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Si está en contra del neoliberalismo, ¿cuál será el papel que juegue la empresa privada en el proyecto de gobierno que propone Antorcha?
Estar contra el neoliberalismo no debe confundirse con estar en contra de la empresa privada; tenemos que hablar claro: no es ir en contra del capitalismo como modo de producción de la riqueza social. El neoliberalismo es sólo una versión de esta economía de mercado, de empresa e inversión privadas; representa sólo una modalidad que evidentemente no siempre es la que ha aplicado el capital. Esto empezó con Reagan y Thatcher, en el siglo pasado, durante la década de los 80, y es la expresión más inhumana y rapaz del capital, menos atenta a que el progreso realmente sea para todos. Es decir, representa una forma del capitalismo pero llevada a un egoísmo extremo y a una irresponsabilidad económica, política y social verdaderamente suicida de los señores del capital o de quienes dirigen la política. ¿Qué hace el neoliberalismo?, que no es propio de cualquier capitalismo, sino de esta fase rapaz contra la que está Antorcha, dice: la utilidad del capital tiene que ir siempre hacia arriba y cuando la tasa de utilidad no se eleva y la tasa de incremento de la utilidad es muy pequeña, el capital se desalienta. Los gobiernos deben garantizar no sólo que haya ganancia, sino que sean a la medida de lo que el capital requiere. Y eso no se ha podido hacer últimamente, porque se reparte demasiada riqueza entre la clase trabajadora a través de mejores salarios y pensiones, o pensiones muy tempranas; seguro contra enfermedades laborales y contra el desempleo, seguro contra la vejez y medicina gratuita. Todo eso se traduce en dinero que se va para el pueblo, hacia las clases trabajadoras, y es dinero que se nos quita a nosotros; eso es lo que está haciendo que la tasa de ganancia no se eleve, y que no crezca a la medida en que nosotros queremos. Estamos en desacuerdo con esta política. Así lo dijo Reagan y así lo decía Thatcher.
Estados Unidos (EE. UU.) venía, grosso modo, desde 1933 con el New Deal de Roosevelt. Echaron a bajo eso, no de un golpe, pero paulatinamente lo han hecho. Están dejando a los trabajadores a vivir sólo de su salario; sin embrago, el salario no ha crecido como la tasa de ganancia. Joseph Stiglitz y Krugman lo dicen: hace 30 años que el salario real del obrero norteamericano no mejora; en cambio, las bolsas de los grandes capitales y del capital bancario crece enormemente. También EE. UU. tiene un problema gravísimo de polarización social precisamente por el neoliberalismo. ¿Qué provoca en síntesis el neoliberalismo? La concentración excesiva de la riqueza en las clases altas y el descuido total de las clases bajas; ese es el neoliberalismo, hay que entenderlo. Antorcha está contra eso, no contra el capital, no en esta fase de la historia. Más adelante no sabemos qué vaya a pasar, pero en esta fase, no.
¿Qué queremos los antorchistas? Un capitalismo más racional: inicialmente, el capital debe aceptar que no se puede vivir concentrando la riqueza de manera absurda en unos cuantos que no saben qué hacer con ella, ni siquiera invertirla; porque ya no hay espacio para la inversión. Muchos países ya alcanzaron el periodo de saturación del capital, ya no aceptan más inversión. Entonces efectúan préstamos a la fuerza para tener el dinero trabajando. No se puede vivir así, hay que distribuir la riqueza; el capital debe asumir su responsabilidad social de alimentar y dar buenas condiciones al obrero para que trabaje y viva, que la sociedad entera no se sienta oprimida o maltratada.
¿Cómo sería ese capitalismo más racional, un capitalismo no neoliberal?
Primero se debe generar una verdadera política antineoliberal, no una declaración desde el Palacio Nacional, sino cambiar la política fiscal regresiva, como la que tenemos hoy, por una política fiscal progresiva. Esto significa que hay que convenir con los empresarios, y si hay necesidad de hacerles un poco de fuerza, un poco de manita de puerco, como diría la gente; pues habrá que hacérselas para que repartan la riqueza; si no queremos que esto se haga por método violentos, que se acepte el método pacífico, que todo mundo sabe cómo funciona y que es una política fiscal progresiva. Así lo han desarrollado en Noruega, Dinamarca, Suecia, Alemania, Francia, en distinto grado cada uno de ellos, pero lo hacen.
Puedo decir que lo he visto y no leído en la prensa, sino directamente, que esos países son ricos y, al mismo tiempo, mucho más igualitarios que el nuestro. Ahí no se ven “cartolandias”, ni limosneros, ni vendedores ambulantes; la gente vive bien, trabajando en un modo de producción capitalista, economía de mercado con empresa privada; de eso estamos hablando. ¿Cuál es la diferencia?, que ahí la riqueza se reparte más mediante una política fiscal progresiva. ¿Qué dice López Obrador de la política fiscal?, que no la moverá, cuando menos no en la primera mitad de su gobierno. Entonces no está combatiendo el neoliberalismo, lo declaró, pero eso no es desaparecer el neoliberalismo.
¿Y después qué sigue, porque el gobierno puede tener dinero y robárselo o volverlo a invertir en las clases altas? La medida que sigue consiste en canalizar la mayor riqueza del gobierno, dada por la política fiscal progresiva, hacia las clases populares. En México esto es urgentísimo porque no se hace. Las cifras se conocieron cuando menos durante el gobierno de Peña Nieto: 13 por ciento de todo lo recaudado se iba a las clases populares y 33 por ciento a las clases altas. Eso debe acabarse, tiene que reorientarse el gasto hacia la gente y el gobierno que combata en serio al neoliberalismo; tiene que invertir ahí para que haya empleos, donde la empresa privada no quiera o no pueda, sobre todo en las actividades que se sabe que activan el crecimiento económico, como la creación de infraestructura y el turismo. Pero en la actualidad ni hay obra, ni hay turismo, ni hay nada. La economía se está apagando porque no se incentiva, y esto está pegando directamente en el empleo y va a golpear más. Eso no es convertir el neoliberalismo, eso es fomentarlo.
El gobierno tiene que invertir en los detonadores económicos y debe convencer u obligar, en dado caso, a la empresa privada para que invierta sus capitales y cree empleos; porque la gente debe tener dónde trabajar ¿Por qué? Porque el mismo capitalismo la ha reducido a esa situación: que no tiene otro recurso para vivir que vender su fuerza de trabajo; el obrero no tiene otra cosa más que su fuerza de trabajo y la tiene que vender; y si no halla quién se la compre, lo estamos matando literalmente. Eso no puede ser, ni la clase poderosa del dinero, ni el gobierno pueden permitir eso; deben darle trabajo a la gente. Finalmente, el salario tiene que alcanzar para vivir; todo esto se puede hacer sin romper con la empresa privada. Lo han hecho los europeos occidentales. ¿Por qué en México no?
En un sentido discursivo, Antorcha ha manifestado las mismas intenciones que Morena: “luchar por los pobres”, “luchar contra la pobreza”. Sin embargo, no se ha visto que coincidan las formas de actuar y los discursos de Morena y el señor Presidente con los de Antorcha. ¿No hay posibilidad de conciliación entre ambos? ¿Es Antorcha quien le hará frente a Morena?
Nosotros no lo quisiéramos, estamos dispuestos a una conciliación con quien sea. No estamos empecinados en ser cabeza de ratón y no cola de león; también podemos ser cola de león si vemos que es lo que conviene. Pero no depende solo de nosotros. Debo de decir que este fenómeno, que realmente es llamativo para mucha gente, no es tan raro: las declaraciones de carácter abstracto, que están formuladas adrede para hacerlas aceptables por todo mundo, suelen encerrar puntos de vista contradictorios ya cuando los aterrizamos a lo concreto. Este es el caso a mi manera de ver. Morena dice: “nosotros estamos dispuestos a luchar contra la pobreza”, y Antorcha dice “estamos luchando contra la pobreza”. Parecería que no hay discrepancia. ¿Dónde se produce la diferencia? Cuando esta consigna general, que la acepta todo mundo que se dice izquierdista en este país, llega al terreno de los hechos. Ahora hay que llenarla de contenido, hay que aplicarla, hay que bajarla a lo concreto; ahí es donde, como suele decir la sabiduría popular: “donde la puerca tuerce el rabo”. Cuando se trata de aplicar en lo concreto y materializar esta lucha contra la pobreza, la divergencia entre Antorcha y López Obrador se vuelve abismal ¿Por qué? Porque él dice la manera de luchar contra la pobreza es luchar contra la corrupción. Eso es lo que está haciendo.
Al principio parecía una discusión puramente teórica entre Antorcha y López Obrador, porque nosotros nunca estuvimos de acuerdo con eso, nunca. Desde que él empezó a usar esta consigna –antes de estas elecciones y durante éstas con más intensidad y claridad– siempre expresamos que no estábamos de acuerdo con eso; pero parecía una simple discrepancia teórica, quizás un poco de vanidad en nosotros, por no querer aceptar el punto de vista de López Obrador. Pero esto ya fue al terreno de los hechos, López Obrador ya está aplicando su modo de luchar contra la pobreza, ya está aplicando su lucha contra la corrupción y ¿qué estamos mirando?
No creemos que López Obrador sea un criminal, que pretenda dañar al país porque así se lo tenga pensado. La verdad no hay manera de pensarlo así, a menos que sea un verdadero fascista; para Antorcha no es eso. Hay que sacar el problema del ámbito de la conciencia. Si a mí me preguntan ¿cómo califico a López Obrador? Yo lo califico como un mexicano que realmente siente a México, al pueblo, que realmente le duele la pobreza del pueblo, la quiere curar; pero eso no salva de equivocarse. Él tiene todas esas cualidades, y creo que todo el mundo lo ve, lo acepta y Antorcha también; Antorcha no tiene ningún deseo y menos prisa de chocar con López Obrador. Queremos que México mejore, que el pueblo mejore, y quién lo haga tendrá mi aplauso y tendrá nuestro apoyo. Lo hemos visto y lo hemos hecho en varias otras ocasiones.
Entonces, el problema ya no tiene que estar a nivel de lo que quiere o que tan bien intencionado sea el señor Presidente. El problema ahora está en el terreno de la práctica, y López Obrador está equivocado: la salida no está en combatir la corrupción, la salida está en cambiar el modelo económico. López Obrador también dice que está en contra del neoliberalismo; además ya hasta decretó, desde el Palacio Nacional, la desaparición del neoliberalismo, pero eso es un disparate. El neoliberalismo no se suprime por decreto aunque sea del Presidente de la República y desde Palacio Nacional; el neoliberalismo se suprime en el terreno de los hechos y ahí volvemos a discrepar.
¿Qué está haciendo López obrador? Lo que está haciendo son disparates que dañan a la gente que él dice que quiere ayudar. Entonces nuestra discrepancia con él no es caprichosa, ni es de vanidades; incluso lo dejamos que pusiera en práctica sus puntos de vista para que se probara en lo hechos. Los hechos ya están hablando bastante alto, y dicen que Antorcha tiene razón. Por eso nosotros nos sentimos con toda la autoridad moral para decir: Mexicanos, nosotros teníamos razón y ahora se ve más claro que antes. Nos convertiremos en partido político para poner en práctica lo que creemos que debe hacerse: una reforma fiscal progresiva, reorientación del gasto hacia el pueblo, creación de empleos y elevación de salarios.
Una propuesta de gobierno de un capitalismo menos salvaje, menos rapaz, pero no uno de izquierda ¿No es un gobierno de izquierda el que propone Antorcha?
Sería un gobierno de izquierda porque todo lo que se haga en serio en favor de las masas populares –un tanto haciendo de este término una palabra de amplio espectro– se le puede llamar política de izquierda. La política de derecha es el neoliberalismo, la concentración absurda de la riqueza a costa de las masas populares, pero los viejos izquierdistas –y todos los que hemos estudiado con cuidado la experiencia del mundo– ya hablaban de no confundir a la izquierda racional, que va al compás de la historia, al compás de las necesidades y de las posibilidades de las masas, que solo se mueve con el apoyo de masas organizadas y conscientes de sus derechos y que puede ser, en un momento dado, calificada de derechista por la gente cree que ser revolucionario significa agarrar el fusil y echar balazos para un cambio radical, para la supresión radical, por ejemplo, de la propiedad privada y de la economía basada en el mercado y en la producción de mercancías. No estoy de acuerdo con eso. Me parece que reducir el término revolución a la lucha armada es una deformación, es caer víctima del fetichismo de las palabras que hace de la revolución y la lucha armada un sinónimo. Esto es un abuso. Revolución no es sinónimo de lucha armada, revolución es sinónimo de ataque a los problemas de raíz, atacarlos desde abajo; es decir, de aplicarle a los problemas la verdadera medicina que los va a curar. Esto se debe dosificar históricamente con un atento estudio de la realidad, con un atento estudio y balance de las fuerzas, de la correlación de fuerzas y de ahí deduciendo qué se puede hacer en términos de capacidades, recursos y, en términos políticos, de correlación de fuerzas.
Esto obliga a los verdaderos izquierdistas, a los que sí saben que revolución y lucha armada no son sinónimos, a decir: es necesario ir con cuidado para no sobrepasar las posibilidades, la elasticidad de la situación histórica del momento, porque eso lleva al fracaso total de cualquier intento, si es ultra radical para las condiciones actuales. Siento que poner en práctica un proyecto como el que proponemos, es profundamente izquierdista en el buen sentido, es decir: sin caer en posiciones de ver quién es más valiente y a ver quién echa más balazos. No le entramos a esa competencia. Sabemos que la lucha armada, romántica tipo la Sierra Maestra o tipo otros experimentos, se ha quedado atrás definitivamente. Ahora ya no hay dónde refugiarse ni dónde esconderse, el avance tecnológico ya no permite que haya guerrilleros románticos en la selva; los descubren en 24 horas. No se puede. Tenemos que recurrir a la única arma que no puede ser reprimida nunca, y no puede ser eliminada de raíz: el pueblo organizado ¿Quién va a matar al pueblo organizado completo? Ni aún el más feroz de los gobernantes porque luego ¿quién va a comprar las mercancías o quién va a mover las fábricas? No pueden. Ese camino es más lento, más difícil, pero es el único que nos queda. Proponemos que el pueblo tenga mejores condiciones de vida, mejore educación y mejor salud; un pueblo más vigoroso y más educado, más consciente para que más adelante esté capacitado ante un cambio de otro tipo que ya no veremos nosotros. No estamos negando, no estamos cerrándole el camino a la historia; se lo estamos abriendo cuando pedimos el bienestar de las masas en términos realistas y no heroicos y superapantalladores, sino con medios modestos. Para un izquierdista extremista, nosotros somos unos verdaderos conservadores. Pueden pensar lo que quieran, pero yo estoy convencido de que si lográsemos hacer esto crearemos mejores condiciones para que el pueblo, más adelante, luche y cambie las condiciones radicalmente, si eso fuera lo que el pueblo necesita y quiere.
Hay algunos analistas que hablan de un posible golpe contra el gobierno de López Obrador, precisamente por los bandazos de los que usted hablaba hace un momento. ¿Existe una posibilidad real de que el imperialismo aproveche estas circunstancias para dar lo que se conoce como un golpe blando?
Me parece que en este momento no están más duras las circunstancias. Pero no veo que quienes tienen el timón del país en sus manos, tengan plena conciencia de este peligro. Al igual que mucha gente, no soy el único que lo ve, ni el único que lo dice; sí se están tomando medidas que en algún momento dado pueden rebasar el límite de tolerancia y convertirse en una verdadera amenaza a intereses del imperialismo norteamericano y, claro, por todos sus satélites, la inmensa mayoría de los países latinoamericanos. Vemos claramente cómo están operando en contra de Maduro, por ejemplo.
Creo que si no hay un verdadero repensar de la realidad de país y una verdadera revisión de la política del actual partido en el poder y del Presidente de la República, si no dimensionan mejor lo que están haciendo; si no miden con más cuidado y responsabilidad, las consecuencias de algunas de sus medidas, perderán y están perdiendo el apoyo del pueblo; pierden el apoyo de los católicos mexicanos por una política absolutamente imprudente en este terreno, como es el caso de la Cartilla moral, puesta en manos de iglesias evangélicas en un país mayoritariamente católico; o con medidas que, en vez de abatir el desempleo, lo están incrementando con ataques a la prensa y a la empresa privada. Está creándose un ambiente de hostilidad hacia el interior, que es el terreno donde suelen utilizar las revoluciones de colores, que siempre son inducidas desde el exterior. Pero nadie puede inducir una revolución de colores en un país que no tiene las condiciones para eso.
Pero la política del actual Presidente de la República está creando un descontento generalizado, una decepción y en algunos casos enojo abierto, debido a las políticas que se han tomado. Quizá –vale la pena dudarlo– quizá con la buena intención de combatir la corrupción, sí, pero así no se puede razonar en política. No bastan las buenas intenciones, hay que contrastar con la realidad, hay que verlas operar en la realidad y medir sus efectos para, en última instancia, adecuar las intenciones a lo que la verdadera realidad permite; y siento que no se hacen así las cosas. Hay corrupción en las guarderías, suprímanse las guarderías, bueno pero ¿y las madres? No digo que no había corrupción, pero las medidas que se toman no solamente curan la corrupción sino que también acaba perjudicando a los que no eran corruptos y recibían el servicio.
Ahí hay improvisación o falta de profundidad en el análisis, o simplemente carencia de voluntad para observar con responsabilidad cuál es el efecto de las medidas que están tomando. Como que hay una autosatisfacción propia de que están combatiendo a la corrupción. Aquí se está abonando el terreno interno.
Pero si junto con eso hay una política exterior irresponsable, es decir, movida por la improvisación o el voluntarismo, o por la ignorancia de las fuerzas que se mueven en el mundo actual, se puede llegar a colmar la paciencia del imperialismo, entonces el peligro de una revolución de colores es muy grave. Ya hemos tenido pruebas de lo que puede suceder, por ejemplo la política migratoria. El Presidente de la República, en su inicio de gobierno, señaló: “México no va a reprimir a los migrantes” “Yo, López Obrador y todo mi partido sabemos que esos migrantes van en busca de una vida mejor porque en sus países hay violencia, hay hambre, no hay empleo, no hay servicios y la gente tiene todo el derecho de buscar una vida mejor”. Esa es una caracterización correcta y precisa que derivó en dejar pasar a toda la emigración hacia EE. UU. por el señor Presidente de la República. “Es más, les vamos a dar un permiso casi inmediato para que circule sin riesgo por el territorio, y llegue a la frontera norte”, aseguró. Eso fue una tontería, un error, porque no se consideró que México es vecino de Estados Unidos, y que no vivimos aislados en el planeta, que vivimos en un mundo integrado. Como no se tomó en cuenta eso, se abrieron las puertas con un punto de vista originalmente correcto, pero transformado en política errónea. Y ¿qué fue lo que pasó? Los norteamericanos inmediatamente protestaron y amenazaron con cerrar la frontera completamente. Cuando eso no les funcionó, amenazaron con ponerle un impuesto de una tasa inicial del cinco por ciento, pero amenazando con llegar rápidamente a 25 por ciento, lo cual arruinaría el comercio de México con EE. UU.: le vendemos a Estados Unidos más de 80 por ciento de lo que producimos.
No aguantó el gobierno de López Obrador, y por esa imprudencia, por esa falta de premeditación, sufrimos una de las humillaciones más grandes que ha sufrido México quizá desde la guerra de invasión de 1847, que nos hizo perder la mitad del territorio; la humillación más grande que hemos sufrido hoy día es gracias a la política de López Obrador. Ese es un síntoma de lo que puede ocurrir si persisten sus imprudencias al interior, sin mirar los efectos de su política anticorrupción y si se toman medidas en el ámbito internacional; el límite no está tan lejos de acabar con la paciencia de los norteamericanos. Hay un síntoma ya importante, la opinión que acaba de dar Tony Blair a la BBC de Londres, en la cual nos culpa de ser un país de cobardes, de agachones, que preferimos cruzar la frontera arriesgando nuestra vida en vez de arriesgarla aquí, defendiendo a nuestro país, que exigimos derechos allá, en país ajeno, y dejamos que López Obrador haga lo que quiera. El señor ciertamente se ensaña con los mexicanos, pero yo leo detrás de todo eso una especie de primer tanteo para una posible revolución de colores. Basta con que López Obrador vuelva a dar un paso en falso, o así lo digan aquellos señores, para que caigamos en eso. Yo aprovecho esta entrevista para decir: ¡cuidado, mexicanos! Si los llaman a una revolución de colores no lo acepten porque las revoluciones de colores no benefician a los pueblos, los destruye.
Si el actual gobierno no nos satisface, nosotros lo podemos remover por la vía democrática. Antorcha los llama a eso, que no se dejen guiar por la desesperación, sea individual o en masa popular, siempre ha sido mala consejera. Damos el grito a tiempo. Los antorchistas no somos partidarios de una revolución de colores, la vemos como la peor desgracia para el país y se lo advertimos a la opinión pública nacional: no aceptemos una revolución de colores; aceptemos el llamado democrático de Antorcha, la salida está allí.
Cómo resumiría usted el proyecto político y económico de Antorcha, una vez que se haya formado como partido político.
Antorcha, si llega al poder, entraría en negociaciones con la clase del dinero, el sector bancario y el industrial, para que entre todos formuláramos una política fiscal progresiva. Ahí el Estado mexicano tendría que aplicar toda su capacidad de argumentación, de demostración científica y, llegado el caso, también su peso político y su fuerza; tendría que demostrarlo porque a veces hay que ser realistas, las clases dominantes no son muy racionales cuando se trata de tocarles el bolsillo, eso yo lo sé. El Estado debe hacer sentir su fuerza y su peso, pero detrás del argumento. Buscaríamos, primero por todos los caminos que permiten una negociación racional, que la clase en el poder aceptara una política fiscal progresiva real, no simulada, no una limosna; no, eso se puede hacer en términos de pesos y centavos; es decir, hacer la cuenta. Repito, lo han hecho otros países, es posible.
Una vez que se logre la reforma fiscal progresiva, el punto de partida de todo esto, tendríamos una política de desarrollo de la educación, de la salud, la vivienda, alimentación, el trabajo, de los salarios; levantar definitivamente la vida de los pueblos. Hay dinero suficiente en México para hacerlo. Coincidimos con López Obrador y coincidiremos siempre en evitar la corrupción, la fuga. Eso no hay duda, en eso estamos de acuerdo, también en nuestro proyecto la corrupción será un mal terrible y lo combatiremos con todo para que el dinero que se recaude se aplique al pueblo.
Hace mucha falta en México una verdadera investigación científica, porque estamos rezagados terriblemente frente a las potencias mundiales; todo el mundo lo dice y creo que no les falta razón: vivimos en la economía del conocimiento ¿Qué futuro tienen un país cuasi analfabeto en una economía del conocimiento? Es un absurdo, un contrasentido. A mi se me han puesto los cabellos de punta cuando el Presidente dice que él no le preocupa mucho la investigación, el avance científico del país que, al fin y al cabo, probablemente lo proteja la providencia divina. Pero yo no lo creo. A mí me parece que necesitamos una investigación científica, pero seria. Sí es verdad que ha habido corrupción y que se gasta mucho dinero y los resultados son pocos, hay que remediar eso. En efecto, necesitamos una investigación redituable, una investigación científica productiva, que realmente aporte al país lo que le tiene que aportar; pero eso no se logra matando a los investigadores de hambre, evidentemente que no.
Hay que elevar la calidad educativa. Antorcha tendría que hablar con los sindicatos y convencerlos de que se limiten a defender sus derechos laborales, que no pretendan dirigir la política educativa del país, porque esa no es función del sindicato, que respeten sus derechos estrictamente laborales, democracia total. Si no viene una serie de trabas como que no se puede mover a un señor porque es sindicalizado, pero que no enseña nada, etc. Necesitamos elevar en serio el nivel académico de este país, formar científicos, formar mexicanos bien educados, cultos, sencillos, el país lo necesita. Vivimos en la era del conocimiento y no podemos seguir en el rezago donde estamos. Antorcha se aplicaría, pero con todo, a la educación, a la investigación en serio, no como lo que se está haciendo. Dicen que crearán 100 universidades ¿Con qué? ¿Qué nivel académico va a tener eso? Eso es demagogia. Que se construya una sola si quieren, pero bien hecha y dando resultados. Antorcha lo ha intentado y venimos haciéndolo en varios lugares.
Tendríamos que mejorar la alimentación de los mexicanos; urge elevar la estatura y la fortaleza del mexicano porque este mundo se está volviendo de gigantes. Veamos cómo hay los pueblos que se alimentan bien. Nosotros seguimos sufriendo el rezago de baja estatura y musculatura débil. Parece que los mexicanos somos una raza inferior; se regodean los señores del norte diciendo que somos una raza inferior, pero no somos tal raza inferior, lo que pasa es que estamos mal alimentados. Hay que nutrir al pueblo, que haga deporte todo el mundo, no a la fuerza, no, sino por placer, porque cuando al niño se le enseña a hacer deporte, termina sintiendo placer por la actividad deportiva; tenemos que hacerlo.
En resumidas cuentas: una reforma fiscal pactada, reorientación del gasto social, aplicado a todos los factores que necesitan mejorarse para que el pueblo se eleve, para que la cultura del pueblo se incremente, que el vigor y la estatura del pueblo se supere; y a trabajar todos para producir más riqueza. Esto implica crear salarios y empleos; poner a trabajar a todos significa que hay que invertir dinero para que haya empleos para todos; y pagar mejores salarios para que la gente se desarrolle.
Y mientras ese momento llega, ¿qué hará Antorcha? ¿Cuál es su plan?
Trabajaremos en esto mismo a la escala que nos lo permite no ser gobierno. Eso es lo que hacemos ahora, nada más que sin ser gobierno, sin cambiar radicalmente la situación. Pero nosotros ya trabajamos en educación, en deporte, en cultura, llevar a los pueblos servicios como agua, electrificación, pavimento, mejoría de su vivienda; ya trabajamos en la alimentación. Muchos nos han ridiculizado porque peleamos despensas. Pero ¿por qué peleamos despensas? Porque hay que alimentar al pueblo mexicano. Si esa pobreza de las despensas no es suficiente, esa no es culpa de Antorcha; es culpa del gobierno que no tiene otra política mejor. Antorcha sí ha peleado despensas porque consideramos que el pueblo puede alimentarse; Antorcha pelea los comedores comunitarios porque, bien administrados, sí alimentan a la gente, sí son una ayuda para la gente. López Obrador no debía desaparecerlos, sino meter a sus morenos, dice que nada más les falta las alas para que sean ángeles, a dirigir los comedores para que no haya robos y que los ponga a dirigir las guarderías para que no haya fugas, ya que ellos son honrados y no roban.
Eso es lo que podemos hacer lejos del gobierno. Ya como gobierno no tendríamos disculpas. Tendríamos que cambiar de forma y fondo la política alimentaria de este país. Pero esa es una preocupación de Antorcha ahora, como la educación, la vivienda, el agua, las escuelas, el deporte y la cultura. Antorcha no es una organización campesina, popular, obrera o estudiantil porque no tiene carácter gremial. En cualquiera de estos sectores de la población, queremos un desarrollo integral; lo estamos haciendo muy limitadamente porque no somos gobierno; pero cuando seamos gobierno haremos lo mismo, pero con la calidad, la profundidad y la masividad que debe tener para que, ahora sí, haya una revolución verdadera, en el buen sentido, en la vida de los mexicanos
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Escrito por Adamina Márquez Díaz
Directora editorial de buzos. Egresada de la Licenciatura de Ciencias de la Comunicación por la UNAM.