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Plagiar, lucrar y apropiarse de los saberes y la creatividad indígena resulta benéfico para los grupos hegemónicos que se desempeñan en sectores artísticos, deportivos y de la moda. Los llamados negocios internacionales, que aprovechan el desinterés de los gobiernos locales por la autonomía del patrimonio, explotan esta riqueza cultural y reviven el saqueo colonial de cara al Siglo XXI.
Estos delitos corporativos, que quedan impunes, se cometen diariamente en los cinco continentes ante la mirada impotente de millones de creadores y trabajadores. Es así como vemos, en lujosos escaparates de los Campos Elíseos, la Quinta Avenida o en pasarelas de exclusivas casas de moda, réplicas de diseños textiles pertenecientes a los pueblos oaxaqueños o maoríes.
Es la expresión más cínica del robo colonialista de la propiedad intelectual de pueblos vulnerables, pues difícilmente se hacen demandas judiciales para defender su autoría y quedan expuestos al lucro y a la falta del necesario y merecido reconocimiento.
Los executive managers de las corporaciones del entretenimiento (incluido el sector de la música y los videojuegos) así como textileras, no se sienten obligados a pagar regalías por sus plagios de la amplia variedad musical de pueblos originarios de Mesoamérica, La India o La Polinesia.
Las exclusivas casas de decoración que copian y usan hasta la saciedad la arquitectura y caligrafía árabe-musulmana tampoco respetan los derechos de autor. Ni Hollywood retribuye al pueblo palestino por el abusivo uso que hace de la kufiyya –el característico pañuelo de la resistencia antisionista– ni por ridiculizar la imagen del revolucionario internacionalista, Ernesto El Che Guevara.
Menos aún respeta la creatividad original de pueblos enteros que magistralmente plasman sus rituales de vida y muerte en madera, barro, cerámica, escultura, dibujos o bordados. La idea de la ganancia los despoja de su esencia y convierte en objetos de consumo.
Ese plagio ilustra la larga historia de expoliación y constata la gran deuda del capitalismo con las culturas ancestrales. La globalización, que pasa por alto el hurto de costumbres y tradiciones de pueblos originarios, frivoliza esos saberes tradicionales en zapatos o series de televisión y, en el colmo del cinismo, publicita que se trata de “homenajes” a las culturas. ¡Claro, sin retribuirlo!
El antropólogo Rodolfo Stavenhagen, en su ensayo Derecho indígena y Derechos Humanos en América Latina, advierte que esa violación también se manifiesta en la negativa sistemática de los Estados a que los pueblos originarios conserven y desarrollen sus lenguas, costumbres, modos de convivencia y formas de organización social.
Plagio a mexicanos
En su ensayo Arte, Artesanía y Mercancía: Plagio a los indígenas, la investigadora de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP) Libertad Mora, explica que, en 2003, la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (OMPI) propuso una iniciativa para proteger los derechos de los titulares del conocimiento tradicional, como poblaciones indígenas. Nada pasó. La escandalosa impunidad de los plagiarios de arte indígena mexicano, durante 15 años, tuvo también de su lado la inacción gubernamental.
Entre 2005 y 2008 se detectó, en Nueva York, la copia de diseños en papel amate del pueblo otomí del sur de la Huasteca. Los plagios y las copias no autorizadas de diseños indígenas en prendas de vestir aumentaron cada vez más en las firmas textiles extranjeras.
Los casos más graves se presentaron en marzo de 2011, cuando la casa francesa Hermés plagió los bordados típicos de Tenango de Doria y los reprodujo en sus exclusivas pañoletas de seda. Nunca reconoció la autoría de las bordadoras indígenas, ni les pagó regalías.
En mayo de 2015, la artista Susana Harp denunció el plagio de una blusa típica de Santa María Tlahuitoltepec, Oaxaca, por un diseñador extranjero. Esa prenda se comercializaba en la tienda estadounidense Neiman Marcus, que no reconoció la autoría indígena.
En ese mismo periodo, la firma Intropía vendió, en sus tiendas, la copia de un huipil chinanteco de la comunidad de San Juan Bautista Tlacoatzintepec, Oaxaca, a 198 euros (cuatro mil 751 pesos mexicanos) y anunció la prenda como “azteca”. En 2016, la tienda de interiores The Pottery Barn plagió diseños otomíes, denunciaron especialistas.
El año 2018 fue pródigo en denuncias de plagios –alrededor de 12– en artesanías y textiles de pueblos originarios. En mayo se acusó a la casa de moda francesa Christian Dior por usar, sin autorización, diseños de macramé de indígenas de San Juan Chamula, Chiapas, en bolsos y pulseras de su colección Dior Book Tote.
En julio de ese año, la tejedora y bordadora tzeltal Elvia Gómez López denunció, en Facebook, el plagio de sus diseños por la firma española Zara. En la organización Kinal Ansetik (Tierra de Mujeres), ella y otras bordadoras revelaron que bordar una blusa con diseños propios les lleva seis o siete horas diarias durante un mes.
Pese a las denuncias que apenas investigan medios nacionales, en octubre de ese año, se alertó que los plagios iban al alza. Dos años después, los senadores Susana Harp y Casimiro Méndez, acusaron a la diseñadora francesa Isabel Marant por plagiar bordados artesanales de comunidades de Charapan, Angahuan y Santa Clara del Cobre, Michoacán.
La marca argentina Rapsodia lucró al copiar iconografía zapoteca de San Antonio Castillo en su camiseta; igual hizo la multinacional Nike al plagiar arte huichol en sus tenis, denunciaron entonces algunos medios de prensa.
Otros diseños indígenas fueron robados por la youtuber Yuya, para sus cosméticos, así como la agroindustria suiza Nestlé y las textileras Pineda Covalin y Mango, que retiró un suéter con dibujos que imitaban los bordados de Tenango.
En contados casos, y para eludir el pago de derechos, los abogados de firmas textiles y peleteras de gran renombre, como la francesa Hermés, las británicas Star Mela y Marks & Spencer, optan por dar a las indígenas cantidades ridículas (entre 80 y 100 pesos) a cambio de sus invaluables bordados.
En 2018 se publicaron, en el Diario Oficial de la Federación, los Procedimientos contra el Uso ilegal de los derechos de propiedad intelectual, que otorgaron al Instituto Mexicano de Propiedad Intelectual (IMPI) para “atender el uso ilegal de los derechos de propiedad intelectual”. Sin embargo, no precisaron cómo defender en México y el mundo la autoría de las obras y el patrimonio cultural indígena.
Historia saqueada
El colonialismo español, francés, portugués, italiano, belga, holandés y británico saqueó de múltiples formas el patrimonio histórico-cultural de pueblos americanos, asiáticos, africanos y euroasiáticos. Ese “desvalijamiento” evolucionó hasta convertirse en el eje de las corporaciones textiles y de entretenimiento (cine, televisión y videojuegos).
La apropiación cultural se acentuó en los pueblos de América Latina; y en el siglo pasado se adoptaron nuevas formas de plagio por cuenta de las grandes industrias, denunció Luca Chavarría, de la Escuela de Negocios Internacionales de Costa Rica.
Nike lo hizo con los tenis que fabricó para Puerto Rico, cuyos dibujos copió del arte mola del pueblo panameño Guna. Por la indignación que causó ese plagio, la firma sostuvo que se “inspiró” en un anfibio puertorriqueño, pero optó por retirar del mercado la supuesta creación.
Firmas europeas y estadounidenses sortearon cargos contra su saqueo de la multidiversa cultura africana, tras idear la frase ambigua de que “África influye”. Fue así como imitó símbolos, colores y formas indígenas que se plasmaron en telas, esculturas y música.
Galerías de todo el mundo exhiben réplicas de retratos del Siglo XVII de los reyes de Kuba (hoy República Democrática del Congo); de hermosas estatuillas de colonos de los Baulé en Costa de Marfil; reproducciones de obras maestras de los yorubas Olowe de Ise o de la cultura Nok de Nigeria, sin que estos pueblos reciban ninguna regalía.
Atentos a los ingresos que les significa esa estética “exótica”, buscadores de nuevas imágenes de corporaciones textiles, reproducen ese patrimonio cultural convertido en lucrativas copias. Diseños textiles de pueblos americanos, asiáticos, africanos, inclusive eslavos, se plagian para uso y deleite de una casta adinerada que ignora olímpicamente los derechos de autor.
Casas de alta costura europeas, como Jeanne Weiss en Barcelona, que vive de explotar esa rica iconografía, la estampa en sus prendas sin pagar un euro de regalías. Ésa, como otras empresas, paga salarios irrisorios a los inmigrantes que confeccionan la ropa vendida a precios altos en boutiques de la Unión Europea (UE).
Vale la pena rescatar la preocupante conclusión de Kevin Peerromat Augustin, de la Universidad de la Sorbonne: Para muchos, la práctica del “plagiarismo” se considera más una infracción moral que jurídica.
ENTREVISTA: Alberto Argüello Grunstein Doctor en historia de la cultura e investigador del Cenidiap/INBAL
El plagio de arte indígena ya es usual en México, ¿por qué?
Es algo no regulado. Si la toma de motivos gráficos se diera entre empresas diseñadoras de moda, se trataría de “plagio industrial”; pero los diseñadores de moda se justifican al decir que toman motivos plásticos o gráficos a manera de inspiración. Por ejemplo, el platero Spratling, que se asentó en Taxco por décadas, recicló motivos prehispánicos en su platería, que le dieron fama internacional y a los artesanos únicamente les dio empleo.
Ahora bien, ¿cómo retribuir a los artesanos oaxaqueños, chiapanecos o michoacanos por el uso de sus diseños textiles? Es difícil de definir, pues se trata por lo general de tradiciones comunitarias. Es decir, no existirían en una definición legal las personas físicas a quienes retribuirles con regalías.
En arte textil comunitario no habría un autor específico de tal o cual diseño. Por ejemplo, en los años 70 surgieron autores de la actividad pictórica sobre papel amate, en el sentido equivalente a la firma de autor de pintura o escultura moderna.
Por otro lado, habría que definir si fue robo o fuente inspiración el arte de Oceanía y África que inspiró a los cubistas. La diferencia estriba en que los cubistas eran artistas y no tenían la certeza de vender sus obras. En el caso actual de diseñadores que toman motivos textiles oaxaqueños o de otros pueblos, sí son empresas con fines de explotación masiva y de lucro.
Es difícil que prospere una demanda por plagio a menos que algún artesano haya registrado sus obras y diseños en la Dirección de Derecho de Autor, como ocurrió en contados casos a partir de los años 70. Lo que sí cabría, sería la retribución a las comunidades por ese uso del patrimonio, traducido en escuelas, hospitales, talleres, etc. Eso por un lado.
Por otro, se requieren acciones de gobierno para asesorar a los artesanos en la necesidad de registrar sus diseños, no solo ante derechos de autor, sino como propiedad industrial. Ello quizá incidiría en una mejor cotización de los precios en esos productos artesanales.
Pero en el fondo está la pregunta ¿De quiénes son esos diseños comunitarios? Por ejemplo, si notamos bordada un águila bicéfala de los Habsburgo en un huipil, ¿A quién pertenecen los derechos de esa imagen: a los artesanos o a los Habsburgo? Es lo que se llama “recursamiento” cuando temas, motivos o figuras se toman del arte de una época o país y se reelaboran o resignifican en un arte actual. Toda la mitología romana es transducción de la griega.
Pero el uso de motivos y figuras de textiles por diseñadores de grandes consorcios, diría que es más cuestión mercantil que cultural. Y debe dársele un tratamiento de sanción o amonestación, dado el caso (es decir, que se otorgue “crédito estético” a los artesanos), o de retribución económica.
Para limpiar su imagen, los consorcios podrían hacer invitaciones concretas a ciertos artesanos y remunerarlos o a sus comunidades. Retribuir con apoyos. En el sexenio pasado se habló de hacer un registro de esos diseños de pueblos originarios para defender su autoría.
Al parecer, hubo algunas iniciativas, pero no se concretaron; habrá qué ver qué hace el actual gobierno.
Días después de esa entrevista, el doctor Argüello compartió con buzos el aviso de la aprobación unánime de una reforma a la Ley Federal del Derechos de Autor para proteger obras de pueblos y comunidades indígenas ante plagios de empresas, principalmente internacionales.
Esta reforma de la Cámara de Diputados protege las obras “creadas por pueblos y comunidades indígenas que, por generaciones, se han transmitido y reflejan los significados y valores de su cultura, religión y modo de vida”.
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Escrito por Nydia Egremy
Internacionalista mexicana y periodista especializada en investigaciones sobre seguridad nacional, inteligencia y conflictos armados.