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MIKTA, la bisagra del imperio
En 2008, cinco países de economía emergente crearon el grupo BRICS, con una vía distinta al capitalismo hegemónico que, en respuesta, creó MIKTA, donde está México, mismo que no ha alcanzado la meta que se propuso.
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En 2008, cinco países de economía emergente crearon el grupo BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) que optó por una vía distinta al capitalismo hegemónico que, en respuesta, un lustro después promovió el bloque MIKTA, integrado por México, Indonesia, Surcorea, Turquía y Australia, en el que nuestro país no ha alcanzado la meta que se propuso.

Hoy, igualmente, dos bloques se enfrentan en el mundo: el occidental y unipolar, que enarbola el neoliberalismo, la globalización y el proteccionismo; y el emergente, multipolar y pluricentral, que postula el desarrollo mutuo y la cooperación internacional.

Para ganar adeptos, el capitalismo corporativo reivindica su vieja narrativa, con la que sostiene que el mundo se desarrolla en un clima diverso, complejo y sin centro aparente, donde actúan viejos y nuevos poderes. En apenas tres décadas han proliferado bloques con siglas impronunciables: RCEP, TLCAN, PPA, ASEAN, SAFTA, EAUA, CAN, entre otros órganos.

 

La otra visión

 

 

Las fuerzas antiglobalizadoras y antineoliberales, que rechazan la dependencia económico-comercial estadounidense, hace tiempo comenzaron a agruparse. Aparecieron en el mapa operadores multiestatales alternativos, como la Unión de Naciones Suramericanas, la Unión Euroasiática o el Consejo de Cooperación de los Estados Árabes del Golfo; todos contrarios a la visión unitaria del nuevo capitalismo.

Para hacerles frente, EE. UU., la Unión Europea (UE) y sus aliados estatales desplegaron su diplomacia “blanda” a través de países que actúan con empresas trasnacionales, centros financieros y mercados.

En la primera década del Siglo XXI, el nuevo orden neoliberal profundizó la polarización social, se agudizó la competencia entre capitalismos que actuaban de forma desigual y se alteraban las relaciones entre las naciones y el mundo –incluso trastocó la estructura de las corporaciones, porque se desconectaron de su país de origen– explican Jorge Hernández y Canek Vega.

 

Frente a la apertura de horizontes en países “medios”, cuyo potencial ha puesto a su favor, ha persistido la oferta del capitalismo en este cambiante sistema internacional. De ahí su afirmación de que los actores se autorregulan y que para desarrollarse, optan por una “gran variedad de oportunidades”.

De esta falacia proviene también la idea de que, en el pasado reciente, el mundo ha vivido su periodo de internacionalización más amplio y que éste se debió a la aplicación del binomio neoliberalismo-privatización, con el liderazgo indiscutible de Estados Unidos (EE. UU.), afirmó el economista Joseph Stiglitz.

El 25 de septiembre de 2013, durante una reunión alterna a la coordinada por la Organización de las Naciones Unidas (ONU), se anunció la integración del grupo MIKTA que, según el influyente Consejo de Relaciones Exteriores de EE. UU., sería “capaz de influir en la escena mundial”.

 

 

Pese a la supuesta “espontaneidad”, “informalidad” y “multilateralidad” con que surgió, todo mundo supo que detrás del MIKTA se hallaban el Departamento de Estado, los centros político-económicos, los cabilderos corporativos y los analistas financieros de EE. UU.

Las únicas verdades incluidas en su órgano de difusión oficial fueron que los países miembros eran de varias regiones, que poseían limitadas agendas de cooperación y habían sido electos por calificadoras internacionales con base en su población, ubicación territorial, economía, fuerzas armadas y relaciones regionales.

La propaganda del nuevo grupo declaraba, además, que la “oportunidad de crear un sistema horizontal y conciliador” tenía la intención de recurrir a una política de poder suave (diplomacia y publicidad), reconoció en 2016 Miguel Tarín.

Pero hasta ahora, ninguno de esos entes del grupo político –cobijados por EE. UU.– ha constituido centros de poder alternativos e independientes; mientras otras potencias medias se han cohesionado y están desafiando la esencia depredadora del capitalismo corporativo. A 19 años de su formación, el MIKTA no ha trascendido y tampoco influido; es más, gran parte de la comunidad internacional lo ignora y ni siquiera conoce a alguno de sus actores por su dinámica individual.

 

 

Países-bisagra

MIKTA confirma la tendencia global de crear coaliciones á la carte, que proliferan y se integran con propósitos “flexibles”. La categoría “economías emergentes” se aplica a países del sur, no homogéneos y con aportaciones diversas; es decir, que están muy lejos del multilateralismo requerido por el escenario global, revela Richard Haass.

Su asociación en “clubes exclusivos” con algunos países desarrollados solo sirve al interés de sus patrocinadores, que “juegan” con esos bloques para reconfigurarse y posicionarse en el nuevo escenario internacional, analizan Günter Mainhold y Zirahuén Villamar. Con un poder “suave político-económico”, las corporaciones, los gobiernos neoliberales, los foros internacionales y las organizaciones no gubernamentales (ONG) promueven la transición de economías emergentes a potencias medias.

Son la bisagra perfecta para consumar la globalización mediante la promoción de pactos plurirregionales con la falacia de cierta “multipolaridad”. En el MIKTA, México es el único país americano; Indonesia, Surcorea y Turquía son asiáticos, y Australia representa a Oceanía.

 

 

Todos son diversos en cultura y estructura socioeconómica, aunque son similares en su Producto Interno Bruto (PIB) y en su intención de influir como naciones intermedias. Se sitúan entre “el Grupo de los Siete (G-7) y los BRICS en el contexto del G20 (Grupo de los Veinte)”, resumió el analista Andrew F. Cooper.

Desde su origen surgió la pregunta: ¿qué aportaciones funcionales pueden ofrecer las potencias medias de MIKTA?, hasta ahora no hay una respuesta ya que, a pesar del optimismo inicial, pocos han despuntado en lo que se llama “asociación transregional y valor agregado”, a diferencia de algunas de las potencias del grupo BRICS.

Desde luego, hay excepciones: Indonesia es una locomotora económica y Turquía cuenta con gran influencia política en la región euroasiática. De ahí que, en septiembre de 2022, Ankara fuera reconocida por facilitar la exportación de granos y otros productos agrícolas desde Ucrania.

Ese noviembre, en el marco de la Cumbre del G20 en Bali, Indonesia, los líderes de MIKTA reafirmaron “su compromiso” por la paz, estabilidad y prosperidad internacionales. Ahí se recordó que diez años antes, en Los Cabos, México, durante la Reunión de Ministros de Relaciones Exteriores del G20, se planteó la idea del MIKTA.

En Baja California Sur, los líderes del G20 decidieron que era momento de lanzar una plataforma interregional “flexible entre cinco democracias”. Y desde entonces, los miembros del bloque repiten la consigna agradable a sus promotores:

Que son “decididos defensores de la gobernanza mundial”, que están comprometidos con la democracia y que están determinados a “servir de puente” entre naciones desarrolladas y en desarrollo, aunque no explican cómo realizan estas encomiendas.

Esta ambigüedad quedó de manifiesto en el 23º encuentro de ministros de Exteriores de Nueva Delhi. Ahí, el canciller mexicano Marcelo Ebrard Casaubón “deploró” enérgicamente la “agresión de Rusia contra Ucrania, que amenaza el orden internacional basado en reglas”; e instó a las partes a continuar el diálogo, ¡cuando Occidente y Ucrania se han negado a ello!

 

 

Esa reunión coincidió en el término de la “coordinación pro tempore” de Turquía, que semanas atrás sufrió terremotos devastadores. Sin embargo, el grupo MIKTA como tal no activó medidas conjuntas de ayuda para los agobiados pueblos turco y sirio, y los apoyos fueron individuales.

El escenario económico para Turquía se presenta difícil, pues el Banco Mundial (BM) estima que las afectaciones a su economía tendrán un costo de hasta 84 mil 100 millones de dólares (mdd) y que la devastación limitará sus actividades en el MIKTA.

 

Ganas de creer

En México, las élites estaban convencidas de que pertenecer al MIKTA significaba una oportunidad que contribuiría a la seguridad multidimensional (combate a la corrupción, inclusión social, ciberseguridad); y que posicionaría al país entre las potencias medias.

El Subsecretario de Relaciones Exteriores (2013-2018) y representante en el G20, Carlos de Icaza, advirtió que México, como “economía democrática” a favor del libre comercio en el proceso de globalización y miembro del G20, no había desarrollado suficientes vínculos económicos como debería ser; y lo haría en ese bloque.

México podría volverse actor global “estratégico, responsable y relevante”, postuló en 2015 la senadora del Partido de la Revolución Democrática (PRD), Lilia Merodio. “Podría ampliar los alcances de la política exterior mexicana”, sostenía el diplomático Alfonso de Maria y Campos. Nada de ello ocurrió, aunque en 2020 acogió la 16ª reunión ministerial del grupo.

 

 

Ejemplo y rebelión

En su afán por controlar la globalización, las calificadoras encumbraron a las economías emergentes como los actores más relevantes del Siglo XXI y como expresión de las coincidencias político-económicas del mundo en ese momento. De ahí el bloque BRICS, bautizado así por el economista Jim O’Neill, de la calificadora Goldman Sachs.

El mundo daba la bienvenida a los nuevos actores. “Es una excelente noticia para la arquitectura internacional”, pues favorece a esos países emergentes y a nuestra región, declaró entonces la secretaria de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), Alicia Bárcena.

No es casual que su primera Cumbre fuera en Ekaterimburgo, Rusia, en 2009, cuando los centros de poder político-financieros parecían favorables a las nuevas alternativas frente a la bipolaridad vigente; mostraban a las pujantes clases medias de esos estados como nuevo paradigma económico y relevos de las potencias del G20 (EE. UU., Japón, Alemania, Reino Unido, Francia, Italia y Canadá).

 

 

En 2010 se incorporó Sudáfrica. Así, las similitudes entre los BRICS atraían al gran capital. Se promovió al bloque como signo de cooperación Sur-Sur, que “contribuía a la gobernanza”, el anhelo de control de Washington. Se destacaba su carácter multipolar, pues reunía a países del Atlántico, el sur latinoamericano y sudafricano, recuerda Alejandro Pelfini.

Pero la fascinación por el bloque amainó entre 2011 y 2013. Sin hacerlo público, las asertivas políticas de China, Rusia, India, Brasil y Sudáfrica incomodaban a Washington; y cuando el bloque promovió su independencia monetaria, comercial y política y se presentó como alternativa a la hegemonía de Occidente, los centros de poder se preocuparon.

La respuesta fue una dolosa campaña contra los BRICS. De ahí los pronósticos negativos para la economía de sus integrantes inscritas en el Informe Anual de Previsiones del Fondo Monetario Internacional (FMI), con el que se intentaba responsabilizar a las economías emergentes del declive económico mundial y por desviar la atención a los problemas estructurales del capitalismo.

La VI Cumbre, en Brasil (2014), fue el escenario para la salida de los BRICS del control de las potencias capitalistas. Ahí anunciaron que crearían su propio Banco de Desarrollo y un Fondo de Reservas; se proponían rivalizar con el BM y el FMI. Entonces proliferaron las presiones y desinformación sobre el grupo.

Desde entonces, los BRICS permanecieron mediáticamente en el limbo, hasta que reaccionaron contra el control occidental. En un contexto geopolítico centrado en el conflicto en Ucrania, todos sus miembros actuaron contra las medidas que EE. UU. y la OTAN impusieron para aislar Rusia.

En un desafío inédito para Occidente, pues no lo esperaba, el bloque respondió con un mayor acercamiento estratégico. De ese modo, en junio de 2022, la presidenta del foro BRICS, Anand Purnima, afirmó que la estrecha alianza de esos cinco estados surgía del naciente orden mundial, donde “las sociedades miran más hacia Oriente”.

Ese año, marcado por la era de la postpandemia y el choque frontal entre Occidente y Rusia, mostró el enorme potencial geopolítico de los BRICS al mundo. La agencia informativa alemana DW anticipó: “Aunque hace tiempo que no se escuchan novedades sobre los BRICS, ese club de países emergentes deberá decidir respecto a Rusia”.

 

 

El bloque revivió su plan de usar como reserva internacional “una canasta” con el metálico de sus miembros. La idea nació por la ofensiva capitalista y la inflación. Por ello, China, Rusia y Brasil anunciaron intercambios con sus monedas y ya no usaron el dólar en casi la mitad de su intercambio, recuerda Umberto Mazzei.

En la cumbre de los BRICS, el presidente de Rusia, Vladimir Putin, bosquejó el significado e importancia estratégicos del bloque: “en nuestros países viven más de tres mil millones de personas, sumamos la cuarta parte del PIB mundial, el 20 por ciento del comercio, casi 25 por ciento de las inversiones directas y reservas internacionales que representan el 35 por ciento mundial”.

Este enorme peso en la relación global pone un mundo multipolar al alcance de la mano “que destierre la situación hegemónica actual, que se caracteriza por un sistema que salva a un banco y no a la población con hambre”, concluyó Putin. A su vez, el presidente de China, Xi Jinping, advirtió: “No hay que creer a ciegas en la posición de fuerza e intentos de expandir las alianzas militares a expensas de los demás”.

La reedición de los BRICS subrayó su posición antihegemónica. Sin embargo, en la pasada Cumbre Virtual de Jefes de Estado y de Gobierno del grupo, México no estuvo representado. En cambio, asistieron Argentina, Indonesia, Tadjikistán, Irán, Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Nigeria, Tailandia y Senegal.

Desde 2017, nuestro país fue invitado a China para asistir en su condición de 14ª economía global y como representante de América Latina; pero su presencia no generó interés porque su proyección internacional optaba por su relación con EE. UU. Por el contrario, Brasil, incluso con el ultraconservador Jair Bolsonaro en la presidencia, mantuvo una visión global de Estado cuando afirmó que los BRICS eran factor de “estabilidad y prosperidad”.

Por la falta de visión del gobierno mexicano, en noviembre de 2022, Argelia formalizó su solicitud para ingresar en ese bloque. Su objetivo consiste en “proteger al país, pionero del principio del no alineamiento, de las fricciones entre los dos polos”, previó el presidente Abdelmajid Tebún quien, en julio, anunció que contaba con el aval de Moscú y Beijing.

 

 

El momento es oportuno, asegura el analista Akram Bekaïd, porque Argel debe aprovechar su posición neutral en Europa oriental y su capacidad de gestión en el conflicto con Marruecos. Los jefes del Estado mexicano han carecido de este protagonismo.


Escrito por Nydia Egremy

Internacionalista mexicana y periodista especializada en investigaciones sobre seguridad nacional, inteligencia y conflictos armados.


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