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Estados Unidos, imperio cautivo de la tecnopolítica
El capitalismo impulsó la actual revolución industrial con la creación de softwares y hardwares.
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Un reducido sector social integrado por la aristocracia financiera, industrial y tecnológica digital lidera la nueva era del capitalismo de Estados Unidos (EE. UU.) en perjuicio de las mayorías del país vecino.

Arropada por multimillonarios que financiaron su campaña, la nueva presidencia de Donald Trump marca un punto de inflexión afirmando el poder en el sector de la innovación tecnológica e industrial.

Sus corporaciones combinan la tecnología formal, la tecnopolítica y el llamado trolling –abuso por mero gusto– contra las empresas de menor rango financiero e industrial y contra los gobiernos de otras naciones.

Si la primera y segunda revoluciones industriales alentaron la creación de nuevos servicios e infraestructura del Estado de bienestar, la actual revolución tecnológica se expande por todos los sectores y la geografía local.

El resultado para las mayorías resulta devastador, pues arrebata los derechos comunes al privatizar los servicios del Estado nacional. Se trata de la tecnología de las “superaplicaciones”, de las nubes industriales y de la inteligencia artificial, que supuestamente conducen a un mundo más sustentable, pero que realmente sólo hacen más poderosas a las oligarquías.

Más allá de la fascinación suscitada por estos avances, es urgente subrayar que los trabajadores, los consumidores y la sociedad civil son quienes pagan altos precios que aumentan colosalmente las ganancias de las corporaciones y sus magnates.

El capitalismo impulsó la actual revolución industrial con la creación de softwares y hardwares. En 20 años consolidó una nueva forma de socializar, interactuar, investigar, informarse, crear arte, consumir contenidos y comprar.

En ese corto lapso, la capacidad innovadora de estos desarrollos catapultó a las empresas tecnológicas a la cima del poder económico, convirtió en titanes a sus ejecutivos y proyectó los intereses imperiales de EE. UU. en el mundo.

Desde México, estas corporaciones se caracterizan como protagonistas de una combinación funcional de la intensa demanda de materias primas e infraestructura con las innovaciones técnico-científicas que crean nuevos bienes de consumo y servicios en beneficio del capitalismo.

Sin embargo, este control del data-mundo ha creado nuevas confrontaciones políticas para las que no todos los países están preparados, entre ellos México, cuya economía depende del exterior y sus alianzas comerciales favorecen al gran capital.

En el telón de fondo hay una fuerte batalla entre EE. UU. y la República Popular China (RPCh) porque ambas potencias compiten por los nodos y materiales críticos, lo que genera la posibilidad de una guerra, alerta la politóloga Asma Mhalla.

La disputa capitalista está dominada por el data-mundo y la Inteligencia Artificial (IA), por cuyo potencial compiten el mundo desarrollado y sus corporaciones; rebasan todas las normas y abaratan costos para vender su tecnología al Pentágono o al mejor postor.

Hoy, el plusvalor extraordinario del dato está en manos de las oligarquías, con el respaldo de la Casa Blanca. Esta situación se da en un entorno tecno-estratégico que alienta la puja entre EE. UU. y RPCh en diez ámbitos: sistemas de control conectados en red, 5G, tecnologías hipersónicas, guerra cibernética, guerra de información (fake news), energía dirigida, microelectrónica, ciencia cuántica, espacial y biotecnología.

De todos ellos, México es muy dependiente y, por tanto, vulnerable a la manipulación político-económica dirigida desde la Casa Blanca. De ahí la importancia de este rubro.

Broligarcas al mando

El proceso de “coptación del Estado” inició en 2007, cuando el capitalismo estadounidense, durante su fase globalizadora, fortaleció su política de poder imperial hacia múltiples frentes, en particular el tecnológico, volcado ya en la política y la militarización. La característica de ese giro “tecno-político” fue la gran concentración de la violencia –simbólica o militar– económica y financiera, apunta Pierre Hassner.

Desde los años 90, con las nuevas tecnologías de información, los estrategas políticos volvieron su mirada al llamado “kilómetro cero”, ubicado en el sur de la bahía de San Francisco, California, donde nació Silicon Valley, que pronto sería el eje del capitalismo basado en la tecnología de avanzada.

En 2010 cobraron importancia mundial con la innovación digital y la telecomunicación en la oferta de productos y servicios. Unas 38 empresas se asentaron en los cuatro mil 854 kilómetros cuadrados del que ya se denominaba Silicon Valley, identificado como eje de la riqueza basada en “tecnología de punta”.

Una década después operaban ahí más de tres millones de técnicos, diseñadores y creadores de Apple, Alphabet, Google y Meta, con enriquecedora sinergia entre gigantes financieros como Visa, petroleros como Chevron y alumnos de la Universidad de Stanford.

Fue entonces cuando Donald Trump articuló la rebelión de sus seguidores contra la asunción del expresidente Joseph Biden quien, una vez en el cargo, encontró un país polarizado y en franca crisis económica, agudizada por la pandemia de Covid-19.

Durante su gestión, la inteligencia artificial cobró vigor y las tecnológicas se posicionaron como símbolos de la innovación estadounidense. En julio de 2023, Amazon, Alphabet, Meta, Microsoft, Antrhoropic, Inflection AI, Open AI, entre otras, simularon un compromiso: ofrecieron a Biden “minimizar” los riesgos contra personas y entidades. No cumplieron.

Mientras tanto, el capitalismo tecnológico asedió al Estado. Las cabezas visibles de las corporaciones de Silicon Valley, el motor económico de EE. UU., fueron invitadas especiales a la segunda toma de posesión de Trump, el pasado 20 de enero.

Los rostros más conocidos son Jeff Bezos, de Amazon; Mark Zuckerberg, de Meta; Sundar Pichal, de Google; Tim Cook, de Apple y Shou Zi Chew, de Tik Tok. Todos, o la mayoría, son varones blancos, conservadores, influyentes en política y aspiran a redefinir el poder global mediante el uso de la actual revolución tecnológica.

Ellos y un puñado más esperan ignorar la ley a cambio de los millonarios donativos a la campaña electoral del neoyorquino. Son los llamados broligarcas de Silicon Valley que, desde enero, formalizaron su alianza con Trump a través de Elon Musk, su líder.

Los broligarcas (“hermanos del poder”) son criaturas muy arraigadas en la sociedad estadounidense, mitad tecnólogos, mitad oligarcas (grandes ricos con poder político) porque combinan la arrogancia de Silicon Valley con la sed de poder de un Barón del Acero del Siglo XIX.

Los broligarcas deben preocupar a la humanidad, alerta la historiadora Jurgen Masure, porque piensan en grande, pero sólo para sí mismos; no creen en la solidaridad ni en la ambición colectiva, sino en la libertad individual sin límites. Para ellos, la libertad significa no tener reglas ni impuestos ni supervisión gubernamental.

En México se ha visto cómo las multinacionales construyen el poder político formal; y en EE. UU. integran la nueva oligarquía que concentra más riqueza. Su dominio se basa en una combinación de tecnología total, “tecno-política” y trolling (violencia verbal, laboral y social).

La nueva fase del capitalismo, compulsada por los broligarcas, prioriza el interés individual y corporativo sobre objetivos nacionales. Ellos conforman la llamada nueva aristocracia financiera y tecnológica, conocida como oligarquía financiera, explica Lucas Aguilera.

La fusión del capital industrial, el capital bancario y la tecnología del conocimiento digital acondiciona la adaptación del capitalismo. Es un modelo más monopolista y largoplacista, como advirtió el presidente del fondo de inversión global BlackRock, Larry Fink: “si los Estados no regulan sobre el futuro, lo haremos las corporaciones”.

Coptación total

Esta revolución tecnológica es un hito político. Las élites económicas, financieras y tecnológicas han logrado coptar al gobierno de la superpotencia militar actuando en el contexto político-electoral. Han aprovechado las deficientes normas para proyectar su influencia, cabildear y financiar a candidatos y partidos que ganan por default.

Con esta captura bloquean las iniciativas del Estado a favor de las mayorías y controlan los monopolios para favorecer a las minorías. Think tanks, universidades y medios de comunicación justifican los privilegios de las élites, que son el “círculo relacional”, alientan la desigualdad y disfrazan la captura del poder al llamarlo “democracia”.

Pero esta captura no se limita a EE. UU. En su momento, el presidente francés, Emmanuel Macron, y su homóloga argentina, Cristina Fernández, admitieron que, hoy, el poder ejecutivo del Estado únicamente detenta el 20 o 30 por ciento del poder real, recuerda el experto Lucas Aguilera.

El dominio de la tecnopolítica ha avanzado rápida, asertiva y eficazmente, pero no siempre con facilidad. El desarrollo del capitalismo trasnacional hacia la digitalización ha requerido sus alianzas con Estados serviles de filiación neofascista, pues se inicia la reorganización total del Estado, explica el exministro de Finanzas de la quebrada Grecia, Yannis Barufakis.

Esto explica por qué se han intensificado las razzias contra barrios negros, oficinas, instituciones, centros comerciales y de ayuda a inmigrantes ilegales en EE. UU., así como las manifestaciones y plantones de universitarios que rechazaron el genocidio cometido por el Estado de Israel sobre Palestina.

Lo hacen demócratas y republicanos. Trump abandona a instituciones político-jurídicas de la democracia liberal; suprime la libertad de expresión y asociación, disuelve partidos y la educación universal. Es el imperialismo fascista, que se abre a todo lo reaccionario y chovinista, define Jorge Dimitrov.

La reciente etapa neofascista de la tecnopolítica estadounidense ha delegado su diplomacia a las instituciones cautivas de intereses privados (el Council on Foreign Relations, la Rand Corp. y la Brookings Institution), que priorizan en la rentabilidad corporativa sobre los objetivos nacionales, subraya Alejandro Marcó.

Socavar al Estado

Su objetivo es debilitar al Estado y desmantelar sus funciones sociales y reguladoras al controlar sus dos pilares esenciales: la recaudación de impuestos y la regulación del mercado. De ahí que miles protestaran por el acceso total del broligarca Elon Musk a las cuentas del Departamento del Tesoro.

Cuando este multimillonario adquirió la red social X, imprimió su estilo “brutal” de gestión al despedir a tres mil 700 de los siete mil 500 empleados; la mayoría sin aviso previo y otros al perder acceso a sus identificaciones, luego de recibir un correo electrónico que los despedía. Enseguida, Musk dejó la moderación de esa red social a una operadora de IA para evitar reacciones humanas.

En el ideario de Musk, el papel del Estado debe reducirse al mínimo o desaparecer por completo en favor de los mercados e iniciativas privadas para alinear el poder público a la rentabilidad empresarial.

Para él, la eficiencia no consiste en la reducción del gasto público, sino en redefinir la relación entre tecnología, sociedad y poder. Con tal estrategia se salva a la raza humana y se domina al Estado como un “gigante dormido” que desea crear una estructura monopólica con fondos públicos en torno a sus empresas.

Su visión de largo plazo se enmarca en un objetivo estratégico: promover a un puñado de corporaciones multinacionales como actores fundamentales en la escena político internacional; para la excomisionada de Comercio estadounidense Lina Khan, radica en la estrategia de acaparamiento de mercado.

Es que Musk siempre atiende su bolsillo: en 2015, el diario Los Ángeles Times estimó que Tesla, SpaceX y SolarCity recibieron cuatro mil 900 millones de dólares (mdd) del Estado. Esa sinergia público-privada se intensificaría con él redirigiendo recursos públicos a sus proyectos de tipo aeroespacial, robótica e inteligencia artificial.

Esto coincide con la advertencia del analista Leonid Savin de que la gran colección de datos, obtenidos actualmente mediante tecnologías digitales, es usada por un puñado de corporaciones para definir y anticipar el comporamiento humano. Así se puede definir y anticipar la conducta humana y con ello crear modelos de interacción

 

Agentes del caos

Al presentarlo como miembro de su equipo, Donald Trump anunció: “¡Tenemos una nueva estrella: ¡Elon!”; mientras que The New York Times lo caracterizó como “agente del caos geopolítico” (28 de octubre de 2022). La mayoría de los estadounidenses piensa que las empresas de redes sociales tienen demasiada influencia.

 En su encuesta del 29 de abril de 2024, el Centro Pew reveló que el 78 por ciento de demócratas cree que ejercen demasiado poder político y el 84 por ciento de republicanos lo asocia con aspectos negativos del país.

A su vez, expertos de Tech Policy Press (14 de octubre de 2024) estiman que, con Trump, la democracia irá en declive y ascenderán el autoritarismo y la desigualdad instigados por la tecnología.

 


Escrito por Nydia Egremy

Internacionalista mexicana y periodista especializada en investigaciones sobre seguridad nacional, inteligencia y conflictos armados.


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