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La revolución como concepto que se refiere a la abolición de un sistema o un estado anterior de cosas y al surgimiento de un nuevo orden social ha sido ampliamente abordada. En su libro La lucha de clases en Francia, Carlos Marx la definió como un catalizador de un proceso de movilización y transformación que cimbra las bases del modo de vida imperante e induce al progreso social.
En estos tiempos de desestabilización general, sobre todo en nuestro continente, es pertinente revisar la herencia que los procesos de cambio nos han dejado y preguntarnos cómo contribuyeron al mejoramiento de la vida de las clases más desprotegidas, que suelen ser las hacedoras de las revoluciones. Por eso analizaremos una revolución que frecuentemente es silenciada, si no que proscrita, en la historia de la formación de los Estados Nacionales de América Latina y el Caribe. Más que relatar su proceso revolucionario, analizaremos sus particularidades.
La formación de la Primera República de Negros y la segunda república de América derivó de una larga serie de acontecimientos de toda índole: revueltas intestinas, guerras civiles, invasiones imperiales, etc. Los sucesos históricos en la isla La Española, en particular los ocurridos en su parte más occidental, que es donde se erigió la República de Haití, fueron diferentes o vertieron en una variante heterodoxa de los que propiciaron las revoluciones en las colonias americanas que posteriormente se constituyeron como repúblicas.
La primera diferencia entre los movimientos sociales, políticos y económicos de Haití con los de los países de América Latina continental fue geopolítica: mientras los territorios continentales fueron generalmente estables en su relación de dependencia con la metrópoli europea, La Española, al igual que otras islas del Caribe, estuvo supeditada a las disputas entre los principales actores imperiales en esos años: España, Francia e Inglaterra, que entre los siglos XVI y XIX estuvieron en guerra intermitente en esa región y en el viejo mundo.
La consecución de las independencias en los territorios hispánicos y en las Antillas francesas fue, asimismo, muy diferente entre unos y otras. La forma como se instauró el gobierno republicano en Haití fue casi opuesta a la adoptada por las repúblicas continentales de tradición hispánica. Es casi un lugar común decir que los americanos de tierra firme se alejaron en general de la radicalización haitiana. Solo hay que recordar lo que el propio libertador Simón Bolívar escribió sobre dicha revolución: “En 1820 no estaban las jóvenes repúblicas para respetar las leyes por encima de los héroes, los principios por encima de los hombres. Si lo intentaban serían víctimas del ‘hermoso ideal de Haití’ y verían como una nueva raza de Robespierres se adueñaría de su libertad” (Fowler, 2002).
Otra particularidad de Haití con respecto a la América continental fue su situación de dependencia con respecto a Francia, cuya tradición política era distinta a la de España, la metrópoli imperial de las colonias periféricas latinoamericanas. A causa de las constantes luchas por la posesión de territorios caribeños, España debió firmar el Tratado de Ryswick, con el que La Española se dividió en dos: la zona más occidental de la isla, Saint-Domingue, quedó en manos de Francia y la oriental, Santo Domingo, siguió en poder de España.
Fue así como Haití, supeditada a otro poder imperial, siguió los mismos derroteros de su metrópoli y cuando en 1789 estalló la Revolución Francesa no tardó en generalizarse y extenderse. Es decir, aquella fue el epicentro de un gran terremoto que se expandió avasalladoramente hacia el occidente: “La Revolución Francesa iba a provocar la revolución de sus colonias” (Cyril, 2013).
La revolución haitiana fue un proceso muy violento y encarnizado en el que se evidenció la profundidad de las tensiones sociales generadas por la explotación esclavista de los franceses sobre la población afroamericana. Sin embargo, la ausencia de un proyecto político y económico moderno impidió la instauración de una república con capacidad para autodeterminarse y propiciar el desarrollo integral de su población.
A pesar de la radicalidad del proceso revolucionario de inicios del siglo XIX, Haití es hoy uno de los países con más desigualdad y pobreza en toda América y el Caribe. Las movilizaciones populares que hoy se suscitan en esa nación nos hacen voltear los ojos hacia su pasado heroico y su presente olvidado y soslayado, pero también nos permiten oír los ecos de la Marsellesa que evocan el anhelo de justicia social de sus masas populares ante los oídos sordos de las élites locales y el imperialismo hoy vigente.
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Escrito por Aquiles Celis
Maestro en Historia por la UNAM. Especialista en movimientos estudiantiles y populares y en la historia del comunismo en el México contemporáneo.