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Dos crisis a la vez convulsionan a Estados Unidos (EE. UU.): una debida al efecto devastador de la pandemia por el Covid-19 sobre decenas de miles de ciudadanos y que ya costó millones de empleos; y otra, el asesinato de un afroamericano a manos de un policía, que confirmó la constante violencia policial en el país que preside Donald John Trump contra las minorías étnicas. Para muchos, las protestas contra esa brutalidad suscitarán una rebelión de clase; para otros es una alerta con la que el huésped de la Casa Blanca podrá invocar, en cualquier momento, la Ley de Insurrección para judicializar aquéllas.
Ésta es la mayor revuelta popular que se extiende en EE. UU. desde los años 60. La Guardia Nacional ya activó alertas en 15 entidades, más de 40 ciudades son escenario de protestas contra el abuso y la letalidad de la fuerza pública y en otras 25 urbes hay toque de queda. Más de cuatro mil manifestantes fueron arrestados y atacados por la policía, mientras el presidente amenaza con desplegar militares en las calles.
La furia social explotó el 25 de mayo por el asesinato del afroamericano de 46 años George Floyd a manos de Derek Chauvin, policía de Minneapolis. La víctima nació en Texas y vivió por años en Minneapolis; trabajó como guardia de seguridad, pero pasó al desempleo por el cierre económico.
“¿Qué queremos?”, “¡Justicia!”, “¿Cuándo la queremos?”, “¡Ahora!”, “¿Y si no la obtenemos?”, “¡Apaguemos todo!”, “¿Si no lo logramos?”, “¡George Floyd, digan su nombre!” son algunos lemas de los manifestantes en ciudades estadounidenses y del extranjero, que rompieron los protocolos para prevenir infecciones por Covid-19 como el de la sana distancia y la permanencia en casa.
El contexto más amplio de esta revuelta antirracista y contra la violencia policiaca es la deprimente condición socioeconómica de la comunidad afroamericana, víctima del desempleo y la letalidad de la pandemia; lo constata el uso persistente de las fuerzas policiacas para dispersar a los manifestantes empleando macanas, tanques y rociando oleadas de gas lacrimógeno y granadas para aturdirlos.
Tal saña atrajo el repudio de múltiples grupos y la rebelión ya es multirracial. A la protesta se sumaron miles de jóvenes blancos y Medaria Arradondo, jefa de Policía de Minneapolis, admitió: “Permanecer en silencio o no intervenir es para mí ser cómplice. El señor Floyd murió en nuestras manos”. Marchó en apoyo el jefe de Seguridad de Houston y policías de Coral Gables, Nueva York, se hincaron en señal de respeto.
A su vez, la marca de calzado Nike modificó su lema “Hazlo” (Just Do It) por un mensaje antirracial: “Por una vez, no lo hagas. No finjas que no hay ningún problema en EE. UU. No le des la espalda al racismo. No aceptes que quiten vidas inocentes”.
Leonard Moore caracteriza la brutalidad policiaca en EE. UU. como “El injustificado, excesivo y frecuente uso ilegal de la fuerza contra civiles por oficiales policiacos”. Explica que las formas adoptadas por esa brutalidad van del acoso (falso arresto), la intimidación y el abuso verbal para pasar al “asalto y agresión” (golpizas) hasta llegar a la tortura, los ataques grupales y el asesinato.
Los disturbios ofrecieron una oportunidad al gobierno de China para reprobar a Trump por su intromisión en las protestas de Hong Kong. En Twitter, el vocero de la cancillería china, Hua Chuying, publicó un mensaje contundente: “No puedo respirar” (la frase de Floyd).
La pandemia reveló que un celular y videos personales exponen masivamente –y lo saben las comunidades de color– que el racismo está vivo y es letal en EE. UU.
Violencia de clase
En torno al significado de estas manifestaciones para la comunidad afroamericana, la académica y activista Keeanga-Yamahtta Taylor sostiene que ya es momento de poner atención y entender que esto también ocurrió la década pasada y destruyó muchas vidas, que ha impactado a la actual generación y que debe debatirse ampliamente.
Terror y racismo
Febrero 23 de 2020: Ahmaud Arbery fue muerto a tiros mientras trotaba en Georgia, por Travis Mc Michael y su padre, Gregory McMichael, oficial de policía retirado.
Marzo 13. Breonna Taylor, técnica médica de emergencia de 26 años, recibió ocho disparos y murió por la policía de Louisville, Kentucky, que irrumpió en su casa a media noche por error en busca de un sospechoso que ya estaba en custodia.
Mayo 25. Christian Cooper, afroamericano graduado en Harvard, de 57 años y observador de aves, pidió respetuosamente a una mujer en Central Park, Nueva York, cumplir con la norma de que pusiera la correa a su perro. Indignada, amenazó a Cooper mientras marcaba al 911: “voy a decirles que hay un negro que amenaza mi vida”.
Cooper envió el video a su hermana, que lo posteó en redes y logró 42 millones de visitas. Alguien identificó a la mujer como Amy Cooper (sin relación con el protagonista) y como resultado fue despedida de su empleo y el perro confinado a un refugio.
Esto se trata de una rebelión de clase, pues no solo es la repetición de acontecimientos del pasado, sino consecuencias del fracaso de este gobierno y del establishment político del país para resolver la crisis creada por ellos. Son años y años de rabia contenida y es muy importante evitar que esto se repita, puntualiza.
La profesora de la Universidad de Princeton reseña: “Sabemos que nunca ha dejado de haber videos de golpizas policiacas, que el abuso es constante y que nunca se han detenido los asesinatos; sabemos que la expectativa de vida de la comunidad negra es mucho menor a la de blancos comunes”.
Y advierte: “No olvidamos que a los afroamericanos se los condujo al alcoholismo, a la adicción de opioides y al suicidio; somos conscientes de que hoy la vida de los graduados en la universidad se categorizó por ese racismo y, ahora, por la pandemia. Por eso digo que hoy convergen una rebelión de clase y el terrorismo racial que marca un terreno inexplorado en EE. UU.”.
En Twitter, Bernice King, hija del doctor Martin Luther King, mostró la foto de Floyd sometido por Chauvin y la sobrepuso, con una foto de Colin Kaepernick, el famoso quarterback de la Liga Nacional de Futbol Americano (NFL) al que se le prohibió jugar por poner una rodilla en el piso durante el himno estadounidense, una acción realizada como protesta a la violencia policiaca y la injusticia racial.
“Si estás molesto por esta primera rodilla, pero ofendido por la segunda, entonces en palabras de mi padre, usted es más leal al orden que a la justicia. Y más apasionado por un himno que supuestamente simboliza la libertad que la libertad de vivir de un hombre negro”.
Para el líder comunitario Marques Armstrong, el gobierno de Trump permitió abusos contra los afroamericanos y por eso es el descontento. “No aprobamos la violencia que sucede, los saqueos ni los disturbios; queremos que no se incendie esta ciudad, pero parece que es lo que hay que hacer para que finalmente nos atiendan”.
Seis años atrás, Armstrong intentó dialogar con las autoridades locales: “Pedimos que introdujeran cambios en la policía, que nos sentáramos todos –desde el alcalde, la policía, el gobernador y miembros del consejo de la ciudad–; hablamos con ellos, los urgimos y nos retaron”, lamentó ante medios alternativos el también negociante.
El fiscal de Minnesota, general Keith Ellison, declaró que la vida de Floyd “era importante, tenía valor. Buscaremos justicia”; y el alcalde Jacob Frey, agregó: “Ser negro en EE. UU. no debe ser una sentencia de muerte” y pidió el arresto de Chauvin, mientras la familia de Floyd exige que también sean acusados de asesinato los cuatro agentes que participaron en ese ataque.
Sin empatía
El gobierno de Donald Trump no escuchó esas voces e insiste en usar la fuerza. El 1° de junio, en su reunión virtual con gobernadores, les lanzó esta diatriba: “Deben dominar, si no los dominan y encaminan a la cárcel, están gastando su tiempo, ellos los van a atropellar y ustedes van a parecer un manojo de idiotas”, cita la transcripción del audio que obtuvo The New York Times.
La productora independiente Nermeen Shaikh describe el carácter represor en esta crisis. “Cuando las emociones estaban en carne viva por el curso de la pandemia, que dejó más de 103 mil muertos, el gobernador de Minnesota Tim Walz pedía la total movilización de la Guardia Nacional, por primera vez en la historia de su entidad”.
Un día antes, Waltz solicitó al secretario de Defensa, Mark Esper y al Estado Mayor Conjunto ayudarlo a reunir “señales de inteligencia” en los manifestantes. En datos de vuelos públicos disponibles, Shaikh encontró que la agencia de Aduanas y Protección Fronteriza (CBP) desvió uno de sus drones Predator –que patrullan la frontera con Canadá– para volar en círculo a 20 mil pies y fotografiar a manifestantes en Minneapolis.
Otro video viral, difundido la noche del sábado, mostró a una falange de oficiales descendiendo de un vehículo blindado por el barrio de Whit Tier en Minneapolis, que ordenaban a gritos a los residentes –que pacíficamente filmaban desde sus balcones y terrazas– permanecer dentro de sus casas. Los tanques amagando a manifestantes en Minneapolis expresan esa violencia policial.
Sin empatía con la causa de los manifestantes, el 29 de mayo Trump tuiteó: “Estos rufianes deshonran el recuerdo de Floyd, hablé con el gobernador Waltz y le dije que los militares están con él para lo que necesite. Cualquier dificultad y asumiremos el control, en cuanto comience el saqueo, comenzarán los disparos”.
En reacción, el 31 de mayo, The Washington Post publicó este editorial: “Donald Trump ha aprovechado la violencia de cascada en Minneapolis para hacer lo que mejor sabe hacer: inflamar, dividir y, sobre todo, distraer; incluso cuando tantos estadounidenses se tambalean por los estragos del Covid-19 y el desempleo.
“Al igual que los políticos Richard M. Nixon, George Wallace y otros discriminadores raciales antes que él, Trump considera que los cismas del país son una puerta abierta, una oportunidad para abrazar ‘la ley y el orden’, amenazar con la acción militar y ganar apoyo de la clase trabajadora blanca, su base electoral. Es una estrategia despreciable que no beneficia a EE. UU. pero que le ha funcionado hasta ahora”.
En el búnker y contra la izquierda
Por primera vez en 150 años, el 29 de mayo se apagaron las luces de la Casa Blanca cuando cientos de manifestantes llegaron a unos metros de la puerta del complejo, hasta que fueron dispersados con bombas de humo y gases lacrimógenos. Minutos antes, el Servicio Secreto evacuó a Trump, su esposa Melania y Barron, su hijo de 14 años, y los condujo al búnker subterráneo donde pasaron casi una hora refugiados contra el sitio de la furia antirracista.
El búnker, que se halla bajo la avenida Pennsylvania, se construyó entre 1948 y 1952; se le denomina Centro de Operaciones de Emergencia Presidencial (PEOC). Las únicas imágenes se hicieron públicas en 2015 y datan de cuando George W. Bush se refugió ahí tras el 11-S.
El 1° de junio, Trump ordenó denominar como “terrorista” al movimiento Antifa, grupo antifascista que impulsa las protestas y que no tiene liderazgos visibles. El magnate afirma que rijosos “profesionales” forman Antifa. El fiscal general William Barr declaró que ordenará a la Fuerza de Tareas Conjunta de la Oficina Federal de Investigaciones (FBI) identificar a los grupos “radicales” y agitadores “externos” que “aprovechan” esas protestas en beneficio de su propia agenda.
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Escrito por Nydia Egremy
Internacionalista mexicana y periodista especializada en investigaciones sobre seguridad nacional, inteligencia y conflictos armados.