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*Soberbia, el pecado nacional de la España de los Austria
En la biografía del famoso exprimer ministro español de Felipe IV que gobernó España entre 1622 y 1643, el escritor Gregorio Marañón incluye evaluaciones interesantes sobre la idiosincrasia, costumbres y tradiciones de la población de su país en esa centuria, en la anterior (XVI), en la del Siglo XVII y aun en el inicio del XVIII. Es decir del reinado de Carlos I de Castilla y V de Alemania a la muerte de Carlos II, el último rey con esta ascendencia. Al fin médico, Marañón hace este riguroso diagnóstico de esa dinastía (1516-1700): “De los cinco Austrias, Carlos V inspira entusiasmo; Felipe II, respeto; Felipe III, indiferencia, Felipe IV, simpatía y Carlos II, lástima”.
Pero es igualmente drástica su diagnosis sobre la forma de pensar, creer y actuar del pueblo español en ese periodo de casi dos siglos. Su análisis continúa vigente porque es similar al comportamiento de las poblaciones de países de esa época en los Siglos XIX y XX y aun el XXI. Ésta es una de las partes más relevantes del estudio: …los españoles mantienen una “vanidad nacionalista que no se debe confundir con el verdadero patriotismo. Mentes geniales lo reconocieron ya entonces; todo pensamiento de Cervantes, por ejemplo, está ligado, allá en su subconciencia reprimida por las terribles censuras de la época, con la confesión de este pecado nacional.
“Pero esta idea no tuvo influencia en nuestra mentalidad hasta mucho después, hasta el Siglo XIX, que está lleno de la contrición de esta soberbia; y este sentimiento, de provechosa humildad, y no de inferioridad infecunda y depresiva, debe ser juzgado”… Ese exagerado sentido de grandeza que reinó en los Siglos XV al XVIII, con el que los españoles incluso vieron como “árbitros del mundo” a los reyes poltrones de España, generó en buena parte de los españoles holganza, enajenación al esfuerzo propio y decadencia, la cual sólo empezó a ser percibida a mediados del reinado de Felipe IV cuando el oro y la plata provenientes de América comenzaron a disminuir.
El médico-escritor concluye así este análisis crítico, en realidad autocrítico porque lo hace sobre el pueblo de su propio país: “el galeón funesto mató a Don Quijote. De sus vientres de madera salía, con el río del oro corruptor y enervante, la semilla del fatuo, del perezoso y del pícaro. De esta calaña de gentes se sembró el país. Entre soldados, frailes, nobles, servidores de los nobles y ociosos de profesión se ocupaba más de la mitad del censo de España. Los campos no tenían brazos y los oficios estaban, en buena parte, entregados a la actividad de los extranjeros… en este medio de perezosos y soñadores en el maná, la voluntad de trabajo y la fe en su propio esfuerzo del Conde de Olivares le convertía en un gigante entre pigmeos”.
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Escrito por Ángel Trejo Raygadas
Periodista cultural