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Una potencia en declive y un nuevo orden multipolar
Estados Unidos (EE. UU.) es una potencia hegemónica en declive, económicamente débil, en bancarrota moral y que pierde poder militar a paso acelerado.
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Estados Unidos (EE. UU.) es una potencia hegemónica en declive, económicamente débil, en bancarrota moral y que pierde poder militar a paso acelerado. Ya no es lo que era hace 80 años al término de la Segunda Guerra Mundial, cuando se presentaba como el señorío absoluto. En 1960, la economía norteamericana representaba el 40 por ciento de la economía mundial, para 2019 este porcentaje había caído a tan solo el 24 por ciento. China pasó de cuatro a 16.3 por ciento en el mismo periodo. En 1945, EE. UU. producía el 50 por ciento de las manufacturas del mundo, mientras que para 2019 ya sólo producía el 10 por ciento. China pasó de 3.1 a 35 por ciento entre 1970 a 2020. Se espera que, en 2030, alcance el 45 por ciento para esta potencia en ascenso, invirtiendo los papeles con EE. UU. 

En este mismo año, 1945, las exportaciones de EE. UU. representaban un tercio de las exportaciones mundiales, mientras que en 2023 apenas alcanza el 10 por ciento. En el caso de China, ese porcentaje pasó de menos uno en 1970 a casi 15 en 2020. Finalmente, esta potencia decadente tenía dos tercios de las reservas de oro del mundo, hoy en día apenas posee el 22 por ciento.

La economía de EE. UU. superó a Gran Bretaña en 1872 y pasó de ser un país deudor a un país acreedor neto en 1914. Con el envío de más de dos millones de soldados a la Primera Guerra Mundial, EE. UU. rompía su aislamiento político y se metía de lleno a la lucha interimperialista. Su estratégica distancia de los principales centros de lucha durante la Segunda Guerra Mundial le permitió salir bien librado y como la potencia líder indiscutible del llamado “mundo libre”.

Con este poder inigualable en el escenario internacional, esta potencia diseñó las reglas del comercio internacional a su antojo. En la Conferencia de Bretton Woods se crearon el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, instituciones que servirían para consolidar el control y dominio sobre los países pobres mediante el dólar como moneda de reserva por antonomasia. EE. UU. también fue el principal impulsor de la Organización de las Naciones Unidas, idea recogida de la Liga de las Naciones promovida por Woodrow Wilson. Mientras tuvo el predominio absoluto en esta institución, promovió el multilateralismo, pero ahora que numerosos países alcanzaron su mayoría de edad y buscan su emancipación porque no quieren ser más tratados como vasallos; ahora que estos países piensan por sí mismos y toman sus propias decisiones; ahora que votan de acuerdo a su conciencia y sus intereses particulares, muchas veces diametralmente opuestos a los intereses gringos; ahora, digo, ya no es la ONU del agrado de EE. UU. y busca su anulación fáctica, por no decir su desmantelamiento. Ahora ya no encuentra en la ONU su marioneta de siempre, a pesar de estar diseñada ad hoc con las correlaciones de poder que benefician a la potencia susodicha. 

El mundo unipolar está muerto. El ciclo imperial de esta potencia está llegando a su fin. Así como las estrellas se vuelven enanas y dejan de brillar, así EE. UU. ha perdido fuelle y tiene que ceder el poder unilateral que poseyó de forma autoritaria en las últimas décadas. Si no lo hace por la vía pacífica y quiere seguir preservando el poder de formar despótica, usando su poderío militar, el resto de los países no tendrá otra alternativa que defenderse de estas agresiones, lo que desencadenará conflictos severos. 

Todo lo que un día ayudó a consolidar la hegemonía del imperialismo norteamericano hoy se vuelve contra él en una nueva ironía maestra de la historia. Parafraseando al Benemérito de las Américas, entre los individuos como entre las naciones, mantener una postura humilde y de respeto es la mejor estrategia en el largo plazo. Las fuerzas estructurales a las que estamos sujetos van más allá de lo que cada uno pueda pensar o desear para sí mismo.

Veamos el caso del dólar. Esta moneda se ha consolidado como la divisa de reserva indiscutible para los bancos centrales del mundo. Esto ha provocado una apreciación que funciona como un arma de doble filo para EE. UU. Por un lado, permite operar al gobierno con un déficit de los más grandes del mundo, que financia en primerísimo lugar su maquinaria de guerra. De acuerdo con Varoufakis, una estrategia de Donald Trump es seguir manteniendo este estatus de primer orden para el dólar, pero al mismo tiempo lograr su depreciación mediante presiones a gobiernos extranjeros para lograr reactivar el mermado sector manufacturero en ese país. Una apuesta que se antoja arriesgada, pues ya pocas naciones temen al imperio y, por el contrario, muchas están dispuestas a defenderse ante amenazas y atropellos. 

Con respecto al comercio mundial, la globalización fue una estrategia fundamental de EE. UU. para ampliar mercados para sus productos. Sin embargo, ni los países ni los individuos son de piedra. Aprenden y aprenden rápido, se ajustan a las estrategias imperantes. Así, numerosos países aprovecharon las inversiones estadounidenses que buscaban tasas de ganancia más elevadas y desarrollaron su propia industria. China, por ejemplo, logró ampliar su cuota de mercado en el comercio mundial. Así, la manufactura estadounidense fue perdiendo peso a escala planetaria. Detroit, y grandes regiones anteriormente prósperas, se han convertido en zonas deindustrializadas y fantasmas, un débil eco de un viejo apogeo.

Además, como afirma el economista indio Prabhat Patnaik, la característica distintiva del neoliberalismo y producto de la desregulación financiera es el poder que ha adquirido el capital financiarizado. Éste se encuentra fuera de control y opera como una máquina todopoderosa que disciplina macroeconómicamente a los estados-nación, EE. UU. incluido, dejándoles poco margen de acción para dinamizar a las economías mediante, por ejemplo, políticas de demanda agregada o de impulso industrial. Esta camisa de fuerza explica el poco margen de acción de naciones fuertes y débiles para diluir numerosas contradicciones sociales y orilla casi siempre en el capitalismo hacia una salida falsa y reaccionaria: el fascismo o, lo que es lo mismo, la atribución de la responsabilidad de los problemas sociales a grupos sociales como los inmigrantes. 

Todo lo que EE. UU. un día fue, hoy lo es China. Pero la irracionalidad de la clase capitalista norteamericana le hace creer que por alguna razón ellos merecen seguir avasallando al mundo. 

Por eso este momento es el más peligroso pues, metafóricamente hablando, cuando la bestia está herida y se siente amenazada, es cuando es más arriesgada y temeraria. Con sus armas de destrucción masiva, la irresponsabilidad de la clase dirigente estadounidense puede provocar mucho daño al mundo entero. 

Sin embargo, la amenaza va intrínsecamente ligada a la oportunidad, por lo que el momento es propicio para romper las cadenas del imperialismo. Las naciones partidarias de un nuevo orden mundial multipolar deben tomar la iniciativa y decidirse a romper las cadenas de dominación del imperialismo norteamericano. Las condiciones para la emergencia de un nuevo Bretton Woods tocan la puerta para dar un paso adelante hacia la emancipación de los pueblos. 

En el caso de nuestro país, la burguesía mexicana multiplicó su fortuna inconmensurablemente en las últimas décadas, mientras que la clase trabajadora mexicana es la que ha salido más perjudicada con el proyecto de integración en Norteamérica.

Los trabajadores de naciones débiles, como México, deben aprovechar el momento y la oportunidad histórica que se avecina para luchar por un nuevo modelo económico soberano que promueva el mercado interno mediante el impulso de una política industrial autónoma que le apueste al avance tecnológico y científico propio. Se debe luchar por un modelo que priorice el verdadero bienestar de las mayorías mediante un desarrollo más sostenible, igualitario y uniforme que reduzca nuestra dependencia de EE. UU. y diversifique los lazos comerciales y de cooperación con otros países y regiones del mundo. Las élites económicas y políticas no irán contra sus intereses sin la presión del pueblo politizado, organizado y consciente de su papel histórico. 


Escrito por Arnulfo Alberto

Maestro en Economía. Candidato a doctor por la Universidad de Massachusetts Amherst, EE.UU.


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