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Entre basura y aguas negras sobreviven miles en Acapulco
Miles de familias pobres de las partes altas y bajas de las montañas que rodean Acapulco, carecen no solo de agua potable, drenaje y seguridad; además, soportan inundaciones permanentes de aguas negras y dispersión de basura.
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Conforme uno se adentra en las colonias periféricas del gran puerto del Pacífico, los caminos de terracería en mal estado denuncian el extremo contraste que hay entre éstas –denominadas popularmente como “anfiteatro”– con las bahías y playas del Acapulco turístico, es decir, el Acapulco de las zonas Diamante y Dorado y los ostentosos hoteles, restaurantes y centros comerciales de la costera Miguel Alemán.

La diferencia radical entre las dos versiones de Acapulco se advierte desde la carretera federal que comunica al puerto con la Ciudad de México (CDMX) y que corre paralela a la Autopista del Sol, llamada oficialmente Carretera Federal 950. Empezamos nuestro recorrido en El Bejuco, uno de los tantos ejidos absorbidos por la gran ciudad portuaria.

En este lugar se asienta la colonia 4 de Junio, fundada hace aproximadamente 30 años, donde viven unas 600 familias sin pavimentación ni servicios de seguridad pública, agua potable y drenaje. Los desechos se acumulan en fosas sépticas que los pobladores reemplazan periódicamente por su cuenta, porque el municipio no les da mantenimiento, lo que genera focos de infección que provocan enfermedades gastrointestinales y de la piel a niños y adultos mayores. Los olores fétidos de las aguas residuales corren a ras de tierra en las calles sin pavimentar las 24 horas del día.

La falta de agua potable obliga a los vecinos de la colonia a conectarse con mangueras a un manantial que les cobra 50 pesos por hora, lapso en el que apenas alcanzan a llenar sus recipientes para cubrir sus necesidades domésticas y de aseo personal para cinco días o una semana. Para hacer sus compras, deben caminar 15 minutos hasta el crucero de El Cayaco y 30 minutos para trasladarse en transporte público al centro de Acapulco.

La colonia Frontera Aguacatillo, fundada hace 20 años e integrada ahora por más de 150 familias muy humildes, tampoco dispone de agua potable, patrullaje policiaco ni drenaje. Solo unos tramos están pavimentados y algunas viviendas tienen luz provisional. El agua llega en pipas, cada una con un costo de 800 pesos, o la acarrean en cubetas desde un manantial cercano.

Frontera Aguacatillo no cuenta con ningún plantel escolar, por lo que los estudiantes de preescolar, primaria y secundaria deben caminar hasta media hora para llegar a la escuela más cercana; y los que pueden viajar en camionetas de pasajeros, pagan cinco pesos.

La colonia cuenta con redes de agua potable y de drenaje, pero no funcionan; por lo que usan fosas sépticas, a las que no se da mantenimiento. Los ríos de aguas residuales corren por las calles todo el día, denunció María de la Luz Miranda Jiménez, quien habita en esta comunidad desde que se fundó.

La colonia Ampliación Izazaga, asentada hace 25 años, también cuenta con redes de agua potable y drenaje, pero éstas no operan; sin embargo, a los vecinos les llegan los recibos de cobro de la Comisión de Agua Potable y Alcantarillado del Municipio de Acapulco (Capama), los cuales deben pagar puntualmente. Para asearse y realizar sus actividades cotidianas, acarrean agua de un pozo.

Desde la creación de la colonia, las balaceras y las persecuciones son tan cotidianas como el correr de las aguas negras por las calles en mal estado. Los vecinos caminan entre ríos de fétidas aguas residuales y la mayoría tiene hongos en los pies. Este severo foco de contaminación no ha sido atendido por el municipio, ya que poco se ha arreglado la red de drenaje y ésta pronto se ha deteriorado.

En la Ampliación Izazaga se han registrado frecuentes percances entre los automovilistas y peatones que caminan diariamente entre los ríos de suciedad. Para llegar al centro preescolar Felipe Carrillo Puerto, a la Escuela Primaria Hermenegildo Galeana y a la Escuela Secundaria Niño Artillero, los alumnos deben caminar entre las aguas residuales. La mayoría de las amas de casa cocinan con leña debido al alto costo del gas LP.

Hartos de los fétidos olores, los colonos taparon una olla de drenaje que reventó en la parte de arriba de la colonia. Solo así, las autoridades municipales atendieron el problema y los colonos no respiraron la pestilencia durante varios meses; pero ésta ha vuelto y planean tapar la olla del drenaje de nueva cuenta, pues “solo así nos hacen caso”, advirtió Eva Abarca, vecina del lugar desde que se creó la colonia.

En la misma situación se encuentran otras colonias periféricas de Acapulco, como San Pedro Las Playas, El Cayaco, Tres Palos, 10 de Abril, 5 de Mayo, Apalani, Manantiales, Héroes de Guerrero, Nueva Generación, La Sabana, La Máquina, Los Lirios, Las Cruces, Las Parotas, Benito Juárez, Radio Coco, México, Fidel Velázquez, Obrera, Miguel de la Madrid, La Venta, Jacarandas, 18 de Enero, Leyes de Reforma, Izazaga, 2 de Febrero, Nopalitos, La Mica, Ampliación La Mica, Los Órganos, El Quemado, Kilómetro 21, El Veintiuno, entre otras.

En Apalani, más de mil 500 pobladores tienen 11 meses sin servicio de agua potable pese a su constante exigencia ante la Capama; y a causa de ello, no han podido acatar las medidas sanitarias recomendadas para hacer frente a la pandemia. El municipio de Acapulco es gobernado por la alcaldesa Adela Román Ocampo, militante del partido Movimiento Regeneración Nacional (Morena).

 

Un día en la vida de vecina de la periferia

Norma Rosales nació hace 42 años en Metlatónoc, de la región de La Montaña, municipio que desde hace años está considerado el más pobre de México. Desde hace 20 años salió de ahí, desplazada por la pobreza y la falta de oportunidades de trabajo y estudio. Hoy sigue viviendo en condiciones muy precarias, pero al menos tiene “para comer”.

Es vendedora ambulante; ofrece frutas de la temporada en las playas donde recorre varios kilómetros en busca de clientes y en ocasiones regresa a casa caminando para ahorrarse algunos pesos. Cuenta a buzos cómo es una de sus jornadas de vida diaria:

“Despierto a las cinco de la mañana para preparar y envasar la fruta que ofreceré a los turistas en la franja de arena de varias playas, como Caleta, Papagayo, Tamarindos, entre otras. A las seis de la mañana me arreglo y preparo la comida para mis hijos, de ocho y 10 años que en ocasiones me acompañan a vender. A las siete inicio mi recorrido por caminos deteriorados hasta llegar a la zona de playas, casi a las ocho de la mañana, hora en que inicio mi recorrido bajo los intensos rayos del sol por varios kilómetros ofreciendo frutas de la temporada. Cuando hay turistas acabo a la una o dos de la tarde; en otras ocasiones, el sol ya se está ocultando cuando termino mi mercancía y voy rápido a comprar los artículos que necesitaré para el día siguiente. También compro algo para cenar y comer al otro día”.

Con huaraches de plástico, vestido de tela fresca, una toalla atada a su cabeza y un sombrero, inicia su jornada laboral de hasta 15 horas, lapso en el que obtiene un ingreso económico para sobrevivir junto a sus hijos, Miguel y José, quienes abandonaron las clases en la nueva modalidad educativa virtual porque carecen del equipo necesario: tableta, televisión, computadora, teléfono e Internet.

Su vivienda está construida con maderos desiguales que permiten que se filtren el aire, el viento, el agua y los rayos del Sol; éste y la lluvia se cuelan a través de las láminas de cartón del techo. Su choza tiene dos focos, porque su vecina le pasa la luz y entre ambas pagan el recibo. Al regresar a casa hace un poco de aseo, cena con sus hijos y cae rendida en espera de otro día más de arduo trabajo. No necesita cerrar con llave o candados porque su puerta es de madera y plástico; para cerrarla, solo hay que levantarla un poco y atrancarla con una silla.

Al igual que doña Norma, que vive y transita entre aguas negras, baches, fétidos olores generados por los drenajes a cielo abierto y cerros de basura, hay miles de colonos de la zona suburbana de Acapulco que se sienten abandonados por los gobiernos. La falta de servicios de recolección de desechos de todo tipo es otro de los problemas que propicia la inundación frecuente de aguas negras en las calles; pues impide su desalojo o bloquea las alcantarillas, donde las hay.

En la periferia de Acapulco abundan los tiraderos callejeros de basura; éste es otro de los problemas sociales y públicos que exhiben el contraste entre los “dos mundos” de Acapulco, divididos por la costera Miguel Alemán: el turístico, visitado por famosos y ricos internacionales, con importantes y elegantes centros nocturnos, comerciales, hoteles y restaurantes; y el de las colonias populares como Emiliano Zapata, Renacimiento, Costa Azul, La Venta, etc., donde imperan la violencia, la inseguridad y la pobreza lacerante.

Acapulco es el municipio que más aporta a la economía guerrerense, con el 30 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB) estatal, y el que concentra la mayor densidad de votantes. Pese a sus aportaciones a Guerrero y al país, su población mayoritaria se halla lejos de superar el abandono oficial que padece hasta ahora porque, en el próximo trienio, el gran puerto del Pacífico mexicano seguirá en manos de Morena, el partido que también gobernará el Estado.

Además de las paupérrimas condiciones de pobreza en que sobreviven sus colonos, el puerto guerrerense enfrenta otro problema social igualmente grave: en el mapa de riesgos de 2021, que elaboraron las autoridades de seguridad estatal y federal, figura totalmente en rojo entre los 31 municipios con reporte de mayor violencia física. Este dato sugiere que, para algunos de sus habitantes, la delincuencia es la única salida a la miseria extrema que padecen.

Un estudio del Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública, realizado en 2019, aclara que Acapulco era la segunda ciudad más violenta del mundo, solo por debajo de Tijuana, Baja California, ya que ese año registró una tasa de 110 asesinatos por cada 100 mil habitantes. Sin embargo, en 2020, la percepción de inseguridad aumentó al pasar de 84 a 85 puntos porcentuales, según la Encuesta Nacional de Victimización y Percepción sobre Seguridad Pública del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi).

El enorme trecho entre pobres y ricos en Acapulco es muy grande; y durante la pandemia del Covid-19 se profundiza más, particularmente entre las cerca de 500 colonias de la periferia, donde sus habitantes sobreviven en el desempleo, el empleo informal y sin los servicios urbanos más elementales; y los residentes de los 20 kilómetros de playas –de Barra Vieja hasta Pie de la Cuesta– y las tres grandes zonas turísticas (Acapulco Tradicional, Dorado y Diamante), donde hay todos los servicios posibles y abundan exclusivos hoteles, villas de lujo y centros comerciales exclusivos.


Escrito por Olivia Ortíz

Reportera


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