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La vida nómada ha sido presentada, por la literatura y el cine en muchas ocasiones, como una vida en la que los individuos que viven una vida trashumante, lo hacen con plena libertad; y aunque corren peligros, finalmente, esa vida es algo lleno de innumerables satisfacciones. Sin embargo, el nomadismo en la mayoría de los casos tiene un origen económico (a veces político, religioso o de otra índole), por tanto no es una elección “libre”; no es el simple deseo de recorrer el mundo para “vivir con intensidad experiencias inolvidables”.
Así, por ejemplo, los famosos pioneros norteamericanos que en el Siglo XIX –sobre todo, después de la Guerra de Secesión– iban recorriendo extensos territorios del Oeste de Estados Unidos (EE. UU.), iban en busca de tierras, en busca de oro, iban a matar a los bisontes para vender su carne, su piel y su grasa. Muchos exmilitares que habían participado en la Guerra de Secesión, al no adaptarse a la vida sedentaria, pacífica y de trabajo, también recorrían las poblaciones del Viejo Oeste, pero para asaltar, despojar y asesinar a otros seres humanos (la muerte y el despojo de tierras se cebó en los indígenas que habitaban ancestralmente las inmensas llanuras y los bosques del enorme territorio estadounidense). Pero la literatura y el cine han sido vehículos eficaces para trasfigurar a esos bandoleros, presentándolos como “héroes” e individuos cuya vida es “ejemplar” para las nuevas generaciones.
Las viñas de la ira (1940) de John Ford, es una cinta que nos presenta ese nomadismo como una consecuencia brutal del empobrecimiento de los agricultores norteamericanos, que tuvieron que irse de sus lugares de origen por los efectos devastadores en la economía de cientos de millones de personas por la Gran Depresión económica que inició en 1929 y se prolongó durante varios años de la década de los años 30. En este filme, Ford refleja la desgracia de la familia Joad, quien sufre los estragos no solo de la crisis económica, sino de la terrible sequía que azotó EE. UU. por esos años, sequía conocida como Dust Bowl, la cual impelió a millones de campesinos a emigrar hacia las grandes ciudades de la Costa Oeste norteamericana.
En la cinta de Ford, el nomadismo es el resultado del ahondamiento de la miseria y desigualdad, la falta de trabajo en millones de personas. Las viñas de la ira, basada en la novela homónima de John Steinbeck, es un clásico del cine social, pues no solo retrata las consecuencias más nefastas de las crisis del capitalismo, sino que nos muestra la toma de conciencia de clase –en su forma germinal– de algunos parias del país del norte.
La vida trashumante es expuesta de nueva cuenta en el filme Nomadland (2020) de la realizadora china Chloé Zhao. Esta cinta que ganó tres premios Oscar en 2021 (Mejor director, Mejor película y Mejor actriz), así como otros premios en diversas partes del mundo. Zhao, a través de una fotografía de buena calidad y con la utilización de algunos actores no profesionales, nos conduce a interiorizar en la vida de una mujer que se acerca a la tercera edad, la cual ha sufrido los “golpes de la vida” (la muerte de su marido y el despido por el cierre de la fábrica donde trabajaba, cierre provocado por la crisis económica iniciada en el año 2008); golpes que la convencen de vender su casa y otras pertenencias para comprarse una furgoneta, con la cuál lleva una vida errante, recorriendo el Oeste de EE. UU. Fern (Frances McDormand) es la mujer que, en sus recorridos, entabla relaciones con muchas personas que también llevan una vida nómada.
Esta cinta no intenta hacer una crítica de las causas que provocan el fenómeno del nomadismo o de las condiciones en que viven los “sin techo”, la directora de la cinta intenta más bien realizar un cuadro que exalta la libertad y la belleza de la vida de los trashumantes. Sin embargo, esa “libertad” no elimina el hecho irrebatible de que aun los nómadas en el país del capitalismo más depredador de la humanidad tengan que trabajar bajo las exigencias del orden socioeconómico basado en la extracción de plusvalía, en la explotación de los obreros “libres”. Y yo, amigo lector coincido con esos grandes pensadores que han señalado que la libertad nunca podrá ser verdadera mientras los hombres y mujeres estén sometidos a un régimen expoliador y concentrador de la riqueza en unas cuantas manos. Los seres humanos verdaderamente libres, son los que llegan a comprender a la naturaleza, la sociedad y el pensamiento, y esa comprensión les permite transformar la realidad social.
Escrito por Cousteau
COLUMNISTA