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El cine en el capitalismo desarrollado –y también todos los negocios sobre espectáculos–, para poder vender artículos y entretenimiento se requiere de la creación de “ídolos”, de figuras emblemáticas que sean las más “apetecibles”. Muchos de esos ídolos son frecuentemente productos de la publicidad, son hijos de una mercadotecnia sofisticada y manipuladora de las conciencias. Por esta razón, no son pocos los actores, músicos, modelos, o deportistas que tienen una efímera fama, pues cuando ya cumplieron su cometido de ser “consumidos” –úsese y tírese, exige el mundo del consumismo–, desaparecen o se aminora notablemente su presencia. Hay algunos artistas o gente del espectáculo que perdura más tiempo en las preferencias del público, e incluso hay algunos actores, deportistas, músicos, etc., que se vuelven “leyendas” y aún después de su muerte siguen siendo reverenciados e idolatrados. Una figura del cine gringo que tuvo éxito a finales de la década de los 50 y comienzos de los 60 del siglo pasado fue Marilyn Monroe. Marilyn hoy es idolatrada; a 60 años de su muerte es uno de los íconos de la llamada cultura pop. Rubia, del realizador australiano Andrew Dominik es una cinta que, de forma muy libre, narra la vida de Monroe.
No se trata esta historia de valorar la calidad artística ni de revivir –como lo hacen las cintas que narran la biografía de cantantes, actores, deportistas famosos, etc.– de forma apologética los méritos del protagonista. Rubia es una cinta de corte psicológico, pero que lleva a tal extremo las desgracias personales, traumas, emociones destructivas, remordimientos y evasiones de la brutal realidad mediante las drogas –realidad que fue motivo de sufrimiento durante toda la existencia de Marilyn Monroe (personaje interpretado por Ana de Armas)–, al grado de que la cinta no da tregua, como si se tratara de una horrenda pesadilla que termina con el suicidio de Marilyn, a la edad de 36 años.
Parece una historia de fobia psicológica; y aun en esa eterna sordidez en la que se desenvuelve, la famosa actriz norteamericana llega a mostrar –y tal vez ése sea el auténtico mérito de la cinta de Andrew Dominik–, que detrás del glamour, de la pompa y el “rutilante éxito”, se esconde la miseria moral, las más profundas insatisfacciones y hasta la crápula, como producto de una vida llena de golpes emocionales a lo largo de la existencia de la famosa estrella. Marilyn nunca fue considerada una actriz consumada; ese monstruo que es el negocio del cine comercial la consideró siempre un “símbolo sexual”, una femme fatale, un producto destilado del orden social que oprime a las mujeres, que las degrada, convirtiéndolas en productos para el consumo de la sociedad machista, que a su vez es fruto de la sociedad profundamente dividida en clases, producto de una sociedad en la que por encima de todo está la obtención de ganancias y la acumulación desenfrenada de la riqueza en una cuantas manos y de la explotación y miseria de la inmensa mayoría de los seres humanos.
En Rubia, aunque la historia de Marilyn no se apegue fielmente a la biografía de la actriz, se muestran los fallidos intentos de ella para formar una familia, para encontrar una vida con mayor estabilidad emocional. Siempre estarán en la memoria y en el subconsciente de Marilyn los hechos que marcaron hondamente su vida: el abandono de su padre desde que era bebé, la locura de su madre, los abortos que tuvo y que la traumaron en forma atroz. En sus matrimonios con el famoso exbeisbolista Joe Di Maggio (Bobby Cannavale) y con el renombrado dramaturgo Arthur Miller (Adrien Brody) se manifiesta una actitud ineluctablemente autodestructiva. La cinta omite señalar que, al descubrirse la muerte por suicidio de Monroe, se descubrió que hubo alteración de la escena del suceso, lo cual ha llevado a la suposición de que no fue suicidio la causa de su muerte, sino un asesinato. ¿Hubo alguna orden del poder presidencial gringo de esa época? En la cinta se retrata la relación del “símbolo sexual” con John F. Kennedy como una relación de cruel despotismo machista de un hombre que gobernaba en aquel entonces a la superpotencia capitalista.
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Escrito por Cousteau
COLUMNISTA