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La característica del marxismo no consiste en la primacía de los factores económicos o políticos sino, como concluye Georg Lukács, en visualizarlos como una totalidad y en no cometer el error de convertir “una distinción metodológica, como la que separa la economía de la política, en una distinción orgánica”. De acuerdo con esto, la práctica criba la objetividad del pensamiento humano, circunstancia que subraya el propio Carlos Marx al advertir que “todos los misterios que inducen a la teoría al misticismo encuentran su solución racional en la praxis humana y en la inteligencia de esta praxis”. Así pues, el marxismo considera que “la cuestión de saber si corresponde al pensamiento humano una verdad objetiva, no es una cuestión teórica, sino práctica”, de tal suerte que cualquier “discusión sobre la realidad o la irrealidad de un pensamiento que se aísla de la praxis es una cuestión puramente escolástica”. “El hombre –exige Marx– debe demostrar en la práctica la verdad, esto es, la realidad y el poder, la objetividad de su pensamiento”. Vladimir Ilich Ulianov, Lenin, comparte la misma idea cuando expresa que “la práctica es superior al conocimiento (teórico), porque posee no solo la dignidad de la universalidad, sino también de la realidad inmediata”.
En una palabra: el marxismo no equivale a “determinismo económico”. Los detractores del marxismo confunden uno con otro, pero el “determinismo económico” es una teoría distinta e históricamente anterior o concomitante, que formó parte de las llamadas teorías de los “factores históricos” que tuvieron como rasgo característico el resaltar de “manera arbitraria, diferentes aspectos de la vida social, a los cuales se hipostasia”, convirtiéndolos, como advertía Jorge Plejánov, en verdaderas columnas de Hércules de la abstracción. Pero el punto de vista de los factores fue extraño al materialismo marxista, porque sus teorías se sustentaron en falsas disyunciones, en tanto que el marxismo “conduce a la síntesis de una concepción unitaria”. Las teorías de los factores ensayaron distintas disecciones anatómicas, en contraste con el marxismo que “adopta la perspectiva de la vida real en virtud de que entiende que la historia es vida y no el análisis de un cadáver”.
De modo que la práctica representa el punto de partida del marxismo. Sin embargo, éste no la asume de la misma manera, ni en el mismo sentido, que el pragmatismo. El marxismo propone un “experimento activo” que, como explica Rodolfo Mondolfo, “decide sobre la verdad de nuestro conocimiento, en cuanto el hombre actúa sobre el objeto y lo conoce justamente en el momento en que trata de modificarlo”; propone, por tanto, “una filosofía activista, voluntarista, dinámica”. El pragmatismo, en cambio, es una “experiencia que sobreviene independientemente de nuestra iniciativa y de “la actividad práctica social de los individuos concretos e históricamente dados”. En otros términos: el marxismo tampoco es sinónimo de pragmatismo, porque éste canoniza la realidad estatuida y consagra todo lo existente; el marxismo no solo no admite sino que reclama una transición cualitativa de la “necesidad a la libertad”, “de lo objetivo a lo subjetivo”; es decir, demanda la ruptura revolucionaria de lo objetivo.
Marxismo equivale, más bien, a “filosofía de la acción”, signo distintivo que Karl Kautsky reafirma cuando destaca que “ninguna concepción del mundo constituye una filosofía de la acción en mayor medida que el materialismo dialéctico”. En resumen, la práctica revolucionaria, la exigencia de revolucionar la realidad, representa la piedra de toque del marxismo, praxis revolucionaria radical que exige “atacar el problema por la raíz”.
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Escrito por Miguel Alejandro Pérez
Maestro en Historia por la UNAM.