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Víbora
I
Y dije víbora y me vi desenroscada, cardial y única,
carnavalesca y dicha, más viva por el árbol simple
de la lengua, más pronta entre los gestos de cuanta sangre
salida de mis ojos en un punto de-qué-cosa, en la raíz
certera de cuánto-se-hace-uno en ese tiempo solo
en que se inscribe el miedo entre los pliegues de la dermis.
Y luego, la carne fija en tinta, me aglutiné imaginada a ser
lo que yo soy en esa realidad entre la hierba concebida
en demasiada sombra, en demasiada hambre
buscando el grito sin remedio, los labios ya muy juntos
donde hay lo que se exalta y se repite, se enrolla en sí
cambiando siempre en la natura para decir: soy lengua.
Fui lengua en otra escala resquebrajada y dulce
para ser goce de boca, placer del habla que fulgura:
dije víbora y fui amplia, opulenta, pájara cierta
desnuda al cielo, niebla labializada y dicha: vuelta
a decir niña en el animal de sombra, en el espacio oscuro
en ese grito escrito donde se lee de lleno: poema.
II
Sangre en la vena cava. No soporta los hurtos.
Sangre venosa en la parte anterior, rápida en el tropel
en esa deglución de una palabra incierta en otra y otra...
O en esa parte blanda donde se bebe el desamparo
de una idea que nos contiene a todos, nos dilata
y subyuga ante el silencio de una figura indivisible:
el verbo, el verbo puro. El corazón se sacia, vence
los sueños máteres bajo el cristal de los colmillos
como un sol oscuro y húmedo lleno de nada y tiempo. Tiempo
que descoagula, se extiende más allá de aquellos páramos,
se deshabita y se enturbia en la cabeza. Beben sus labios
ávidos de otros números, decantaciones, profecías en el agua:
como una nube densa te formaste barroca y resurgida,
tu nombre caído en el galope de lo más fácil como insistencia,
el arrepentimiento corrompido en tu sintaxis. Las nervaduras
generan género y distancia, son parte de otro idioma, umbral
de acentos y de sílabas donde respinga esta otra ira innata
que esplende una nueva fornicación entre tus páginas.
III
Poema el mundo hasta volverse único, pervivo
bajo el idioma en tiempo, protuberante y acertado
junto a los logros dónde, cuando se mezcla ahora
y si se avanza en madres, madres que se deslíen
y hablan susurrantes y salivosas, más vivas todas
entre los troncos de una idea violentada.
Trechos enmascarados por oros musgos, maderas
rotas, cerraduras de tantos cielos secos
aferrados en esa piel turbia y escrita.
¿Hasta dónde lo que se ve se escucha
como un aullido (sácalo) casi en lo lejos (pronto),
casi deseado (dilo) como una felicidad que irradia?
Lo que no está es solo un vaho en síntesis
profano y dicho, pensado en éter para la rana muerta
como si fuera una argamasa próxima a qué sitios
y dónde se purifica el todo en el consuelo hueco
de siempre entre tus partes sombras de ser animal
sitiado por otro animal aquí en el miedo de mi boca.
IV
Chúpame lenta, enclava tus sílabas y canta.
Cántame. Sé de mí círculo y abandono. Idea.
Destello del sol en mi cabeza. Áurea de mí,
centrada y siempre verdadera. Mítica gorgona,
esculpe tu lengua bífida por mis curvas
y entroniza todo lo conocido que enamora.
Unta el amor en tu hálito. Solloza.
Deja que escriba yo sin miedo ni pánico,
que me descuelgue más allá de la rama más larga
y que escuche tu sintaxis primera, tu sueño
tan amoroso de bala en el monte enterrada,
ínflame al viento jugueteando en mi nombre
hasta preñarme tanta, como una idea vasta
y redonda, una sola que me cubra
y denuncie la luz ya separada de la esfera.
Entonces digo: cuánta la sangre misma
por mi cuerpo, cuánto el misterio que respira
en capas y capas de palabras: escribo.
V
Hay hijos viejos alcanzados ya por otros vértigos.
Ángeles sin espejos, nadies que buscan la miseria
de un canto, el hambre de una hipótesis innecesaria.
Nada sirve, todo es saber morir entre las líneas ávidas
de una primicia bífida
Guardo a una niña ancestral en mi cama. Me pica.
Filamentos entre sus ojos donde respira un rio invisible
en un gesto. Uno solo. Uno como un lento murmullo
que envenena. Ahora, su lengua clama por nuevos paraísos.
Extremos de un mundo donde los perros pierden
su hueso de noche. Fue noche cuando se escucharon
cuchicheos de hombres sordos en los pasillos.
Ya no hay poema. Todo se va poniendo sobre ladrillos,
entre las uñas de los muertos. Cantos junto a la piedra,
el botón de fuego de un mex-mex auténtico. Y basta.
Todo es suficiente en el paladar anónimo. Y no hay extremos.
Solo una brisa como un heraldo de madre abierta, madre cd,
madre poema, novicia fornicadora, víbora desterrada, mía:
VI
Mátala, exprímela, sácale todo el jugo.
Deja que no se arrastre en la conciencia.
Chupa su luz de viento, escúrrela. Dile adverbio,
verbo, sintaxis trunca, vieja acabada: majadera.
Piérdela al filo de su figura. Detenla.
Dile que ya no hay savia, ni jugo, ni letra.
Una gruta es su lengua, un recipiente abierto.
Su sed es tierra. Su ausencia. Sombra su corazón,
cáscara, sutura de la tierra seca. No tiene orejas.
pero escucha, escucha bajo las piedras lisas
escondida junto a un pubis sin sexo. Ranura sin espera
ni hijas, gajo de gesto húmedo, la víbora
es pensamiento, razón endurecida, hueco de un dios
áspero y pardo, falible y poroso, chacharero,
muela en el llano, padre, padre, dije padre,
vine a decirte lo que me dijo madre que te dijera
entonces, todo se dice cuando claudica el tiempo,
silba en su redoble y se enclava en la garganta.
María Baranda
Nació en la Ciudad de México, el 13 de abril de 1962. Su obra ha sido traducida al inglés, francés, lituano y alemán. Entre sus libros de poesía destacan El jardín de los encantamientos, Fábula de los perdidos, Los memoriosos, Moradas imposibles, Nadie, Los ojos, Narrar, Atlántica y el rústico, Dylan y las ballenas, Ficticia, Arcadia y Yegua nocturna corriendo en un prado de luz absoluta. Ha recibido los premios Efraín Huerta (1995), Francisco de Quevedo (1998), Premio Nacional de Poesía Aguascalientes (2003) y el Sabines-Gatien Lapointe (2015). La editorial venezolana Monte Ávila publicó su poesía escogida en el volumen Ávido mundo; y la UNAM, en El mar insuficiente
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Escrito por Redacción