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El auto estalló en las inmediaciones del aeropuerto de Bagdad, capital de Irak. Con órdenes de Donald Trump, un dron estadounidense de tipo MQ-9 Reaper acabó con la vida de Qasem Soleimani, comandante de la Fuerza Quds de Irán en los últimos 22 años. Soleimani no solo fue un militar exitoso que enfrentaba a las organizaciones terroristas que asuelan Medio Oriente, sino que participó en la guerra de resistencia sostenida por el presidente de Siria, Bashar al Assad, contra el terrorismo; y apoyó militarmente a los nacionalistas de Yemen que, desde hace años, libran una guerra contra el expansionismo de Arabia Saudita.
Por su amplia trayectoria como defensor de Irán, Soleimani se convirtió en una importante figura del Estado iraní, tenía una fuerte popularidad entre la población civil y era un obstáculo para los intereses de Estados Unidos (EE. UU.), Israel y Arabia Saudita. Por eso lo seleccionaron como blanco del atentado.
El acontecimiento generó especulaciones sobre la reacción de Irán ante el ataque estadounidense, se barajó la posibilidad de que el conflicto desembocara en una guerra entre Teherán y Washington y hubo quienes se atrevieron a vaticinar la temida tercera guerra mundial. Los líderes del Estado iraní manifestaron su indignación y rabia ante la muerte del destacado militar y prometieron vengar al mártir caído. El ocho de enero, dos bases militares de EE. UU. en territorio iraquí fueron impactadas por una decena de misiles disparados desde suelo iraní. Sin embargo, el temor mundial de que el conflicto escalara se vio conjurado cuando Trump anunció que los bombardeos no habían causado bajas humanas y que su gobierno no respondería a Irán con fuego, sino mediante el endurecimiento de las sanciones económicas.
La historia de la mala relación entre Irán y EE. UU. se remonta a 70 años. En 1953, británicos y estadounidenses derrocaron al primer ministro iraní Mohammad Mosaddeq por el intento de nacionalizar el petróleo. Ambas potencias tomaron su lugar y dieron poder absoluto al Sha Mohammad Reza Pahlavi, quien gobernó con respaldo británico y estadounidense desde 1941 hasta 1979. Durante este gobierno crecieron las desigualdades económicas y sociales entre las élites favorecidas por el régimen de Reza –que se proclamó emperador– y las clases trabajadoras; la monarquía absoluta no permitió ningún tipo de disenso y reprimió con mano dura a sus opositores.
La olla de presión estalló en 1979, cuando un levantamiento popular hizo huir al Sha y entronizó el Ayatolá Ruhollah Jomeini quien, durante el régimen monárquico, se había convertido en el líder de los revolucionarios. Desde entonces, las relaciones entre EE. UU. e Irán se caracterizan por la confrontación constante; pues el apoyo que el gobierno de este país brindó al Sha hasta el último momento generó entre los iraníes la visión de EE. UU. como enemigo de su revolución y su soberanía nacional.
La historia reciente de esta relación comenzó en 2002, cuando el expresidente de EE. UU., George W. Bush, clasificó a Irán –al lado de Irak y Corea del Norte– como miembro del “eje del mal”, países que, según él, apoyaban al terrorismo internacional. Al año siguiente, las tropas estadounidenses invadieron Irak con el argumento de que Sadam Hussein poseía armas de destrucción masiva. Irán fue acusado de “fabricar armas nucleares”; porque, desde la segunda mitad del Siglo XX, inició un programa para construir la infraestructura necesaria para producir energía nuclear –supuestamente con fines pacíficos–, actividad que continúa hasta la fecha.
Los líderes iranís siempre han afirmado que el programa no tiene fines militares, pero las potencias occidentales temen que el verdadero objetivo sea desarrollar armas nucleares, por lo que se oponen a que Irán continúe con ese proyecto. En 2015, EE. UU., Rusia, China, Reino Unido, Alemania y Francia firmaron un acuerdo con Irán para interrumpir su programa nuclear; pero al llegar a la Casa Blanca, Trump decidió abandonar el acuerdo. Tras los últimos acontecimientos, Irán ha anunciado su salida de éste para continuar con el enriquecimiento de uranio.
EE. UU. dio una muestra de fuerza con el asesinato de Soleimani, pero su influencia en la región mantiene una tendencia descendente desde hace años. Prueba más fehaciente de ello es la debacle de los terroristas en Siria, a quienes Washington proporcionó estrategas militares, armas y recursos económicos, y el triunfo de Al Assad con el respaldo de Rusia e Irán. En una zona que los estadounidenses, durante el último medio siglo, consideraban bajo su dominio total, ahora tienen problemas para mantener sus propias posiciones y para lograr los objetivos de sus aliados en el Medio Oriente. Su principal obstáculo se llama Irán. Con el paso del tiempo, el país persa no solo se ha mantenido firme ante posibles intervenciones, sino que, además, se ha convertido en un actor geopolítico de peso con capacidad para frenar el terrorismo alentado por EE. UU., encarar al expansionismo de Israel y, como ahora se ha visto, ganar guerras con sus aliados de la región, tal como ocurrió en Siria. Por eso, la muerte de Soleimani es tan significativa. Son los estadounidenses aferrándose a dominar un Medio Oriente del que Irán parece dispuesto a expulsarlos.
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Escrito por Ehécatl Lázaro
Columnista de politica nacional