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Manuel del Cabral, uno de los poetas mayores de América (II de II)
Carta a mi padre es su respuesta poética, la justificación de su existencia al servicio de algo superior, el arte… al servicio de los ideales más elevados de la humanidad.
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Luego de cursar la educación elemental y secundaria en su natal Santiago de los Caballeros, Manuel del Cabral Tavárez inició estudios de derecho en la Universidad de Santo Domingo, pero abandonó las aulas para dedicarse a la literatura, su verdadera vocación, frustrando los deseos de su padre, que deseaba verlo convertido en un abogado de renombre. Carta a mi padre es su respuesta poética, la justificación de su existencia al servicio de algo superior, el arte… al servicio de los ideales más elevados de la humanidad.

¿Qué más quieres de mí? ¿Qué otras cosas mejores?

Padre mío,

lo que me diste en carne te lo devuelvo en flores.

Estas cosas, comprende, ya no puedo callarte.

Yo, como el alfarero con su arcilla en la mano,

lo que me diste en barro te lo devuelvo en arte.

Creo ya, que ves claro, por qué levantar puedo

este lodo animal –espeso de pensar–.

¡Siempre habrá un alfarero con su sueño en los dedos!

Padre mío, ya ves,

el agua que me diste, venía de una oscura

profundidad de vida, pero como los ríos

primeros de la tierra, aquel goterón mío

se me llenó de altura...

Qué más quieres, no pudo

hacerse licenciado mi corazón desnudo.

Era mucho pedirle, padre mío, ¡no sabes

lo grave que es a veces

un hombre que en el pecho le entierran viva un ave!

Quizá, por eso, aquello

que me dieron horrible, preferí darlo bello.

Diáfano para el trino; para negocios, bruto,

éste es el fruto:

con un poco de ti, y un poco del destino

que me puso en la mano

lo divino

con lo humano,

todo lo que en la carne hay de oscuro y perverso

te lo devuelvo en verso.

Qué más quiero, ¿mi herencia? Para qué, padre mío.

Por mi herida de hombre sale un niño cantando.

¡Lo que la tierra piensa, se hace voz en el río!

Hueso del canto es un contundente poema incluido en Pedrada planetaria (1958); en él, Manuel del Cabral reafirma su vocación de poeta popular: a pesar del hambre, el frío, las carencias materiales y las acechanzas del gobernante y el arzobispo que intentan adocenar su canto, él “sigue poeta” a pesar de todo, pues ha entendido que la misión de la poesía es darle alas al mundo.

Súbito un piano me mastica el pecho;

nunca fueron más tiernos tantos dientes.

Yo soy un lujo de este siglo: pienso.

Secretean mis tripas como trampas

de violines caníbales.

Esto es vital pero también romántico,

si a través de mi cuerpo pasan las golondrinas

alimentadas por mi transparencia.

Pero un pan me persigue si me alelo,

mas yo sigo poeta.

A estafador se mete mi silencio carnívoro,

mas yo sigo poeta.

Se me vuelven ministros los colmillos,

mas yo sigo poeta.

Los arzobispos se me cuelan, trepan

hasta mi yo que está decente huyendo.

Mas yo sigo poeta.

 

Pican la piel de mi apellido hormigas,

pero yo estoy de espaldas,

no soy tiempo.

Conspiradores besan mis flaquezas,

pero mi ser no sale.

Se me acerca una voz, pide mi espacio,

entretiene mi sí, no mi por qué;

mi yo no sale.

El planeta me dice: «estoy volando».

Son mis alas, le digo,

son mis alas...

En República Dominicana ganó prácticamente todos los premios; en 1992 le fue otorgado el Premio Nacional de Literatura; fue propuesto para el premio Cervantes en España, el Caonabo de Oro en Santo Domingo y el Prometeo de Oro, en Madrid; en Buenos Aires, Argentina, recibió el Premio de Literatura Martín Fierro, uno de los más importantes en Latinoamérica y Europa. 


Escrito por Tania Zapata Ortega

Correctora de estilo y editora.


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