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Es la poetisa uruguaya Juana de Ibarbourou (1892-1979) referente obligado para entender la participación femenina en el modernismo, ese gran movimiento que vendría a transformar la poesía en lengua española. En su obra aborda con maestría y sencillez todos los temas de la lírica universal; sus imágenes son deslumbrantes por la presencia de elementos naturales que reflejan su estado anímico.
De las etapas en su lírica amorosa, intimista, dirá Enrique Anderson Imbert en Historia de la literatura hispanoamericana: “por la pureza de su canto fue consagrada ‘Juana de América’. A quienes hablan de ella se le suben a la boca las palabras fruta, flor, mies, gacela, alondra… Es decir, imágenes de lo vegetal y lo animal en el goce de existir. De estas metáforas han salido otras. Por ejemplo: que su obra poética pasa por los ciclos orgánicos de nacimiento, juventud, madurez y vejez. A veces se los compara a las cuatro estaciones del año o a las cuatro horas del día. Y se dice que Las lenguas de diamante (1919) fue la iniciación de la vida en una mañana de primavera; Raíz salvaje (1920) la juventud en un mediodía estival; La rosa de los vientos (1930) la madurez en un atardecer de otoño; y Perdida (1950) la vejez en una noche invernal. Metáforas. Porque el autocontemplarse no es ni vegetal ni animal sino humano, y toda la poesía de Juana de Ibarbourou es un obstinado narcisismo. Narciso-mujer con las delicias de la coquetería y la femenina turbación ante el espejo del tiempo donde nos vemos afear y morir”.
Pero la obra de Ibarbourou, siendo producto de una cultivada vocación, no está dirigida a las élites instruidas; y su sensibilidad llega directo al alma popular. Le habla al pueblo en su lengua materna, a la que considera elemento unificador; es así como debe entenderse su Elogio de la lengua castellana, tan actual como en el momento de su creación. La elección del romance octosílabo, la métrica de arte popular por antonomasia, carece de toda inocencia estética; desde la primera estrofa, Juana alude a las raíces milenarias del español, a sus inumerables hablantes del pasado y el presente.
¡Oh, lengua de los cantares!
¡oh, lengua del Romancero!
te habló Teresa la mística,
te habla el hombre que yo quiero.
Ningún acto humano, por cotidiano –que no intrascendente– que sea, puede explicarse sin palabras. Y la memoria humana, construida con destellos, almacena las canciones de cuna, las frases de una carta, la letra de una canción, las oraciones para conectar con la divinidad en la lengua que aprendió de sus mayores. Sutil, pero sin vacilaciones, es la aceptación del mestizaje por la poetisa: los actos de lenguaje a que se refiere tienen lugar bajo las estrellas de un cielo americano moderno.
En ti he arrullado a mi hijo
e hice mis cartas de novia.
Y en ti canta el pueblo mío
el amor, la fe, el hastío,
el desengaño que agobia.
Lengua en que reza mi madre
y en la que dije: ¡Te quiero!
una noche americana
millonaria de luceros.
A continuación se eleva el tono épico del poema; el Castellano –dice Ibarbourou– es una herramienta tan eficaz y armoniosa, que a través de los siglos ha servido de medio de expresión a los mayores artistas que el pueblo ha producido, partiendo del gran Cervantes.
La más rica, la más bella,
la altanera, la bizarra,
la que acompaña mejor
las quejas de la guitarra.
¡La que amó el Manco glorioso
y amó Mariano de Larra!
Y si la lengua española es todo eso, se lo debe a los pueblos hispanoamericanos; porque es a través de una lengua viva, en constante transformación, que éstos pueden expresar toda la gama de emociones humanas: la alegría y la ira, el dolor y la valentía. Y el evidente panhispanismo de la poetisa puede apreciarse aquí: si algo unifica a los hispanohablantes es precisamente el conocimiento puntual de su lengua materna, ésa que es producto de un sincretismo cultural y que ha incorporado los vocablos y el espíritu indómito de los pueblos conquistados. De ahí la importancia de evitar que se descuide el estudio de la lengua nacional en todos los niveles de nuestra enseñanza.
Lengua castellana mía,
lengua de miel en el canto,
de viento recio en la ofensa,
de brisa suave en el llanto.
La de los gritos de guerra
más osados y más grandes,
¡la que es cantar en España
y vidalita en los Andes!
¡Lengua de toda mi raza,
habla de plata y cristal,
ardiente como una llama,
viva cual un manantial!
Escrito por Tania Zapata Ortega
Correctora de estilo y editora.