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Ni mis deseos ni mi palabra son realidad: faraón Keops
Cuando en el capítulo final de la novela La maldición de Ra, el faraón Keops designa como heredero del trono a su yerno el general Djedef, entre otras cosas hace una confesión que por su sinceridad y modestia difícilmente pudo haberla hecho la misma persona que mandó construir una de las pirámides más grandes de la historia antigua del mundo, ya que fue levantada por decenas de miles de trabajadores libres y esclavos que movilizaron 2.3 millones de bloques de piedra entre los años 2500 y 2520 antes de nuestra era.
Su verosimilitud, sin embargo, se debe básicamente a las múltiples licencias que el arte permite a los creadores y a la congruencia con que Mahfuz hizo hablar a Keops:
“Hace más de 20 años declaré la guerra al destino y amenacé la voluntad de los dioses. Organicé un pequeño ejército y lo encabecé yo mismo para combatir a un bebé. Nunca tuve la menor duda de que mis deseos eran la única verdad y que podía hacer prevalecer mi palabra. La realidad se ríe hoy de mi confianza, los dioses se ríen de mi orgullo y hoy habéis visto cómo he recompensado a Man-Ra por haber matado a mi heredero y elegido a su hijo como mi sucesor al trono de Egipto. ¡Todo esto es sorprendente!”.
Pero además de esta declaración inverosímil, en las páginas de esta magnífica novela también es posible hallar expresiones poéticas y filosóficas que Mahfuz atribuye a sus personajes o que filtra por cuenta propia en su relato. Por ejemplo, cuando hace decir al faraón: “No hago más que asombrarme ante esta muela del molino que gira y gira sin parar triturando a reyes y súbditos”; o cuando afirma que “la mayor desagracia del hombre es la vejez y la enfermedad, que se ríen del hombre más poderoso”; o cuando un ingeniero de la gran pirámide de Keops dice que la “belleza consiste en hacer aparecer la esencia de los objetos, lo que hace de ellos y del resto de las criaturas una unidad armónica”.
En la trama de La maldición de Ra, este dios solar egipcio es identificado por Mahfuz con el también egipcio Atón, el cual a su vez tuvo muchas similitudes con el griego Zeus, el romano Júpiter y el israelita Jehová, que fue y sigue siendo la deidad única de los fieles judíos, cristianos e islámicos. En la historia y figura del faraón Djedet hay asimismo un lejano rasgo del profeta judío-egipcio Moisés y también con Jesús de Nazareth, quien de bebé fue perseguido debido al dicho de una profecía, según los Evangelios.
Estos mitos religiosos del Medio Oriente y Asia Menor refuerzan una vieja teoría histórica, sociológica y antropológica que postula que los hombres de todas las culturas del orbe heredaron de sus antecesores milenarios una misma creencia religiosa original que hoy se expresa a través de múltiples lenguas.
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Escrito por Ángel Trejo Raygadas
Periodista cultural