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Estados Unidos (EE. UU.) sigue dando peligrosísimos pasos para desencadenar la guerra nuclear y así poner fin a la humanidad. Solamente los plumíferos, sicarios mediáticos o agentes pagados por los gobiernos del “Occidente Colectivo” pueden afirmar que la matanza realizada el 23 de marzo en la sala de conciertos Crocus City Hall de Moscú, donde ya se contabilizan 140 muertos y más de cien heridos, haya sido el grupo terrorista ISIS, también conocido como Estado Islámico. María Zajárova, vocera del Ministerio de Relaciones Exteriores de la Federación Rusa, ha dicho con mucha claridad que el gobierno estadounidense se ha apresurado a vincular a ISIS con el atentado, pero que, en realidad, esta vinculación apresurada busca tender una cortina de humo para impedir que se identifique a los verdaderos planificadores y orquestadores de la matanza.
Para Zajárova es evidente que intervinieron otros grupos patrocinados por fuerzas más poderosas que el grupo ISIS, otra criatura del gobierno de EE. UU. que ha sido su instrumento para atacar a Irak, Irán, Siria y para controlar una importante zona petrolera en Siria; ISIS es el imperialismo yanqui disfrazado de grupo radical y extremista. ¿Qué busca el gobierno yanqui con esta brutal matanza en el corazón de Rusia? Primero: desacreditar el contundente triunfo de Vladimir Putin en las recién realizadas elecciones para presidente de la Federación Rusa en las que obtuvo casi 88 por ciento de los votos. Segundo: los halcones guerreristas quieren seguir calentando el escenario de la guerra en Ucrania, pues ante la posibilidad de establecer negociaciones para la paz, el Complejo Industrial Militar quiere impedir cualquier acuerdo que cese la guerra, pues ese complejo militar quiere seguir vendiendo grandes cantidades de armamento y municiones. Tercero: el imperialismo yanqui y su cabeza, el Estado profundo, desean desmoralizar a la población rusa e intimidar a los ciudadanos para que retiren su apoyo a la Operación Militar Especial que instrumentó el gobierno ruso ante la amenaza de que Ucrania fuese la plataforma de la OTAN para lanzar ataques nucleares a muy corta distancia.
La Guerra Fría, que comenzó prácticamente desde que surgió la URSS y que nunca ha terminado (ni siquiera terminó cuando cayó la URSS en 1991), por momentos amenaza en convertirse en una guerra de grandes proporciones, es decir, en la tercera guerra mundial. Dentro del amplio catálogo de películas que versan sobre la Guerra Fría hay algunas hechas por Hollywood que pueden mostrar las dos tendencias principales dentro de la cúpula militar y política norteamericana respecto a la posibilidad de desatar una guerra nuclear para “defender a EE. UU. y sus aliados de un ataque de Rusia”. Una de esas cintas es Marea Roja (1995), del realizador Tony Scott. La cinta presenta una situación ficticia: en Rusia existe inestabilidad social y política; un grupo rebelde ultranacionalista quiere tomar el control de los misiles nucleares que posee Rusia y lanzarlos contra EE. UU. La marina norteamericana está en alerta máxima y envía un submarino cargado de misiles nucleares cerca de las costas orientales de Rusia, en el Océano Pacífico. La misión está encabezada por el capitán Frank Ramsey (Gene Hackman), uno de los pocos militares con experiencia en combate y un decidido partidario de lanzar misiles nucleares a la menor provocación rusa. El segundo al mando es el capitán de corbeta Ron Hunter (Denzel Washington).
Entre ambos oficiales se desata una feroz competencia; ante el aviso de que los sublevados rusos dispararán misiles, Ramsey da la orden a la tripulación de preparar un lanzamiento preventivo de ojivas nucleares; sin embargo, Hunter, con una visión menos guerrerista y apostándole a que no haya un holocausto nuclear que signifique el fin de la humanidad, se opone a lanzar el ataque preventivo. Interesante la situación que se da dentro del submarino nuclear. ¿Cuántos militares y políticos yanquis estarían dispuestos motu proprio a desatar una guerra nuclear?, ¿nos estamos acercando a la tercera guerra mundial? Por lo pronto Rusia debe seguir alerta; después de los ataques en el Puente de Crimea, la voladura del gasoducto Nordstream 2 y el atentado en Crocus City Hall, se pueden esperar más ataques del imperio yanqui y sus aliados.
Para los jóvenes enrolarse al crimen organizado significa una opción atractiva de trabajo; mientras los medios pintan a los narcos como héroes por su valentía y audacia para escapar de las autoridades, y más.
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El reloj corre para dos de los tres grandes fabricantes de automóviles. El 22 de septiembre otros cinco mil miembros del sindicato UAW de 38 centros de distribución de piezas de Stellantis y General Motors abandonaron el trabajo.
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Escrito por Cousteau
COLUMNISTA