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La crisis del Imperialismo
Las contradicciones internas del imperialismo se han agotado, pero la caída definitiva está todavía lejos de llegar. Presenciamos la muerte del último gran engendro del capitalismo.
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Uno de los instintos naturales en pueblos y culturas de cualquier periodo, es sentir sobre sus espaldas el peso ficticio de la transformación. Cada generación considera que no puede irse sin dejar alguna marca indeleble para las generaciones venideras. La historia, sin embargo, no funciona solo con voluntad. Existen leyes que reclaman su carácter de necesidad. El papel del individuo en este proceso consiste en reconocer los momentos y actuar en sintonía con ellos; modificarlos o acelerarlos en la medida en que las circunstancias lo permiten es el papel del revolucionario; el sentido del momento, más que la pura intención de actuar, es lo que permite las verdaderas transformaciones; para ello es preciso tener en cuenta, como señala Renan, la “lentitud de los movimientos de la humanidad”. El equilibrio entre voluntad y conocimiento objetivo se erige como la máxima práctica de cualquier instinto transformador, sea individual o social.

La época que nos ha tocado vivir es definida histórica y económicamente como “imperialismo”. La raíz estructural de esta etapa es, como asevera Lenin siguiendo a Marx, su conformación económica: “El imperialismo –el dominio del capital financiero– es la fase superior del capitalismo, en la cual esa separación alcanza unas proporciones inmensas. La supremacía del capital financiero sobre todas las demás formas de capital implica el predominio del rentista y de la oligarquía financiera, implica que un pequeño número de Estados financieramente poderosos destacan sobre el resto.” (Lenin). Este dominio del que habla Lenin se manifiesta a través de los monopolios y trust, de cárteles que dominan todas las ramas de la producción y son controlados por unas cuantas manos que, a su vez, son las verdaderas “manos invisibles” que controlan los Estados. La Primera y la Segunda Guerra Mundial fueron, esencialmente, guerras intestinas del imperialismo.

Hoy, el imperialismo sigue siendo la base de nuestra época, abanderado por Estados Unidos (EE. UU.), máximo representante de la OTAN, organización que controla los Estados donde el capital financiero tiene sus pilares. Pero algo ha cambiado después de cien años de dominio del imperio. El aparentemente invencible imperialismo da muestras irrefutables de debilidad; nuevas potencias: Rusia y China, han emergido como contradicción al dominio casi absoluto del imperio norteamericano. Una ideología rejuvenecida, cuya esencia proviene del marxismo, como ratificó recientemente el jefe del Partido Comunista Chino, Xi Jinping, ha plantado cara definitivamente al dominio de los viejos dueños del mundo. El Fondo Monetario Internacional (FMI) reconoce que, en 2028, es decir, en menos de una década, apenas un soplo de historia, China se convertirá en la primera economía del mundo, dejando en el camino a la potencia que por más de un siglo impuso su poderío a todas las naciones.

Asistimos al agotamiento acelerado del imperialismo como estructura de dominio social, económico, político e ideológico. Sin embargo, para no caer en las ilusiones que inicialmente criticamos, es preciso saber que la lucha apenas comienza. Una vez que la estructura económica inicia su reajuste, las hecatombes comienzan a tambalear la superficie. Hoy EE. UU. ha firmado una Nueva Carta Atlántica con sus aliados occidentales, en la que “reafirma el compromiso de «defender nuestros valores democráticos contra quienes tratan de socavarlos». Con ese fin –escribe Mario Dinluci siguiendo el documento– EE. UU. y Reino Unido aseguran a los demás miembros de la OTAN que siempre podrán contar con «nuestra disuasión nuclear» y que «la OTAN seguirá siendo una alianza nuclear» (…) En ese marco, EE. UU. desplegará dentro de poco en Europa –contra Rusia– y en Asia –contra China– sus nuevas bombas nucleares y nuevos misiles también nucleares de alcance intermedio, con lo cual se justifica la decisión de la cumbre de elevar aún más los gastos militares: EE. UU., cuyo gasto en el sector militar se eleva a casi el 70 por ciento del gasto total de los 30 países de la OTAN, empuja a sus aliados europeos a incrementar sus propios gastos militares”.

Las contradicciones internas del imperialismo se han agotado, pero la caída definitiva está todavía lejos de llegar. Presenciamos posiblemente la muerte del último gran engendro del capitalismo, pero la batalla será cruel y posiblemente fatídica si se dejan los cauces de la historia en manos de la bestia herida. La humanidad debe apostar a la comprensión del devenir histórico tanto de China como de Rusia que, lejos de hacer declaraciones de guerra, han optado por una transición pacífica, a sabiendas de las fatales posibilidades que un derrumbe abrupto puede provocar en el mundo entero. Se abren nuevos horizontes y las generaciones de este turbulento siglo presencian uno de los cambios más importantes de la historia de la humanidad. Es necesario saber que el nuevo mundo y su realización queda sobre las espaldas del nuevo socialismo, del socialismo moderno que ha mostrado su eficacia y vigor en la gran República Popular China, cuya tarea consiste en orientar a todas las naciones hacia esta necesaria y gran transformación.


Escrito por Abentofail Pérez Orona

COLUMNISTA


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