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Diálogo entre el Amor y un viejo, de Rodrigo Cota de Maguaque
Rodrigo Cota de Maguaque, a quien se atribuye la paternidad de las Coplas del Provincial
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Rodrigo Cota de Maguaque, a quien se atribuye la paternidad de las Coplas del Provincial, las Coplas de Mingo Revulgo y el primer capítulo de La Celestina, es autor del Diálogo entre el Amor y un viejo, que hace recordar pasajes del Libro de buen Amor, del Arcipreste de Hita y los viejos Debates, del siglo XIII.

El Diálogo entre el Amor y un viejo es un extenso poema escrito en octosílabos en el que se presenta la discusión entre un viejo y la personificación del Amor. El viejo le niega la entrada, asegurando que la edad y la razón lo han liberado de tal esclavitud y enlista sus motivos para no recibirlo, pues no puede obtener de él sino desventajas:

Sábete que sé que son

afán, desdén, deseo,

suspiros, celos, pasión,

osar, temer, afición,

guerra, saña, devaneo,

tormento, y desesperanza,

engaños con ceguedad,

lloros y cautividad,

congoja, rabia, mudanza

tristeza, duda, coraje,

lisonja, trueque y espina,

y otros mil deste linaje,

que con su falso visaje,

su forma nos desatina.

Mientras Amor porfía por entrar a la morada del viejo, éste lo rechaza, cada vez con mayor violencia, sabiendo que su apariencia encantadora, sonriente, no es más que una trampa destinada a atrapar a los mortales en sus redes.

Ve de allí, pan de zarazas,

vete, carne de señuelo,

vete, mal cebo de anzuelo,

tira allá́, que me embarazas.

Reclamo de pajarero

falso cerro de ballena

el que es cauto marinero

no se vence muy ligero

al cantar de la sirena.

El Amor no se rinde; acicateado por el rechazo, acumula un argumento sobre otro. Al final, termina por convencer al obstinado viejo, quien sucumbe ante la promesa de recobrar la juventud.

Yo hago las rugas viejas

dejar el rostro estirado,

y sé cómo el cuero atado

se tiene tras las orejas,

 

y el arte de los ungüentes,

que para esto aprovecha;

sé dar cejas en las frentes;

contrahago nuevos dientes

do natura los desecha.

            A pesar de que el Amor ha vencido su resistencia, el viejo sigue enumerando las contradicciones a que se somete el enamorado, antiguo tópico de la poesía medieval, vigente en nuestros días.

El libre haces cautivo,

al alegre mucho triste,

do ningún pesar consiste

pones modo pensativo;

Tú nos metes en bullicio,

tú nos quitas el sosiego,

tú con tu sentido ciego

pones alas en el vicio;

tú destruyes la salud,

tú rematas el saber,

tú haces en senectud

la hacienda y la virtud

y la autoridad caer.

            A lo que el Amor responde sentencioso, cual si se tratara del depositario de la sabiduría popular.

Sin mojarse el pescador

nunca toma muy gran pez;

no hay placer do no hay dolor;

nunca ríe con sabor

quien no llora alguna vez.

 

Razón es muy conocida

que las cosas más amadas

con afán son alcanzadas,

y trabajo en esta vida;

 

la más deleitosa obra

que en este mundo se cree

es do más trabajo sobra;

que en lo que sin él se cobra

sin deleite se posee.

Finalmente, el viejo cae en brazos del Amor quien, logrado su objetivo, se venga de quien antes lo rechazara con tanta vehemencia y lo hace sufrir todos los tormentos de que es capaz, mientras la depositaria de sus afectos, una joven esquiva, huye de él.

Ahora verás, don Viejo

conservar la fama casta;

aquí te veré do basta

tu saber y tu consejo;

porque con soberbia y riña

me diste contradicción

seguirás estrecha liña

en amores de una niña

de muy duro corazón.

Y sabe que te revelo

una dolorida nueva

do sabrás cómo se ceba

quien se mete en mi señuelo.

Amor festeja su engaño y lo escarnece, enlistando las razones por las que las jóvenes huirán de él. La moraleja final es que para los viejos ya no es tiempo del amor.

¡O viejo triste, liviano!

¿Cuál error pudo bastar

que te había de tornar

rubio tu cabello cano?

¿Y esos ojos descozidos,

que eran para enamorar?

¿Y esos besos tan sumidos,

muellas y dientes podridos,

que eran dulces de besar?

¡Viejo triste entre los viejos,

que de amores te atormentas!

Mira cómo tus artejos

parecen sartas de cuentas;

 

y las uñas tan crecidas,

y los pies llenos de callos

y tus carnes consumidos,

y tus piernas encogidos

cuales son para caballos.

¡Amargo viejo, denuesto

de la humana natura!

¿Tú no miras tu figura

y vergüenza de tu gesto?

 


Escrito por Tania Zapata Ortega

COLUMNISTA


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