y a sus mismos ciudadanos. A través de un programa llamado PRISM, el gobierno estadounidense inició el espionaje de millones de personas mediante el análisis de las cuentas en “redes sociales”, correos electrónicos, llamadas telefónicas, inscripciones en clubes, agrupaciones sociales, etc., con lo que el Estado gringo prácticamente se convirtió en el temible “gran hermano” del Estado orwelliano. En la narración fílmica de Stone hay incluso varias secuencias en las que el futuro desertor del aparato de inteligencia estadounidense va dándose cuenta como él mismo es vigilado estrechamente por el “gendarme del mundo”, que utiliza todo tipo de aparatos de comunicación modernos para apropiarse de los secretos de la vida laboral e íntima de las personas.
En una ocasión, Snowden pregunta a Corbin (Rhys Ifans), quien fue su jefe en la NSA, por qué no lo asignaron al equipo de espionaje en el Medio Oriente –la región más problemática para EE. UU. en varias décadas–; la respuesta que recibe es que él estaba reservado para espiar en los países que “son el verdadero peligro para EE. UU.: China, Rusia e Irán”, explicación en la que se advierte por qué la vigilancia totalitaria y abusiva de los Estados se orienta también contra los derechos de los ciudadanos comunes.
En 2013, Snowden decidió robar la información del PRISM para darla a conocer al mundo. Con el pretexto de necesitar un descanso, ya que padece epilepsia, se fue a Hong Kong; ahí, desde un cuarto de hotel, convocó a los corresponsales de los diarios The Guardian y The Washington Post para dar a conocer el espionaje que el gobierno de EE. UU. mantiene sobre la vida de miles de millones de seres humanos. Sus revelaciones provocaron un escándalo planetario y, cuando se descubrió su paradero, logró escapar con la ayuda de sus amigos periodistas y viajó a Rusia, donde solicitó asilo político. Stone es una cineasta estadounidense que ha provocado polémica durante toda su vida como realizador, porque no crea cinematografía para complacer o apoyar al establishment.
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Escrito por Cousteau
COLUMNISTA