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La obra del poeta, ensayista, dramaturgo y novelista ecuatoriano Jorge Enrique Adoum (Ambato, 1923- Quito, 2009) comprende más de 20 volúmenes publicados que inician con los cuatro tomos de Los cuadernos de la tierra (1952-1963). Estudió Derecho y Filosofía en la Universidad Central de Ecuador y terminó su formación académica en la Universidad de Santiago de Chile, donde ingresó al Partido Comunista Chileno y conoció a Pablo Neruda, convirtiéndose en su secretario particular de 1945 a 1947, cuando apenas tenía 26 años. Su poemario Ecuador Amargo, que expresa sus preocupaciones sociales, fue elogiado por Neruda y Carlos Drumond de Andrade. De vuelta en su país, a partir de 1948, combinó la producción literaria con la docencia, la traducción y la crítica literaria. En 1952 recibió el Premio Nacional de Poesía de Ecuador; en 1960 el Casa de las Américas, de Cuba por su poema Dios trajo la sombra; en 1976 el Xavier Villaurrutia de México (por primera vez otorgado a un autor extranjero no residente en el país) por Entre Marx y una mujer desnuda, considerada una novela clásica de la literatura ecuatoriana, que luego sería llevada al cine; y en 1989 el Premio Nacional de Cultura Eugenio Espejo, la más alta presea cultural del gobierno ecuatoriano.
“Comunizante” es uno de los adjetivos que le atribuye el crítico argentino Enrique Anderson Imbert; y si se refiere a su posición política en favor de las luchas libertarias del Siglo XX en Latinoamérica, está en lo correcto; el propio poeta lo reconocía: firmante, junto a 13 mil relevantes personalidades –entre éstas nueve premios Nobel– del manifiesto La soberanía de Cuba debe ser respetada, afirmó: “habría adherido a favor de cualquier país amenazado por una potencia extranjera y con mayor razón tratándose de Cuba, único país en América realmente soberano, cuya Revolución devolvió a su pueblo la dignidad que los ‘dueños del mundo’ habían abofeteado a lo largo de su historia”.
“Nerudiano”, lo han llamado también; pero aunque la influencia del Nobel chileno alcanza a apreciarse en ellos, un espíritu distinto alienta sus versos, uno en el que el individuo lucha sin esperanza contra sus propias contradicciones y límites; “su cólera impotente y su pena, el pesimismo que cancerosamente invade todos los resquicios de su poesía, la va haciendo más desnuda y austera, más seca y descoyuntada, juguetona, pero ácida y adusta, como si en su duelo con la Historia hubiese perdido…”, señala Vladimiro Rivas Iturralde en su nota introductoria a la antología del poeta publicada en los Cuadernos de lectura de la UNAM (2009).
Otra vez el verano forma parte del poemario Relato del extranjero (1955); dividido en seis tiempos de reflexión, como estrofas de verso libre lo componen, comienza deleitándose en la belleza de una apacible tarde de verano, en el paisaje y la vida pueblerina; acto seguido rechaza la egoísta alegría a que podría entregarse; la amena compañía se le figura inapropiada en un mundo lleno de sufrimiento, violencia, injusticias y abusos contra los más débiles.
Hoy pude ser feliz: pude tenderme
a contemplar la página del cielo,
pude oír removerse a las raíces
discutiendo con el suelo su estatura,
pude hablar con la brisa, haber
entrado al mar que me rodea
como una cintura, de qué buena
gana me habría sometido
al gobierno del ocio y sus racimos.
Pero estuve ocupado, no tengo
tiempo porque sufro; el mundo
nos preocupa; están matando todavía
al infeliz, aún le rompen
su arado al triste campesino,
aún carbonizaron en la silla
a los callados mártires sin culpa,
de qué nos sirven el tabaco
y la luna serena del estío
si nos quitaron, como siempre, el trigo.
Para qué tanto sol, tanta abundancia
torrencial, toda la vida planetaria,
si nos golpea la injusta
repartición, si la muerte
baja del cielo a los extremos
de la tierra, si la pobreza
me aleja de las flores y la fiesta,
si me obliga a estudiar
cada día mis zapatos.
Nada es nuestro todavía, aquí
todo es ajeno como en una posada
y nos roban la luz en la boca
de la mina, y la placidez de junio
con su dulce cosecha que se va
en las bodegas, y hasta la alegría
de tenderme junto a ti escuchando
la sangre, como en una guitarra,
cantar bajo mi mano en tu cadera.
La estrofa final expresa el deseo (acaso un destello esperanzado en su sombría visión) de que cada hombre alcance la plenitud en una sociedad más igualitaria, en que todos podamos disfrutar del verano sin cerrar los ojos frente al sufrimiento ajeno.
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Escrito por Tania Zapata Ortega
Correctora de estilo y editora.