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Mucha de la producción teórica de la antigua URSS nos es desconocida. Las razones son variadas. Desde que la esperanza de un mundo completamente nuevo se empezó a consolidar y a mostrar como un proyecto en construcción, los intereses del capitalismo se vieron afectados y reaccionaron con todos los medios a su alcance para contrarrestar la influencia de la Revolución Rusa.
Existe la opinión generalizada entre los “filósofos de profesión” o de “academia” de que el legado teórico de la URSS se restringió a una simplificación del marxismo-leninismo que nos llegó en forma de manuales; esto es un panorama incompleto. En primer lugar, los manuales de filosofía y economía marxistas buscaban hacer populares los planteamientos de la nueva concepción del mundo, de difundirla por donde fuera posible y servir como base para un interés posterior en las obras de los padres del comunismo científico.
Pero resulta extraño que más de setenta años de experiencia socialista no aportaran planteamientos profundos en materia de teoría, pues al ser un experimento totalmente nuevo había toda una práctica por explorar que daría como resultado interesantes enfoques teóricos. Estos nuevos enfoques ¿existen? Y si es así ¿en dónde se encuentran? Que solo se mencione a los manuales como producción teórica del socialismo de la URSS es una trampa doble, no se les valora en su correcta función, con su correcto valor pedagógico, y oculta otros trabajos con más profundidad que tuvieron la intención de entender posturas que ya no fueron desarrolladas por los clásicos del marxismo.
Éste es el caso de Lifschitz, quien intentó sistematizar las ideas de Marx en materia de estética o, como algunos pensadores le llaman también, la filosofía del arte. Ya un texto aparecido en español con el título de La filosofía del arte de Karl Marx nos advertía del estudio serio y profundo que el pensador soviético hizo de la obra de Marx; sin embargo, poco se realizó por seguir difundiendo su obra en habla hispana. Solo recientemente se ha publicado una de sus obras más importantes: Karl Marx: el progreso y los caminos del arte. En ella, Lifschitz se mete de lleno a polemizar con otras vertientes de la filosofía y con ciertas vulgarizaciones del marxismo, por ejemplo, aquellas que ven a Marx solo como un revolucionario en el campo de la economía. Para Lifschitz, existen otros campos del pensamiento que son tan importantes como el económico, toma como ejemplo a la estética para demostrar que una revolución como la que Marx propone lleva consigo una concepción nueva de la sociedad, su propia valoración sobre lo viejo y lo nuevo, sobre cuál es la correcta evaluación que hay que hacer del arte del pasado y hacia dónde hay que encaminar los esfuerzos de transformación para que no sea un cambio hacia cualquier parte, como si lo que importara fuera hacer ruido por el mero hecho de hacerlo, sin tener claro hacia dónde debe ser la transformación.
La perspectiva de Lifschitz es, de este modo, la del pensador que está tratando de teorizar desde dentro de la transformación misma y no desde afuera. Lifschitz nos da una perspectiva profunda del problema, de la mano de él aprendemos que es necesaria una lectura mucho más crítica de los clásicos marxistas sin alejarnos de su guía para entender la realidad que queremos transformar.
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Escrito por Alan Luna
Maestro en Filosofía por la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM).