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Este ensayo, publicado en Londres en 1712, fue atribuido inicialmente al célebre escritor irlandés Jonathan Swift (1667-1745), autor de Los viajes de Gulliver (1726). Sin embargo, muy pronto se aclaró que su verdadero gestor fue John Arbuthnot, con quien Swift mantenía estrecha relación de amistad y compartía el propósito de exhibir el uso de la mentira entre los políticos. De hecho Swift, conocido en Londres como el Príncipe de los Panfletistas, había publicado en 1710 su ensayo El arte de mentir en The Examiner, órgano del Partido Conservador británico (Tory). En El cabal mentir, la introducción escrita por Jean Jacques Courtine en la edición de Diario Público, 2010, se informa que Arbuthnot (1667-1735) fue médico de la reina Ana Estuardo de Gran Bretaña (1665-1702), creador de la obra satírica Historia de John Bull e integrante del Scriblerus Club, integrado por hombres de letras vinculados a los torys.
El ensayo de Swift –sin duda el modelo de Aburthnot– se limita a destacar las principales “bondades” de la mentira política porque, según él, mientras la verdad “se arrastra” tras aquélla, “la falsedad vuela” y los hombres necesitan de al menos un cuarto de hora para advertir el engaño. Por ello, la mentira debe ser efímera y ajustarse a las circunstancias para perdurar lo más posible. Para su mejor uso, el político –por lo general propenso a mentir– debe saber que las masas tienden a creer todo lo que se les dice. Con base en estos principios fue como Aburthnot escribió su folletín El arte de la mentira política, que está distribuido en 11 capítulos abocados a desentrañar sus características, bondades e intenciones. La visualiza como arte porque es una práctica “útil y noble” cuyo objetivo central es “hacer creer al pueblo falsedades” que van a beneficiarlo.
Más adelante dice que entre sus recursos más efectivos se halla el uso de lo maravilloso, inverosímil, exagerado, espantoso o terrorífico; que sus mejores medios de difusión son la calumnia y la difamación vertidas en libelos, gacetillas, folletines y chismes callejeros o vecinales (hoy prensa escrita, TV, radio y redes sociales de Internet); que para su promoción eficiente hay que crear grupos integrados con jóvenes y personas crédulas porque “ningún hombre suelta y expande la mentira con tanta gracia como el que la cree”; además, los políticos deben saber qué mentiras son más idóneas en ciertos lugares y en qué horas, días, meses y estaciones del año deben soltarse porque su velocidad, durabilidad y destino dependen de su contenido. Las mentiras aterradoras, por ejemplo, se difunden a una velocidad promedio de 10 millas por hora (16 km).
El tratado de Aburthnot –obviamente de índole sarcástica– incluye tres recomendaciones: que no crean sus propias mentiras; que el mejor método para contrarrestar éstas es el uso de otra mentira, no la verdad, y que estén conscientes de que en una democracia el derecho a la mentira política no puede ser ejercido de manera permanente porque el pueblo suele cansarse y recurrir también a ella a fin de defenderse y derribarlos de sus posiciones de gobierno.
Escrito por Ángel Trejo Raygadas
Periodista cultural