Schulz explica cómo es el sistema económico y político de China, aborda la discusión alrededor de la democracia y el peso que sigue teniendo la tradición confuciana.
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El pasado 28 de septiembre se cumplieron 74 años de la fundación de la República Popular China y con ese motivo la embajada de ese país en México llevó a cabo en sus instalaciones un acto conmemorativo al cual asistieron la señora Marcela Guerra Castillo, presidenta de la Cámara de Diputados, destacados senadores, diputados, funcionarios de distintos niveles de gobierno, representantes de las fuerzas armadas y policiales y amigos de China de varios sectores. Destaco la presencia, también, de Aquiles Córdova Morán, Secretario General del Movimiento Antorchista Nacional y uno de los teóricos marxistas más sólidos y fecundos de nuestro país.
En su mensaje a los presentes, el señor embajador, Zhang Run, además de agradecer su presencia, les dijo que “durante los últimos 74 años, bajo el fuerte liderazgo del Partido Comunista de China (PCCh), el pueblo chino, unido, ha trabajado duro alcanzando el objetivo del centenario de la fundación del PCCh de culminar la construcción integral de una sociedad modestamente acomodada según lo programado y está promoviendo de manera integral la gran revitalización de la nación mediante la modernización china”.
Detengámonos un poco en lo dicho. Si tomamos en cuenta que la población en el territorio que hoy es China tiene ya muchos años viviendo ahí y que durante mucho tiempo, casi tres mil años, vivió bajo el dominio de las llamadas dinastías, es decir, de poderosas familias que se pasaban el poder de padres a hijos y que levantaban su riqueza fabulosa y su inmenso poder sobre la pobreza y la opresión terrible de los campesinos, una república, un régimen de sólo 74 años en el que se ha abolido el gobierno por derecho hereditario y, sobre todo, de carácter profundamente popular, es extremadamente joven.
Pero el señor embajador dijo que el “pueblo chino unido ha trabajado duro” y eso es estrictamente cierto. Sólo en la última etapa de su lucha secular contra la explotación de los tiranos internos y los imperialistas del extranjero, millones de chinos han perdido la vida. Puede decirse válidamente que la construcción de la China moderna por parte del “pueblo unido” comenzó el primero de julio de 1921 en Shangai, cuando doce audaces visionarios, reunidos a escondidas en la dirección de una escuela para señoritas de vacaciones, fundaron el Partido Comunista Chino.
Mucha agua tendría todavía que correr bajo los puentes hasta la Fundación de la República Popular en 1949. Rememoro solamente la sangienta embestida de 1927, cuando las fuerzas de Chiang Kai Shek, incluidos elementos del lumpen y el hampa, asesinaron a muchos miles de obreros y campesinos miembros del PCCh. Hago referencia, asimismo, a la heroica Larga Marcha, acontecimiento histórico de los años de 1934 y 1935, cuando el Ejército Popular, ya entonces de unos 100 mil elementos, tuvo que trasladarse caminando 12 mil 500 kilómetros desde el sur hasta el norte del país para ponerse a salvo de la embestida del ejército japonés y sus aliados del interior, acontecimiento en el que sólo alcanzaron el fin del recorrido 10 mil comunistas que sostuvieron la cruenta lucha todavía 14 años más, entraron a Beijing y, como ha quedado dicho, fundaron la República Popular China.
Los miembros del PCCh no vivían esperando la época de las elecciones para anotarse como candidatos, vivían y sufrían con el pueblo. Es más, viven y sufren con el pueblo, son parte del pueblo unido que trabaja duro (pero de esto último espero poder ocuparme en otra ocasión). Como consecuencia de ello, cuando la retirada de las fuerzas del PCCh del sur del país ante la embestida en 1934, Fang Chi-min, dirigente de la guerrilla, fue capturado en la base de Fukien. Los criminales del Kuomintang presentaron al preso ante la población reunida y lo responsabilizaron públicamente de los años de guerrilla y sufrimiento tratando de desatar la furia de la población para que lo linchara. “Pero –según cuenta Enrica Colloti Pischel en su libro La revolución china– los campesinos lloraban en silencio ante su jefe encadenado y ninguno renegó de aquel intelectual cubierto de andrajos que frente al enemigo conservaba el ‘porte de un emperador’ pero que siempre había sabido ser uno de ellos”. Así me explico que el señor embajador haya dicho sin ambages: “bajo el fuerte liderazgo del Partido Comunista de China”.
¿Qué ha logrado saberse en el mundo sobre China? Que desde el año de 1978, cuando el país emprendió grandes transformaciones a su modelo económico que denominó Reforma y Apertura, ha logrado sacar de la pobreza a 770 millones de personas, lo que equivale al 70 por ciento de los pobres de todo el planeta. Esa cifra monumental, difícil de creer, está avalada por los índices del Banco Mundial y equivale a seis veces la población total de nuestro país. Es de fundamental importancia añadir que esa impresionante cantidad de personas que salió de la pobreza no lo hizo con ayudas en dinero entregadas a cada persona y publicitadas a diario por el presidente o por su partido, sino generando educación y empleos suficientes y bien pagados.
¿Qué pasa en Estados Unidos (EE. UU.)? Veamos lo que escribe Expansión del 12 de septiembre pasado: “Entre 2021 y 2022, el porcentaje de personas en pobreza pasó de 7.8 a 12.4 por ciento, siendo las mujeres con el 12.8 ciento y las personas mayores a 65 años con 14.1 por ciento los más afectados”; y veamos lo que reportó France 24 el 25 de enero de este año: “En McPherson Square, un parque público a dos cuadras de la Casa Blanca, hay uno de los cerca de 95 campamentos de personas sin techo en Washington. Micro-comunidades en el centro de la ciudad que han aumentado casi un 40 por ciento desde 2020 y que llaman la atención de los turistas que visitan la capital estadounidense”.
La diferencia en fallecimientos por Covid-19 tampoco deja lugar a dudas: EE. UU., al 27 de septiembre de 2023: un millón 127 mil 152 personas muertas; China, datos a la misma fecha: 121 mil 714, diez veces menos. En EE. UU. se acepta, incluso más en general, que el cuidado de la vida de sus habitantes es un fracaso. Veamos lo que acaba de publicar el diario Washington Post el pasado tres de octubre: “El mejor barómetro de la creciente desigualdad en EE. UU. ya no es el ingreso. Es la vida misma… A principios de la década de 1980, las personas de las comunidades más pobres tenían un nueve por ciento más de probabilidades de morir cada año, pero la brecha creció al 49 por ciento en la última década y se amplió al 61 por ciento cuando llegó el Covid”. Sobran los comentarios.
No dudo que haya alguna o algunas personas que habiendo reparado en que el título de este trabajo asegura que China es un ejemplo para el mundo, piensen que es una exageración o hasta un despropósito. Pero hay que tomar muy en cuenta que la embestida de la propaganda de los enemigos de China es devastadora, en eso todavía no pueden competir con éxito los chinos. Es más poderosa e influyente todavía en países como el nuestro en el que sólo parece existir lo que viene del norte. Cine, música, deporte, modas y hasta palabras como el omnipresente oquey ocupan toda la vida diaria. No obstante, con un poco que se indague en serio, saltan a la vista las mejoras sustanciales para la población china que es, creo, el objetivo final de todo régimen económico y político. Las veo y las aprecio y eso es lo que creo que hay que imitar, el resto es nuestra lengua, nuestra cultura, nuestra historia. Y para apuntalar mi opinión que hoy comparto, me atengo a lo que alguna vez dijera Napoleón: “El éxito es el mayor orador del mundo”. O bien, al pensamiento de Thomas Mann, el genio que tuvo experiencias más recientes y las compartió: “El anticomunismo ‘es la principal estupidez del Siglo XX’ˮ.
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Escrito por Omar Carreón Abud
Ingeniero Agrónomo por la Universidad Autónoma Chapingo y luchador social. Autor del libro "Reivindicar la verdad".