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La especialización profesional es indispensable para profundizar en el conocimiento y alcanzar un alto dominio en áreas muy precisas del saber; sin ella la formación general gana en extensión pero pierde en profundidad. Ciertamente, profesionales con una sólida formación técnica son necesarios para construir una economía competitiva, y ya desde la época de la manufactura se comprobó en la producción la conveniencia de la división del trabajo para elevar la productividad; pero se supo también que parcializaba al hombre, incapacitándolo para pensar en los procesos productivos completos, planearlos y ejecutarlos. Pero con todo lo necesaria que es la especialización, llevada al extremo redunda en daño del hombre, y a esto contribuye el actual modelo educativo, pues forma científicos y tecnólogos especializados, pero muchas veces prematuramente y, lo peor, sin ofrecer al futuro profesional los elementos culturales básicos para su formación.
Debe haber un equilibrio entre la especialización y la base general y, adicionalmente, una formación completa demanda que los profesionistas no se limiten al mero conocimiento de la teoría sino que sean capaces de aplicarla creativamente en la explicación y transformación de la realidad. Y, precisamente, una debilidad de nuestro modelo educativo es que con frecuencia la enseñanza queda flotando en una nube teórica sin hallar aplicación a la situación concreta. Bien se ha dicho que siempre es más fácil aprender una teoría o habilidad que encontrar su aplicación. Dicho sea de paso, lo antes expuesto constituye un reto para las universidades públicas en su difícil competencia con las privadas, pues la educación popular no significa, necesariamente, ineficiencia o baja calidad, y probarlo en la práctica es necesario.
Pero, avanzando en el razonamiento, el profesionista no puede ser reducido a un simple depósito de técnica, una mera fuerza productiva, a un cúmulo de conocimiento científico, so pena de empobrecer su vida como ser humano; el problema es que en nuestro tiempo, a eso reduce al hombre la formación tecnocrática, privándolo de una visión amplia del mundo que le permita ensanchar sus horizontes intelectuales hasta adquirir una verdadera cosmovisión; le hace perder de vista la sociedad en que vive, su entorno y el lugar que él y su conocimiento ocupan, convirtiéndole así en instrumento.
La educación del hombre debe ser integral para preparar profesionistas especializados, pero multilateralmente desarrollados, en un sano y fecundo equilibrio entre especialización y cultura general. Las potencialidades del ser humano son infinitas, y la educación es el instrumento para descubrirlas, desarrollarlas y ponerlas en acción: muchas veces ni los estudiantes mismos conocen sus propios talentos ni las aptitudes latentes en ellos, porque no se les han brindado las condiciones propicias. Y para alcanzar ese modelo de ser humano integral debe de enseñarse en las escuelas conocimientos y habilidades básicas, como el dominio de la palabra hablada y escrita, leer bien (que implica la comprensión de lo leído, indispensable para abrirse paso en cualquier disciplina del saber). El cultivo de la palabra hablada y escrita, cualidad humana por excelencia, exige un conocimiento profundo del idioma nacional y el dominio de otras lenguas. Por ende, quien no desarrolla el lenguaje pierde algo de su calidad humana. Del valor de la palabra tenían ya plena conciencia los antiguos mexicanos, que llamaban “el gran orador” a su gobernante. En tiempos de Nezahualcóyotl, en Texcoco existía un verdadero culto a la palabra mediante certámenes de poesía y encuentros para pulir y preservar el idioma; en Atenas, y luego en Roma, se le valoraba también en muy alto grado, y la oratoria era a la vez filosa arma y elegante expresión del pensamiento político en el ágora. Lamentablemente, en nuestros tiempos este arte ha venido a menos y la lengua se ha vulgarizado y empobrecido.
Indispensable es también la poesía para todo profesionista, sea cual sea su especialidad, como forma suprema de cultivo y dominio de la palabra; el lenguaje en su expresión más concisa, bella y contundente; por ello, su práctica debe ser promovida en las escuelas. La música y el canto son sumamente valiosos en la formación de profesionistas completos, al igual que la danza: en China, esta disciplina se practica de manera regular en las escuelas; en la antigua filosofía de esa nación la danza jugaba un papel educativo fundamental, como ocurría también con el modelo de hombre que la antigua Grecia se proponía formar con la educación. La formación integral implica también que los estudiantes practiquen deporte con regularidad, para fortalecer su cuerpo, disciplinar su mente, templar su espíritu y coordinar esfuerzos colectivamente; en fin, para aprender a proponerse y alcanzar metas, perseverando en su búsqueda.
Los recursos formativos aquí comentados no son un adorno teórico. Su práctica es una necesidad real en nuestros días. Ante el aumento de enfermedades de tipo depresivo entre jóvenes y niños, los especialistas recomiendan practicar deporte y arte como medio para incentivar, despertar emociones, amor por la vida y satisfacción de realizarse en alguna actividad cultural. El arte incentiva la inteligencia del hombre. Por otra parte, las autoridades nos hablan a diario de la ola de crímenes y la delincuencia que asolan el país, para cuyo combate se instrumentan dispositivos policiacos; se construyen cárceles y se elevan penas para castigo de los delitos; nada de eso parece dar resultados satisfactorios. Sin duda, la educación integral de los jóvenes puede ser aún más eficaz.
En fin, el hombre debe ser educado, pero no condenándolo a una sola disciplina del conocimiento y a realizar una tarea monótona, sino de manera que pueda desarrollar a plenitud todas sus capacidades. Al hacerlo así no solo estaremos educando seres humanos equilibradamente desarrollados, sino que, desde una perspectiva económica, se formarán profesionistas más competentes. Y, más trascendente aún: la formación de ese hombre nuevo, integralmente educado, y dotado de un profundo espíritu humanista, es condición para construir una sociedad nueva, más humana, más justa.
Escrito por Abel Pérez Zamorano
Doctor en Economía por la London School of Economics. Profesor-investigador de la Universidad Autónoma Chapingo.