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GREGORIO DE GANTE. Nació en Tecali, villa del estado de Puebla, el siete de julio 1890. Fue poeta, maestro y revolucionario mexicano, contemporáneo de Luis G. Urbina y Manuel José Othón. En su tiempo fue llamado Poeta de Puebla por antonomasia, y conocido ampliamente en todo México. Fue un gran promotor de la educación y la cultura, laboró como maestro en Teziutlán, Puebla, donde enseñó latín, griego y ciencias exactas. Trabajó en el Club Liberal Antirreleccionista Luz y Progreso, al mando de Aquiles Serdán, y una vez estallada la Revolución Mexicana se sumó con todos sus hermanos. Sobrevivió a la guerra con una herida en una pierna, que le obligó a usar un báculo. Su libro Estampas de mi tierra fue saludado jubilosamente en 1938 por la prensa nacional y por la crítica, este libro incluye maravillosos poemas de amor a su patria como China Poblana, El Charro y Piropos al rebozo. Publicó también Rumores del aula (1919), Canciones del amor humano (1923), Cancionero del dulce amor sin ventura (1939) y La lira heroica. En 2011 se instauró la presea Gregorio de Gante al Mérito Educativo, máximo galardón para los maestros en Puebla. Murió el 30 de septiembre de 1975.
ROMANCE DE NAVIDAD
Haz del infortunio mío,
piñatero, una piñata,
y llénala con los besos
de aquella China Poblana
tan ingrata, cuanto cruel,
que a su Charro olvida y mata.
Del techo, azul como el cielo,
que le formarán mis ansias,
con la soga de mi vida
yo colgaré esa piñata.
Tu me vendarás los ojos
con la venda de su gracia
y me darás muchas vueltas
porque no pueda encontrarla.
A pesar de hallarme ciego,
iré recto a la piñata
que luego habrá de quebrar
la vara de mi constancia.
Después, a pesar de todos
los que quisieran ganármela,
la colación será mía
como sueña mi esperanza.
Tu no sabes del dolor
de amar a una China ingrata,
pero escucha mi congoja,
presto atiende a mi palabra
porque mi pena amargue
el gozo de tus “posadas”;
¡haz del infortunio mío,
piñatero, una piñata!
HABLA DE UN DÍA QUE VENDRÁ
Cuando mi cantar se pierda
en el silencio sin fin,
que se distribuya todo
cuanto en vida poseí:
dejo a los esclavos de alma
que llevan yugo servil,
el odio que contra todas
las tiranías sentí;
la ecuanimidad sin ídolos
que siempre me hizo sentir
mi conciencia de hombre libre,
dejo al fanatismo vil;
mi amor a la humanidad
sin fronteras ni país,
dejo a los buenos que luchan
por el fraterno vivir;
los tesoros de belleza
de los versos que escribí,
dejo a los menesterosos
del estético sentir;
mis ansias de perfección
dejo al humano redil…
¡Que se distribuya todo
cuanto en vida poseí!
Pero el pensamiento íntimo
que me ayude a bien morir,
el de que te amé hondamente
siendo con ello feliz,
ese pensamiento, Amada,
solo te lo dejo a ti.
HERRERO
A Carmen Sylva
Jadeaban los fuelles como unos
seres gigantescos
que estuvieran bajo la fatiga;
en la fragua, el fuego
levantaba triunfal polvareda
de chispas, fingiendo
una lluvia copiosa de oro
o girón constelado de cielo;
los mazos golpeaban
tenaces el hierro,
y era como millones de aplausos
su sonoro estruendo;
los martillos cantaban vibrantes
la potente canción del acero
que se siente mordido en los yunques;
los músculos recios
del rudo gigante
que mentían al obrero,
eran roja corriente de vida;
y en los yunques sonoros, los ecos
de la forja eran,
simultáneos, frecuentes, alternos,
esa estrofa viril que el trabajo
esparce a los vientos.
Admirado ante tanta grandeza
me acerqué al herrero
y le dije: hermano,
hermano que has hecho,
libre y afanoso,
del taller un templo
donde rindes culto al trabajo;
por tu amor primero,
por las dulces caricias que te hacen
tus hijos pequeños,
por la plata que brilla en las canas
de tu madre, ¿qué harás de este hierro?
–Será espada invencible en el puño
de fuerte guerrero,
como rayo que siembra la muerte
cruzará por los campos escuetos,
bañará un torrente de sangre
sus entrañas templadas a fuego.
–¿Por ventura esa espada terrible
les dará libertad a los pueblos
y la sangre
que pinte su hoja
de tiranos será o de protervos?
- ¡No, la espada será de conquista,
o el azote será de plebeyos!
–¿Y ése otro?
–Será del suicida
revólver siniestro,
con el hombre que mata a su hermano
sembrará horfandades y duelos;
¡Él hará que florezca la raza
de Caín!
–¿Y aquéllos?
–Serán de tortura
crueles instrumentos:
guillotinas, grilletes, esposas,
cadenas de reo,
rejas de presidio,
puñales sangrientos…
Y clamé al alejarme espantado:
¡Dios maldiga tus armas, herrero,
Dios maldiga el martillo que usas,
Dios maldiga tu yunque y tu fuego,
Dios maldiga el afán con que forjas
esa muerte que vive en tus hierros!
INTERROGA Y ESCUCHA
Mortal, desde la huraña
Selva, hasta la maleza,
Todo te habla en la extraña
Lengua con que se expresa
El alma de las cosas.
¿No te cuenta de odios la cizaña?
¿El manantial no te habla de pureza?
¿No te dice de orgullos la montaña?
Todo habla y todo enseña:
el árbol y la breña,
la roca y el gusano,
el vórtice y la arista;
lo que se halla al alcance de tu mano
y lo que está al alcance de tu vista.
Natura lanza en coro
su himno de admoniciones;
¡hasta el silencio alarga frutos de oro
en el árbol de las meditaciones!
Interroga y escucha la escondida
virtud de lo creado,
el porqué de la muerte y de la vida,
al porqué del futuro y el pasado.
Todo caerá a tus manos,
todo vendrá a tu imperio;
¡si el misterio es tenaz a tu pregunta
más tenaz tu pregunta has que el misterio!
Del alma de las cosas sigue el rastro;
sus voces te guiarán por el profundo
misterio, que es fecundo;
Ya lo ves tú: Hershel le quitó un astro,
Colón le arrancó un mundo!
Parábola de la ilusión
Absorto, en silenciosa
actitud, en unciosa
contemplación, el niño sonriente
sobre el brocal de piedra se apoyaba
y miraba, miraba,
el cristal impasible de la fuente.
Y las linfas quietas
de las aguas dormidas,
soñaban ser un trozo de infinito
y miraban, miraban abstraídas
el alto azul. ahíto
de silencio, el jardín permanecía
quieto, bajo el ambiente
sereno y parecía
contemplar, como el niño y cual la fuente,
la bóveda vacía.
Aquel rincón del mundo
era como un éxtasis
de azul, sólo de azul, de azul profundo.
De pronto, el niño toma
un cantarillo que a sus pies asoma
y, metiendo en la fuente
el hueco de las manos enconchadas,
le echa agua, febrilmente.
- ¿Qué haces? le digo.
Vuelve sonriente
el rostro y, continuando
en su infantil anhelo,
me grita:
- ¡Estoy llenando
mi cántaro de cielo!
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Escrito por Redacción