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Valle de Allende, Chihuahua.- En Valle de Allende, Chihuahua, la tarde-noche del 1º de noviembre, Día de Todos los Santos, los niños se integran en múltiples grupos para recorrer las calles, llevando consigo a un “muerto” –uno de los pequeños cubierto con una sábana blanca y portando una vela encendida– que se tiende sobre las banquetas con la cabeza frente a las casas mientras sus compañeros se hincan y rezan simulando un funeral.
Una vez dichas las oraciones –el Padre Nuestro, el Ave María y en ocasiones la Santa Cruz– cantan en coro: “Angelitos somos, del cielo bajamos, a pedir limosna y si no nos dan, puertas y ventanas nos la pagarán”; luego hacen ruido con cencerros o botes rellenos con piedritas y se ponen a gritar: “Seremos, seremos, calabacitas queremos”. La tradición manda que, concluido este ritual, los niños hagan sonar una campanita y que el “muerto” se levante para recibir junto con sus compañeros las golosinas que los vecinos les obsequian.
Se trata de un ritual original y único que se ha mantenido vivo de forma ininterrumpida desde hace varios siglos gracias a que los niños de hoy lo heredaron de sus padres y éstos, a su vez, de sus abuelos, bisabuelos, tatarabuelos y sus ascendientes mucho más antiguos. Los “seremos” es la única tradición funeraria diferente al Día de Muertos que se practica en todo el país y a los ritos prehispánicos de indígenas del estado, perdidos ya por completo.
Personas mayores refieren que en la década de los 70 varios miembros de familias del Valle que habían emigrado a Estados Unidos (EE. UU.), trajeron la celebración del Halloween y que trataron de introducirlo mediante recorridos en los que se pedían dulces con la consigna de treat or trick, pero solo consiguieron que las familias más conservadoras reaccionaran en contra de la costumbre extranjera, a la que consideraron un peligro cultural. De entonces a la fecha los “seremos” resurgió con mayor fuerza y ahora ha logrado consolidarse como una firme tradición popular.
El autor de este reportaje realizó una investigación sobre esta costumbre que en principio tuvo el propósito de rescatar información del archivo municipal de Valle de Allende, pero no halló ninguna referencia documental debido a los varios incendios que aquel ha sufrido a lo largo de los siglos. Las únicas fuentes disponibles son orales –la de los adultos mayores de la población y el cronista municipal– y varios estudios bibliográficos del periodo histórico de la Conquista española.
El profesor Martín Mendoza Ríos, vallero que tiene una licenciatura en trabajo social y una maestría en diseño de proyectos de desarrollo social, resultó ser un ávido estudioso de los “seremos” y ha realizado investigaciones no solo sobre el aspecto histórico y descriptivo, sino también sobre el probable origen de su nombre. Mendoza Ríos sostiene que la expresión original debió ser “eremos”, los “eremos”, cuyo uso popular derivó en los “seremos”.
¿De dónde proviene esta expresión? Originalmente del griego eµrhmov: solitario, solo, inhabitado. Un uso histórico de la palabra “eremos” se registra en el español con su derivación “ermitaño”, persona que vive solitaria en una ermita y la cuida. En la España de la Alta Edad Media floreció la costumbre de privilegiar la vida ermitaña, la contemplación más pura por parte de hombres solitarios, y muchas de las ermitas estaban asociadas con los monasterios y asociados con ellos.
En sus viajes a la Madre Patria, Mendoza Ríos pudo constatar que en esa época, tanto en Castilla como en las provincias vascongadas, ubicadas en el norte de España, proliferaron las ermitas y que fue muy vasto el movimiento de las personas (ermitaños) que se sustrajeron del ambiente mundanal de aldeas y ciudades. Esta cultura del eremitismo, según don Martín, se fundió con una serie de tradiciones y rituales festivos de la gente.
Y aquí es donde las disquisiciones del profesor confluyen con investigaciones previas del autor de este reportaje, quien desde 2007 ha encontrado que el rito de mocería –documentado ampliamente en un estudio realizado por estudiantes de la Universidad de Navarra en los valles de Yerri y Guesalaz– ha estado vigente hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XX, al menos en los pueblos con más habitantes. Es en este punto donde se emparentan las costumbres de las regiones vascongadas de España con los “seremos” del Valle de Allende, Chihuahua.
El cumplimiento del rito de mocería supone la incorporación de los varones al mundo juvenil, “entrar a mozo”, pues los muchachos, una vez superada la escuela primaria, pasaban años en una situación algo ambigua, ya que por una parte no querían mezclarse ya con el mundo infantil y por la otra eran rechazados por los mozos de sus ámbitos propios. En los valles de Yerri y Guesalaz, los niños aspirantes a mozos peregrinaban en grupos por las casas de sus pueblos y aun en las fincas de las afueras, en reminiscencia de los viajes de los peregrinos y en recuerdo de la llegada esporádica de los ermitaños-eremitas a los poblados, en busca del necesarísimo bastimento para el cuerpo.
Con variantes en cada pueblo, el cántico de los “mocitos” incluía la parte de “Angelitos somos, del cielo bajamos”, expresiones que se reconocen claramente como antecesoras y como el origen histórico de los “seremos” de este lado del Atlántico. El fragmento del siguiente canto es del pueblo de Villanueva, en Yerri, y se llama Gogona:
Los de la Gogona sarture Joinona
pendere pendere sarture Joinone.
Veo veo cárcara veo Jesucristo está
en la puerta con su capillita puesta
que no nos tengan de hambre.
Angelitos somos, del Cielo bajamos,
alforjas traemos pipotes pedimos para merendar.
Somos cuatro, entraremos dos,
una limosnita por el amor de Dios.
¿Y cómo llegaron estos cánticos a América y al antiguo Valle de San Bartolomé, hoy Valle de Allende? La hipótesis más generalizada es que se trata de una tradición fósil, heredada de los antepasados españoles de cultura vasca, que llegaron a la región en la segunda oleada, después de los conquistadores en el siglo XVI y que los historiadores han establecido que efectivamente provenían de las provincias vascas de España.
La profesora Felícitas (Lichita, la nombran cariñosamente) fue una de las protagonistas más visibles en el rescate de esta tradición, junto con la secundaria Jaime Torres Bodet, plantel que realiza un concurso anual de interpretación por equipos de los “seremos”. En este certamen, el primer lugar se concede al equipo que tenga materiales originales y la mejor interpretación. Así describen ellos el ritual, ya estandarizado:
“Al caer la noche del día 1o de noviembre, los niños forman grupos. A uno se le comisiona para fingirse muerto frente a las casas que visitan en el recorrido que puede durar hasta bien entrada la noche. El 'muerto' se tiende en la banqueta con su cabeza viendo a la puerta, con una sábana blanca encima, una cruz en el pecho, y agarra con sus manos una vela encendida. Sus compañeros se hincan ante él y, simulando un funeral, rezan un padrenuestro y un ave maría, y se persignan con: 'Por la señal de la santa cruz, de nuestros enemigos, líbranos señor, no nos dejes caer en tentación y líbranos de todo mal. Amén'. Después de los rezos, cantan: 'Angelitos somos, del cielo bajamos, a pedir limosna, y si no nos dan, puertas y ventanas nos la pagarán'. En seguida, gritan y hacen sonar las campanillas, el cencerro, o bien unos botes rellenos de piedrecitas: 'Seremos, seremos, calabacitas queremos', tras de lo cual las gentes de las casas los obsequian con golosinas”.
El ritual, según la profesora Felícitas
La profesora Felícitas se ha dado a la tarea de indagar cómo experimentó la gente mayor esta tradición de los “seremos” en su infancia. “Recabé testimonios de mis amigos, de algunos que ya no están en el Valle y que viven en Guadalajara, en Hermosillo, en El Paso, en Chihuahua, etc., y me encontré con que cada quien vivió los ‘seremos’ de manera muy diferente”. Pero invariablemente la fuente y motor de la tradición, es la transmisión que se da de los padres hacia sus hijos, a través de los hijos mayores.
¿Cuál es la antigüedad de esta tradición?, le preguntamos a Lichita, quien hace el ejercicio de memoria en relación con sus ancestros: su padre, quien nació a principios del siglo XX, recordaba que sus padres le contaron que aprendieron el ritual de sus padres respectivos, por lo que de entrada sitúa ya a los “seremos” en la primera mitad del siglo XIX… Y de ahí para atrás, solo por deducción histórica, la costumbre debió de provenir, no del siglo XVIII, cuando prácticamente toda la cultura era ya novohispana, como novohispanos eran ya los militares y los burócratas que ocupaban los cargos públicos. Entonces, ¿quiénes traían de primera mano las costumbres de sus provincias españolas? Los colonizadores procedentes del norte vascongado de España y nacidos allá, que vinieron a “hacer la América” y a asentarse en el Valle de San Bartolomé, dede fines del siglo XVI hasta ya avanzado el XVII.
También fueron entrevistadas personas de avanzada edad, quienes brindaron testimonios que ilustran cómo sus padres y abuelos les enseñaron e inculcaron la conservación de esta fiesta popular, que a su vez les fue trasmitida por sus antecesores.
La señorita Ángela Arellanes Torres, Angelita, fue secretaria durante 47 años en la secundaria Jaime Torres Bodet. Sus padres, José Dolores Arellanes Olivas y Luz Torres, le inculcaron participar en los “seremos” desde muy pequeña: “Mis tías me llevaban al recorrido de cada 1º de noviembre; pero mi papá, lo recuerdo bien, tenía unas chimeneas enormes, donde se tatemaba bastante calabaza con dulce, y eso nos regalaban en los ‘seremos’ , porque era lo que le daban a uno: dulce de calabaza”. El padre de la señorita Arellanes nació en 1881 y falleció a los 74 años. Don José Dolores le contó que los “seremos” era ya una tradición con vieja raigambre en el Valle de Allende cuando era niño.
La profesora Inés Ponce es una entusiasta promotora de esta fiesta popular y de todas las tradiciones de su pueblo. A ella su padre, don Manuel Ponce, le inculcó la participación en los “seremos” y a él sus padres le recomendaron mantenerla. El señor Ponce nació en 1902 y murió a los 98 años. Contaba que a él, a sus hermanitos y amigos, la gente les daba tejocotes y naranjas, pero “no naranjas de Montemorelos sino de las de aquí del Valle”. Dice que en su infancia él y sus compañeros de recorrido llevaban la red, el costal de raspa, la vela, una cruz y un cencerro en lugar de campanita. “Mi papá siempre estaba al pendiente de que tuviéramos todo listo”, recuerda la maestra.
Doña José Isabel Arrieta Mendoza, Chabelita, cantó para este reportero el tema de los “seremos” para ser grabado en esta investigación. En 2011 tenía 77 años y cuando la conocí me conto que sus padres y abuelos ya representaban la fiesta infantil.
Doña Socorro Montes Gallardo también cantó el tema para la grabadora y lo hizo a coro con Chabelita y doña María del Refugio González Gutiérrez, cuando las abordamos para la entrevista, mientras estaban sentadas en Los Portales. Y lo hicieron muy afinadas y con un tono ligeramente diferente a como lo interpretan los niños de hoy en día. Socorrito recuerda que participó en los “seremos” desde que tenía siete años. “A mí me enseñó mi mamá, y no sé si mis abuelitos ya lo sabían, porque yo no los conocí”.
María del Refugio González Gutiérrez entró en contacto con la fiesta infantil de difuntos a la edad de nueve años. “Nos juntábamos en el barrio; recuerdo que nos daban calabaza con dulce, a veces nos la daban en la mano porque no siempre cargábamos una ollita, o porque se nos llenaba el recipiente que llevábamos”. Llevaban una cazuela o una red, y siempre se les iba tirando el dulce de calabaza, escurriéndoseles por entre las manos, y no siempre se aguantaban a repartir y comer el “botín” hasta el final, por lo que lo mordían desde antes.
“Una vez, una señora que era Testigo de Jehová nos echó agua caliente para corrernos, porque le molestaba que le fuéramos a rezar en el frente de su casa; eso fue en el callejón donde vivía Nacho Máynez. Todo esto viene de generación en generación, y sí se nota que ahora hay más ‘seremos’ que antes y que no se ha perdido la tradición”.
Doña Graciela Herrera Morales, quien nació en 1933, tenía 78 años de edad en 2011; ella comenzó a participar en los “seremos” desde los cinco o seis años. “Mi papá ponía un gran cazo con leña en el patio, exclusivamente para cocinar la calabaza en dulce que repartía a todos los que pasaban por la casa el 1º de noviembre; era calabaza en casco”.
¿Qué otras cosas les daban antes?
“Tejocotes amarillos o americanos, que aquí se daban en el Valle ya en noviembre”, responde doña Graciela. “Nos daban cacahuates también”.
¿Usted de quién aprendió el ritual?
“Yo me juntaba con Angelita Arellanes; y precisamente con ella llevábamos a alguien para llorar, que era quien la hacía de ‘viuda’ o de ‘mamá’ a la que se le murió el hijo y le lloraba”.
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Escrito por Froilán Meza
Colaborador