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Escritora y poetisa argentina, nació en Capriasca, Suiza el 29 de mayo de 1892. A los cuatro años, sus padres se trasladaron a Argentina y ahí pasó su infancia y juventud.
Se crió en medio de una familia rodeada por la miseria, con un padre ebrio y una madre trabajadora. Al morir su padre, su familia se fue al Barrio Erchesortu, de la ciudad de Rosario, ahí fundaron una escuela donde Alfonsina trabajaba como maestra, además consiguió trabajo como corista del teatro local y, posteriormente, se convirtió en actriz del mismo debido a su excelente memorización de los personajes.
En 1909 dejó el hogar materno para terminar sus estudios en la Escuela Normal Mixta de Maestros Rurales, donde también trabajó como celadora y los fines de semana continuaba con sus actuaciones en Rosario. Ejerció como maestra un año y posteriormente se mudó a Buenos Aires, donde tuvo un hijo de padre desconocido. Al poco tiempo consiguió trabajo como publicista de una empresa de aceites y comenzó a colaborar en la revista Caras y caretas. Publicó un libro de poesía, La inquietud del rosal (1916) sin mucho éxito en ventas, pero que le valió el acceso al mundo literario de su época; hasta su tercer libro, Languidez (1919) fue reconocida como una de las mejores poetisas de su época y recibió el Premio Nacional en 1922, que equivale a una cátedra en la Escuela Nacional de Lenguas Vivas.
En 1927 le detectaron cáncer de mama y le extirparon exitosamente un tumor; sin embargo, no quiso continuar la terapia por ser muy dolorosa y se suicidó el 25 de octubre de 1938, en el Mar de la Plata. Al día siguiente, el periódico La Nación publicó Quiero dormir, su último poema.
Frente al mar
Oh mar, enorme mar, corazón fiero
de ritmo desigual, corazón malo,
yo soy más blanda que ese pobre palo
que se pudre en tus ondas prisionero.
Oh mar, dame tu cólera tremenda,
yo me pasé la vida perdonando,
porque entendía, mar, yo me fui dando:
“piedad, piedad para el que más ofenda”.
Vulgaridad, vulgaridad me acosa.
ah, me han comprado la ciudad y el hombre.
hazme tener tu cólera sin nombre:
ya me fatiga esta misión de rosa.
¿Ves al vulgar? Ese vulgar me apena,
me falta el aire y donde falta quedo,
quisiera no entender, pero no puedo:
es la vulgaridad que me envenena.
Me empobrecí porque entender abruma,
me empobrecí porque entender sofoca,
¡bendecida la fuerza de la roca!
Yo tengo el corazón como la espuma.
Mar, yo soñaba ser como tú eres,
allá en las tardes que la vida mía
bajo las horas cálidas se abría...
Ah, yo soñaba ser como tú eres.
Mírame aquí, pequeña, miserable,
todo dolor me vence, todo sueño;
mar, dame, dame el inefable empeño
de tornarme soberbia, inalcanzable.
Dame tu sal, tu yodo, tu fiereza.
¡Aire de mar!... ¡Oh, tempestad! ¡Oh, enojo!
Desdichada de mí, soy un abrojo,
y muero, mar, sucumbo en mi pobreza.
Y el alma mía es como el mar, es eso,
ah, la ciudad la pudre y la equivoca;
pequeña vida que dolor provoca,
¡que pueda libertarme de su peso!
Vuele mi empeño, mi esperanza vuele...
la vida mía debió de ser horrible,
debió ser una arteria incontenible
y apenas es cicatriz que siempre duele.
Animal cansado
Quiero un amor feroz de garra y diente
que me asalte a traición en pleno día,
y que sofoque esta soberbia mía,
este orgullo de ser todo pudiente.
Quiero un amor feroz de garra y diente
que en carne viva inicie mi sangría
a ver si acaba esta melancolía
que me corrompe el alma lentamente.
Quiero un amor que sea tormenta,
que todo rompe y lo renueva todo
porque vigor profundo lo alimenta.
Que pueda reanimarse allí mi lodo
mi pobre lodo de animal cansado
por viejas sendas de rodar hastiado.
Hombre pequeñito...
Hombre pequeñito, hombre pequeñito,
suelta a tu canario que quiere volar...
Yo soy el canario, hombre pequeñito,
déjame saltar.
Estuve en tu jaula, hombre pequeñito,
hombre pequeñito que jaula me das,
digo pequeñito porque no me entiendes,
ni me entenderás.
Tampoco te entiendo, pero mientras tanto
ábreme la jaula que quiero escapar;
hombre pequeñito, te amé media hora,
no me pidas más.
Parásitos
Jamás pensé que Dios tuviera alguna forma.
Absoluta su vida; y absoluta su norma.
Ojos no tuvo nunca: mira con las estrellas.
Manos no tuvo nunca: golpea con los mares.
Lengua no tuvo nunca: habla con las centellas.
Te diré, no te asombres;
sé que tiene parásitos: las cosas y los hombres.
Oveja descarriada
Oveja descarriada, dijeron por ahí.
Oveja descarriada. Los hombros encogí.
En verdad descarriada. Que a los bosques salí;
estrellas de los cielos en los bosques pací.
En verdad descarriada. Que el oro que cogí
no me duró en las manos y a cualquiera lo di.
En verdad descarriada, que tuve para mí
el oro de los cielos por cosa baladí.
En verdad descarriada, que estoy de paso aquí.
Luz
Anduve en la vida preguntas haciendo,
muriendo de tedio, de tedio muriendo.
Rieron los hombres de mi desvarío...
¡Es grande la tierra! Se ríen... yo río...
Escuché palabras; ¡abundan palabras!
Unas son alegres, otras son macabras.
No pude entenderlas; pedí a las estrellas
lenguaje más claro, palabras más bellas.
Las dulces estrellas me dieron tu vida
y encontré en tus ojos la verdad perdida.
¡Oh tus ojos llenos de verdades tantas,
tus ojos oscuros donde el orbe mido!
Segura de todo me tiro a tus plantas:
descanso y olvido.
La piedad del ciprés
Viajero: este ciprés que se levanta
a un metro de tus pies y en cuya copa
un pajarillo sus amores canta,
tiene alma fina bajo dura ropa.
Él se eleva tan alto desde el suelo
por darte una visión inmaculada,
pues si busca su extremo tu mirada
te tropiezas, humano, con el cielo.
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Escrito por Redacción