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Después de la euforia por las fiestas patrias con sus gritos, sombrerazos y estética nacionalista hecha con arreglos plásticos en las calles; después de las celebraciones pantagruélicas con las que sentimos la mexicanidad a flor de piel y después de los discursos oficialistas repletos de inacabables vivas, es conveniente preguntarnos y respondernos con la serenidad propia de los días de asueto ¿qué es México?
Esta incógnita asedió a una camarilla de intelectuales decimonónicos y del siglo XX que ensayaron respuestas no convincentes, o que se desgastaron por el agotamiento de lo temporal en lo eterno. Por ejemplo, Samuel Ramos y Octavio Paz, por ejemplo, suspiraban por los márgenes: “oh dios, ¿qué es la patria?”. Y sus respuestas no los satisficieron ni a ellos mismos, de tal suerte que de esas interrogantes surgieron quizá los dos ensayos más famosos sobre esta cuestión: El perfil del hombre y la cultura en México y El laberinto de la soledad,
Pero no fueron los únicos. A mediados del siglo XX hubo un grupo de intelectuales que se autodenominó Hiperión y que intentó responder esa pregunta hasta sus últimas consecuencias. Con la influencia del filósofo José Gaos y la dirección de Leopoldo Zea, Emilio Uranga, Luis Villoro y Jorge Portilla, entre otros, crearon un movimiento filosófico que tuvo como propósito explorar las particularidades de lo mexicano a través del carácter, la raza y la historia para explicar las razones de su realidad socioeconómica.
Se inspiraron en un mito de la cultura griega. Hiperión era un titán, hijo de los dioses Urano y Gea, que tenía la capacidad de observar lo eterno y lo concreto. Con el sentido de este mito, los filósofos pretendían tender un puente entre el pensamiento y su aplicación; como Prometeo, traerían a la tierra profana el fuego del pensamiento y colaborarían con la solución de la vida secular y nefanda.
Convertidos en un “tanque de pensamiento” del consenso social emanado de la Revolución Mexicana e intelectuales orgánicos del Partido Revolucionario Institucional (PRI) y del gobierno de Miguel Alemán Valdés, los miembros de Hiperión analizaron la mexicanidad desde una perspectiva metafísica. Buscaban el ser mexicano en el telón de fondo, absoluto y permanente, de la Historia y la patria.
Sin embargo, no repararon en el mexicano concreto o terrenal, ni mucho menos en el de la patria doliente de los estratos sociales más desfavorecidos. La formulación de un ente absoluto sin clase social específica, sin diferencias culturales, sin la influencia de las geografías vernáculas y sin las particularidades del entorno inmediato, incluso familiar, fue quizá el problema más grande que estos pensadores tuvieron que enfrentar y, por lo mismo, tampoco arrojaron soluciones convincentes y perdurables.
En la búsqueda de una ontología del ser mexicano, el ente se generalizó tanto que fue imposible asociarlo con las distintas realidades del país. El desgaste de ese ser absoluto se evidenció en cuanto se dejó de pensar en el mexicano que habitaba el Altiplano central, que pertenecía a una comunidad originaria o en el obrero industrial con hábitat en los cordones marginales alrededor de las grandes urbes.
El grupo Hiperión tuvo una vida efímera pero prolífica y sumamente exitosa. El aparato de difusión de la alta cultura –integrado por los suplementos culturales de los diarios, los auditorios públicos y las reuniones académicas– promovió la idea central de estos filósofos: la búsqueda de la mexicanidad. El gobierno no escatimó recursos en la difusión de esta polémica revelación filosófica, e institucionalizó algunas de sus sugerencias para mejorar la vida de los mexicanos.
Este proceso de autognosis contagió a todas las disciplinas humanistas y sociales. Se publicaron estudios antropológicos, culturales, históricos, sociológicos, literarios, entre otros. La intelligensia se lanzó intrépidamente en la búsqueda de la esencia del ser mexicano y llegó a distintas conclusiones con base en las mismas premisas analíticas para entender el carácter del mexicano, sus orígenes raciales e históricos, y aun se propusieron medidas políticas que ayudaran a superar sus circunstancias sociales.
Pronto se agotó la filosofía de lo mexicano. Sus rencillas internas, los usos y abusos de la fórmula inicial y la filiación política de sus miembros motivaron sustancialmente su desintegración; pero el grupo aportó, sin duda, varias de las pautas para mejorar las condiciones culturales de vida del mexicano concreto.
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Escrito por Aquiles Celis
Maestro en Historia por la UNAM. Especialista en movimientos estudiantiles y populares y en la historia del comunismo en el México contemporáneo.