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Infancia robada, niños trabajadores en Michoacán
“Mi papá no deja trabajar a mi mamá porque piensa que anda con alguien más. Pero tampoco trabaja él porque, por su adicción, no puede. Por eso me salgo a buscar dinero para darle a mi mamá para que compre plátanos, pañales de mi hermanito o para lo que alcance", afirmó la pequeña Alejandra.


En Michoacán, alrededor de 10 por ciento de la población infantil trabaja en actividades laborales de adultos; y lo hacen para sobrevivir y ayudar a la economía de sus familias, según información estadística de varias fuentes gubernamentales.

El Secretario de Gobierno, Carlos Torres Piña, reveló recientemente que, en 2022, la entidad ocupa el cuarto lugar nacional en trabajo infantil y la tercera posición nacional de niños y adolescentes entre cinco y 17 años que trabajan en ocupaciones no permitidas, peligrosas e insalubres. 

El funcionario estatal detalló que, de acuerdo con la Encuesta Nacional de Trabajo Infantil (ENTI) del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) de 2019, los 10 municipios con más niños que ejecutan labores riesgosas son Aguililla, Buenavista, Tancítaro, Parácuaro, Ziracuaretiro, Tangancícuaro, Tlazazalca, Jacona, Chavinda e Ixtlán donde, en otros 43 municipios, el riesgo es medio y en 60 más de éste resulta bajo.

Por su parte, la Fiscalía General de Justicia precisó, en un documento oficial, que el trabajo infantil es generado por la pobreza de las familias, la exclusión y los problemas intrafamiliares; que la mayoría perciben ingresos bajos y están expuestos al abandono definitivo de la escolaridad.

 

 

En 2015 había en Michoacán 112 mil 430 niños y adolescentes en ocupaciones no permitidas, cifra equivalente al 5.1 por ciento del total nacional, según el Módulo de Trabajo Infantil de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE) del Inegi; la Secretaría del Trabajo y Previsión Social (STPS) y la Organización Internacional del Trabajo (OIT).

Actualmente, en la entidad hay un millón 304 mil 279 niños y adolescentes de cero a 14 años, cifra equivalente al 30 por ciento de la población total, cuya mayoría se ve obligada a trabajar para sobrevivir y ayudar a sus familiares más cercanos: padres, hermanos, abuelos.

En México, a decir del Inegi, durante 2020 había alrededor de 3.2 millones de niños y niñas entre los cinco y 17 años que trabajaban; la mayoría se empleaba en el sector agrícola (42 por ciento), en el comercio (25 por ciento) y en tareas domésticas (18 por ciento).

En 2019, el Gobierno Federal aprobó una ley prohibitiva para evitar que los niños menores de 14 años laboren; estableciendo que la edad mínima para trabajar en industrias con riesgo es de 16 años. Sin embargo, ambos preceptos resultan inviables en Michoacán y gran parte de la República.

 

Alejandra y Diana Lizeth…

Alejandra Ximena C., de 14 años y su hermana Diana Lizeth C., de 12, trabajan como empleadas domésticas en la colonia Las Flores, de Morelia, para aportar dinero a su mamá, un hermanito y otros miembros de la familia, que fueron víctimas de violencia física y psicológica.

“Trabajo para poder comprarme dulces o darle dinero a mi mamá para la comida. Antes les ayudaba a los vecinos de mi calle limpiando sus casas. Después, una tendera me dijo que le ayudara a acomodar refrescos y a cuidar la tienda mientras ella hacía de comer en su casa o limpiar. Ahorita ya me deja cobrar y atender; me da 50 u 80 pesos, depende de lo que haga”, reveló a buzos la pequeña Diana.

La dueña de la tienda agregó lo siguiente acerca de Diana Lizeth: “La dejo estar aquí porque su papá se droga y a veces anda borracho, y cuando anda mal les pega a Diana y a Ale, o les dice groserías a ellas, a su mamá y a quienes viven en esa casa. Tiene una familia muy conflictiva y problemática. La busqué para que me ayudara porque, a veces, la veía barriendo afuera de las casas o metiéndose para ayudar. Dianis es buena niña, no se le cierra el mundo y ha buscado ser diferente a los de su familia. Me ha contado que le gusta más estar aquí que en su casa porque sus papás se la pasan discutiendo o en problemas con el abuelo o con el tío de la niña, quien también viven ahí”.

“Cuando viene Diana le doy de desayunar y de comer, aparte del poquito dinero que se gana; porque no es mucho lo que vendo. Cerca de las dos de la tarde, la mando a su casa para que su mamá la mande a la escuela. A veces, cuando llega de la escuela, se mete aquí y mis hijas o nietos la ayudan con la tarea, y cuando hay tiempo le ofrezco de cenar. Intento hacerle un poco diferente la vida porque en su casa hay mucha violencia; y sólo el abuelo trabaja. Es él quien mantiene a todos los que viven ahí”.

 

 

Por su parte, Alejandra, la hermana de Diana, informó a buzos que debe trabajar para apoyar a su familia con gastos:

“Desde chiquita me gustaba entrar a la casa de mis vecinos porque sus casas están diferentes a la mía. En mi casa, la sala es como de palos, no está acolchadita ni tiene tela. Es vieja y fea. Mis vecinos tienen muebles bonitos y los míos están rotos porque cuando mi papá alega con mi abuelo, con mi tío o con mi mamá, se agarran a golpes y los rompen para darse con ellos. Los vecinos me dan dinero o me invitan a comer cuando les ayudo con la limpieza o toco en sus puertas para barrerles la calle. 

“Mi papá no deja trabajar a mi mamá porque piensa que anda con alguien más. Pero tampoco trabaja él porque, por su adicción, no puede. Por eso me salgo a buscar dinero para darle a mi mamá para que compre plátanos, pañales de mi hermanito o para lo que alcance. Prefiero trabajar que estudiar y apoyar a mi mamá. Mi papá no sabe cuánto dinero me dan. Los policías se han llevado a mi abuelo, a mi tío y a mi papá cuando alegan, o cuando andan borrachos o drogados; pero luego regresan y se pone más feo porque pelean peor.

“Dice una vecina que si estudio, me irá bien. Pero soy la hija mayor y prefiero hacer cosas para que me den dinero que para estudiar, sé que un día me irá bien y podré sacar a mi mamá de ahí, y podré estudiar para ser policía y cuidar a mi mamá y hermanos; pero siento que primero debo de ver por ellos. Siento muy feo cuando en la madrugada me despierta el dolor de mi estómago porque tengo mucha hambre y por eso prefiero trabajar”, lamentó Alejandra.

De acuerdo con estadísticas del Inegi, el Consejo Nacional de Población (Conapo) y la STPS, en Michoacán, 13.6 por ciento de la población entre 12 y 17 años no trabaja ni acude a la escuela; y de los que trabajan, 44 por ciento enfrentan condiciones de explotación laboral o, en el mejor de los casos, perciben menos de dos salarios mínimos diarios y no tienen seguridad social.

 

Sin educación, niños que trabajan

La OIT define al trabajo infantil como: “toda actividad económica llevada a cabo por personas menores de 15 años de edad, sin importar el estatus ocupacional (trabajo asalariado, trabajo independiente, trabajo familiar no remunerado, etc.).

Los quehaceres realizados en su propio hogar únicamente son considerados como actividad económica cuando los niños los ejecutan para que sus padres trabajen fuera de casa y no tengan posibilidad de ir a la escuela.

 

 

La educación y la salud son los principales instrumentos para el desarrollo de los infantes. En Michoacán de Ocampo, el promedio de escolaridad es de 7.4 grados, lo que equivale a poco más del primer año de secundaria.

De cada 100 infantes de 15 años y más, 10.7 niños y adolescentes no tienen ningún grado de escolaridad; 61.8 tienen la educación básica terminada; 0.4 cuentan con una carrera técnica o comercial con primaria terminada; 14.8 finalizaron la educación media superior; 11.8 concluyeron la educación superior y el 0.5 no está especificado.

En las calles del centro de Morelia hay muchos que trabajan. Entre ellos se halla Damián H., de 14 años, quien se dedica a vender paletas y mazapanes a turistas y transeúntes. Este semanario lo entrevistó.

Damián es nativo del municipio de Coicoyán de las Flores, Guerrero; su familia se trasladó a Morelia para mejorar su situación económica; pero confiesa que este cambio lo afectó porque abandonó la escuela y debe trabajar:

“Vendo porque no tenemos dinero. Mis papás, mis dos hermanos y yo nos venimos a Morelia porque allá, de donde soy, tampoco teníamos dinero, y buscamos un mejor lugar para vivir. Nos trajo un conocido de mi apá que trabaja en un tráiler, y dijo que aquí se movía mejor el dinero que allá, y ahí venimos. Dormimos en un terreno, a mi apá no le han dado trabajo y anda vendiendo, mi mamá cuida a mis dos hermanitos y vende artesanías y dulces en las calles”, explicó.

“Vivimos bajo una casa de madera con láminas en un terreno allá, después del libramiento. No sé si el trailero se equivocó de ciudad o qué; pero no nos está yendo bien. No alcanzó para mi uniforme de la escuela, por eso no estudio ahorita. Extraño la escuela y a mis amigos. Pero tengo fe en que Dios nos ayudará y saldremos adelante. Trabajamos mucho y voy a poder regresar a la escuela, a lo mejor nos va mal en lo que nos acoplamos, pero ya después mi apá entrará a un trabajo y nos irá mejor”, expresó Damián con tristeza. 

En algunas regiones de Michoacán, el trabajo infantil, la deserción escolar y la violencia física contra los menores resulta mayor debido a la delincuencia organizada.

La Subsecretaria de Derechos Humanos y Población, de la Secretaría de Gobierno (Segob), Elvia Higuera Pérez, reportó que el gobernador Alfredo Ramírez Bedolla ordenó una serie de acciones interinstitucionales para atender las necesidades de la niñez; pero hasta ahora no se han efectuado medidas; y en la entidad hay cientos de niños trabajando en condiciones de calle, trabajando, pero son víctimas de la violencia.

 

Las leyes no se aplican

El Artículo 46° de la Ley de la Protección de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes (LPDNNA) del estado de Michoacán prohíbe el trabajo infantil en actividades peligrosas o insalubres; el 49° y el 50° aclaran las que pueden dañar su salud, moral y desarrollo; y definen la responsabilidad que las autoridades deben asumir para supervisar el cumplimiento de la citada legislación.

 

 

Sin embargo, estos ordenamientos, con antecedentes jurídicos desde 2002 y 2011 y vigentes a partir de 2013 en respuesta al estado de indefensión que prevalecía en Michoacán (la entidad ocupaba el lugar 27 en mortalidad infantil con 16 decesos por cada 100 mil nacimientos y 5.3 por ciento de las madres tenían entre 15 y 17 años), siguen sin aplicarse.

“Desde que estaba en primero de primaria, mi mamá empezó a andar con Marcos; él tiene permiso para vender aquí en el centro estas burbujas y juguetes, y ella se venía con él a vender juguetes y me traía. Ahora que estoy más grande, ya vendo y les cuido el puesto un ratito en lo que llegan, porque ellos trabajan en una fábrica en Ciudad Industrial; pero tienen muchas deudas y no les alcanza el dinero. De lo que vendo saco dinero para mí, cuando me voy a la secundaria o para irme a la escuela; así le hago más ligera la carga a mi mamá”, contó a buzosBenjamín O., vendedor ambulante en el centro de Morelia.

“Los días que hay mejores ventas es cuando se celebra algo. Por ejemplo, los conciertos que hubo gratis en el centro, los desfiles de septiembre, la noche de muertos, los sábados en el encendido de la Catedral. La situación está difícil; mi mamá y yo hacemos estos gorritos de foamy y lo que sacamos es para nosotros; depende de quién haya hecho el gorrito. Hacemos a veces manualidades y las vendemos aquí; pero lo que más les gusta a los niños son los juguetes de luces y sonido y las burbujas”, explicó Benjamín.

En Michoacán, el número de los niños y adolescentes que trabajan es tan grande que resulta difícil recoger las expresiones individuales de los que realizan sus actividades en una sola colonia del centro de Morelia; a pesar de la existencia de leyes, son víctimas cotidianas de explotación laboral y de la falta de servicios sanitarios y educativos.

Es urgente que los funcionarios del gobierno de Michoacán creen una institución pública exclusiva para revisar la situación de los niños trabajadores y garantizar el respeto a sus derechos, su seguridad física y desarrollo personal, y que se sancione a quienes los explotan con la venta de dulces o juguetes, limpieza en casas y, en casos de mayor gravedad, los someten a trata sexual o los obligan a vender drogas.


Escrito por Laura Osornio

colaboradora


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