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El brutalismo, aunque parezca extraño el nombre, es una corriente arquitectónica que se caracteriza por dar preponderancia a la funcionalidad de los edificios, poniendo en segundo término la esteticidad. El nombre de la cinta El brutalista, del realizador Brady Corbet (2024), por tanto, se deriva de la corriente del arte arquitectónico al cual perteneció –según la historia fílmica– el personaje central de esta cinta. Nominada a 10 premios Oscar (mejor película, mejor director, mejor guion, mejor actor principal y otras categorías) en su edición 2025, El brutalista, a pesar de tener una duración de más de cuatro horas, no ha sido señalada por ser una cinta soporífera, cuyo ritmo se haya convertido en un elemento que demerite la historia contada por Corbet. La clave de que mantenga el interés en los cineespectadores se debe a dos factores esenciales: es una historia interesante, bien narrada, y también porque el trabajo de montaje combinado con una buena fotografía permiten mantener el interés de forma continua en el público.
La historia de El brutalista se centra en la vida del arquitecto judío Lazlo Tóth (Adrien Brody) quien, después de haber sufrido los horrores de un campo de concentración nazi durante la Segunda Guerra Mundial, emigra a Estados Unidos en busca del “sueño americano”. Y ese sueño, como ocurre con millones de personas que han llegado a la nación más desarrollada del capitalismo, se convierte paulatinamente en una pesadilla, dadas las circunstancias a las que tienen que someterse los emigrados. Después de ser rescatado en 1945 del campo Buchenwald, Lazlo parte hacia la tierra de las “grandes oportunidades” y deja a su esposa Erzsebeth (Felicity Jones) y a su sobrina Zsofía (Raffey Cassidy) en la frontera austrohúngara, pues ellas también fueron prisioneras en el campo de concentración de Dachau. Erzsebeth, incluso, ha quedado paralítica a consecuencia de la hambruna que padeció en Dachau, la cual le provocó una severa osteoporosis.
En cuanto llega a Estados Unidos, Lazlo decide buscar el apoyo de su primo Attila (Alessandro Nivola), quien vive en Pensilvania y es dueño de una mueblería. Attila coloca a Lazlo como su empleado. La relación entre los primos parece ser buena, hasta que el hijo del rico empresario Harrison Lee Van Buren (Guy Pierce) contrata los servicios de Attila para que haga modificaciones a una biblioteca (de la mansión de Harrison). Cuando hacen el cálculo del costo de la obra, Lazlo de forma audaz logra poner un precio que duplica lo que el hijo del empresario ha dicho que pagaría. Toda la capacidad innovadora y estética de Lazlo permite hacer una biblioteca funcional y de bella factura arquitectónica. Sin embargo, cuando llega el empresario y ve las modificaciones hechas, monta en cólera y corre a Attila y Lazlo, mientras el hijo del empresario se niega a pagar el trabajo. A consecuencia de este fracaso, Attila despide a su primo (incluso lo acusa de haber hecho insinuaciones a su esposa); Lazlo se ve obligado a vivir en casas de asistencia social y a sobrevivir de los apoyos gubernamentales de comida a los menesterosos; consigue un trabajo como albañil en la construcción de un edificio.
Ahí lo va a buscar Harrison Van Buren, le pide disculpas por el mal trato y le paga los dos mil dólares convenidos por la obra de la biblioteca. Van Buren lo invita a una fiesta y Lazlo se convierte en su empleado, quien le encomienda la construcción de un palacio que honre la memoria de la madre del empresario. Erzsebeth y Zsofía logran trasladarse a Estados Unidos. La vida de Lazlo está lejos de ser una vida con lujos y con autentica libertad creativa, pues está sujeto a los caprichos y humillaciones del empresario. La perversidad de este empresario llega a su expresión más brutal en Carrara, Italia, a donde se traslada junto a Lazlo para escoger los bloques de mármol que serán utilizados en la construcción del palacio. Esa perversidad es una expresión nítida de la falsedad del humanismo y la libertad en el capitalismo, que son utopías dentro de este sistema.
El éxito de una cinta, al igual que en otras manifestaciones del arte tiene que ver con su grado de universalidad.
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Escrito por Cousteau
COLUMNISTA