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Crecimiento y desigualdad
El crecimiento de la economía sí importa. No cabe esperar un mejor reparto de la riqueza nacional si no crece lo que hay que repartir.
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El crecimiento de una economía está ligado íntimamente a la inversión y ésta a las expectativas de venta de las mercancías a elaborar y los servicios a prestar. Si el crecimiento de la economía mexicana es igual a cero, eso significa que la inversión no está aumentando y se encuentra a un pelo de ser más pequeña que en el periodo anterior. Esto se debe a que los negocios no andan bien, que no hay buenas expectativas de venta porque el gasto de las familias, la demanda efectiva está, por decir lo menos, estancada a niveles ínfimos.

Si la desigualdad persiste, es decir, si los ingresos se mantienen concentrados en unas cuantas manos y la gran mayoría de los consumidores tiene muy poco para gastar, no puede haber crecimiento de la economía. La desigualdad obstaculiza las mejoras en la productividad y debilita la demanda. Apenas hace unos meses, el subgobernador del Banco de México, Jonathan Heath, declaró que el problema de los salarios bajos en México es “brutal” y que había que resolverlo “incrementándolos de una forma inteligente pero sin darnos un balazo en el pie”; el señor Heath, seguramente estaba pensando en que más de 51 por ciento de los trabajadores gana entre uno y dos salarios mínimos, lo que equivale a unos nueve dólares por día, que es lo que cobra un trabajador en Estados Unidos (EE. UU.) por cada hora que trabaja.

En su Primer Informe de Gobierno, el presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) aseguró que “ahora es menos injusta la distribución del ingreso, es decir, hay más desarrollo y más bienestar”, aunque, desgraciadamente, no lo demostró. Como muchas otras de las frases que hicieron acto de presencia en ese informe, ésta tampoco tuvo ningún sustento cuantitativo, se trató de una simple afirmación y, si nos atenemos a la necesaria repercusión que debe tener en el crecimiento de la economía una verdaderamente menos injusta distribución de la riqueza y ante el hecho craso de que nuestra economía no crece, la afirmación es falsa.

Precisamente por eso, porque mantiene a niveles de sobreviviencia el anémico mercado interno, se celebra tanto el récord histórico de las  remesas de nuestros paisanos que se encuentran viviendo y laborando en EE. UU., que envían en promedio 340 dólares cada vez que acuden a mandar dinero a sus familiares. Sí, pero eso es una hemorragia humana constante, brutal, de cuyo remedio poco se habla pero que ahí está, desde hace años, destrozando a las familias mexicanas.

El crecimiento de la economía sí importa. No cabe esperar un mejor reparto de la riqueza nacional si no crece lo que hay que repartir. Crecimiento y distribución de la riqueza están íntimamente relacionados: no hay crecimiento si no mejora la distribución de la riqueza, la capacidad de compra de los mexicanos; y no hay mejora en la distribución de la riqueza si no hay crecimiento económico. ¿Cómo romper el círculo vicioso y convertirlo en un círculo virtuoso? Con la acción del Estado, con la inversión en infraestructura básica que promueva el empleo y el pago de mejores salarios.

Pero resulta que el régimen de la Cuarta Transformación (4T) tiene paralizada la inversión, la promoción del empleo y el pago de mejores salarios. La austeridad republicana, en lugar de curar la corrupción en el ejercicio del Ramo 23, lo canceló casi por completo, aplicó el criterio del médico que ante una queja de su paciente de que le duele el brazo, receta amputarlo. Hay un subejercicio insólito en los gastos del Estado. El Informe de Finanzas y Deuda Pública, que el pasado 1º de septiembre diera a conocer la Secretaría de Hacienda, precisó que entre enero y julio de 2019, el gasto neto pagado se ubicó en tres billones 255.9 mil millones de pesos, monto menor al previsto en el programa en 197.8 mil millones de pesos. En la Ciudad de México, por su lado, está cancelada la recepción de manifestación de construcciones, lo que ha provocado una grave crisis en el sector inmobiliario, que reporta un crecimiento negativo (de -7.6 por ciento) con la consecuente desocupación de decenas de miles de trabajadores.

No es todo. El costo de la deuda es inmenso. Aunque con respecto al Producto Interno Bruto (PIB), México no es de los países más endeudados del mundo, (el endeudamiento del país pasó de representar como proporción del PIB 36.5 por ciento en 2013 a 45.4 por ciento al concluir 2018), sí es importante la carga de su deuda, su pago sí distrae recursos que de otra manera se dedicarían a la infraestructura básica. Al final del sexenio de Enrique Peña Nieto, el pago de intereses, comisiones y otros gastos de la deuda total del sector público federal duplicó el monto destinado a la inversión física directa; y en el primer año de gobierno de AMLO, los recursos que se van a destinar al pago de intereses, comisiones y amortizaciones de la deuda serán mayores a lo que se ejerza en el gasto de capital, es decir, los recursos que se dirigen a inversión en infraestructura e inversión pública.

Todo esto se debe a la austeridad, a “subejercicios”, a pago de deudas y paralización burocrática de la inversión, pero ¿qué decir de un incremento sustancial de la inversión por parte del Estado, de un aumento importante en el gasto? La instrumentación de una política fiscal progresiva, en la que los que ganan más paguen más. Ni hablar. Ante la falta de crecimiento de la economía se hace muy difícil, si no es que se imposibilita de plano, salir de la crisis fiscal en la que se encuentra el Estado mexicano (ahí está la deuda contraída). En la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico se recauda 32.7 por ciento del PIB en promedio; México, el clasificado en el último lugar, recauda el 16.2 por ciento del PIB. Sin crecimiento se vuelve muy difícil la justicia fiscal.

Con todo ello, no debe sorprender, que la agencia Moody’s estime un crecimiento muy bajo para nuestro país, de 0.5 por ciento para el cierre de 2019 y de 1.5 por ciento para el año próximo y vuelva a amenazar con reducir la calificación crediticia.

La llamada 4T no tiene programa contra la injusta distribución del ingreso, a lo más, la reedición de viejos programas de transferencia monetaria directa para dar mantenimiento mínimo al mercado interno. En conclusión: si no hay combate a la injusta distribución de la riqueza, si no se piensa y actúa en serio para una recuperación enérgica, radical, de la capacidad de compra de los mexicanos, no cabe esperar ninguna modificación importante a las bajas o nulas tasas de crecimiento de nuestra economía. Y, aunque no se quieran ver, con todas sus consecuencias. 


Escrito por Omar Carreón Abud

Ingeniero Agrónomo por la Universidad Autónoma Chapingo y luchador social. Autor del libro "Reivindicar la verdad".


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