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EMILIO PRADOS
Poeta vinculado a la generación del 27. Nació el cuatro de marzo de 1899 en Málaga, España. Murió el 24 de abril de 1962 en México. Estudió en la famosa Residencia de Estudiantes de Madrid, en donde convivió con otros compañeros de andadura generacional como Federico García Lorca y José Moreno Villa. La buena situación económica de su familia le permitió cursar estudios superiores en la Universidad de Friburgo, Suiza, país en el que pasó una larga temporada para reponerse de una grave afección tuberculosa. Tras una estancia en Suiza y varios viajes por Francia y Alemania, volvió a su ciudad natal, en donde fundó, junto al poeta malagueño Manuel Altolaguirre, la revista de poesía Litoral en 1926, publicación llamada a convertirse en uno de los principales órganos de difusión de la poesía española y promotora de las incipientes carreras literarias de casi todos los autores de la generación del 27. Tras las revueltas de los mineros asturianos en 1934, la poesía de Emilio Prados comenzó a reflejar la creciente politización de la vida cultural española; se declaró a favor de la II República y defendió una ideología progresista. En 1936, al estallar la Guerra Civil, Prados firmó el célebre Manifiesto de Intelectuales Antifascistas. Con el triunfo de Franco, Emilio Prados se vio obligado a tomar el camino del exilio; se refugió en México, en donde sobrevivió modestamente dedicándose a la enseñanza; allí, en compañía de otros exiliados, relanzó la revista Litoral. Como los poetas de la generación del 27, su poesía está impregnada con imágenes surrealistas en boga, o bien busca en la lírica popular española sus recursos rítmicos y métricos, hasta en las formas de la poesía pura a la manera de Juan Ramón Jiménez. Al compás de los acontecimientos socioculturales de su época, evolucionó desde los postulados de la poesía pura hasta una actitud de franco compromiso político, social, e incluso revolucionario. Al anhelo inicial de pureza, claridad y precisión, se superpuso la hondura intimista de Antonio Machado. Sus libros más importantes son: Tiempo (1925), Canciones del farero (1926), Vuelta (1927), Llanto subterráneo (1936), Llanto en la sangre (1937), Cancionero menor para los combatientes (1938), Mínima muerte (1939), Penumbras (1940), Jardín cerrado (1946), Río natural (1957), La sombra abierta (1961), Signos del ser (1962) y Últimos poemas (póstumo, 1965).
EL CENTINELA
Al pie de su propia sombra
lo mataron.
Al pie de su corazón.
Al caer se cerró el ángulo
de su esperanza en la tierra...
La muerte acabó su espacio.
Al pie de su corazón,
al pie mismo lo mataron:
vértice de su dolor.
¿Cayó su cuerpo en la sombra?
¿La sombra al cuerpo subió?...
Cerrado está el abanico
que su ausencia nos dejó.
Cerrado de un golpe seco:
vértice de su dolor.
Al pie de su propia sombra
lo mataron:
al pie de su corazón.
La muerte acabó su espacio:
ángulo de tierra y sol.
VENGO HERIDO
Vengo del agua del río
y vengo herido
al agua del mar:
¡Al agua del mar!
Por las aguas de la muerte
bajo sus quebrados puentes.
Por los puentes de la luna,
vengo de noche y a oscuras
al agua del mar:
¡Al agua del mar!
A las aguas de la oliva
donde la guerra se olvida.
A las orillas del sol
donde se olvida el dolor.
Al agua del mar:
¡Al agua del mar!
A las aguas de mar me iré
y me curaré.
Vengo del agua del río
y vengo herido.
SE LEVANTAN LOS MUERTOS
Acusación
Se levantan lo muertos; respetad a la sombra.
Si la Muerte se erige como fiel del combate,
que los paños solemnes del silencio lo cubran,
que suspendan las armas su voz en la tormenta.
Se levantan los muertos; respetad su pisada.
Los árboles sujetan al otoño en sus hojas;
las ciudades ocultan su dolor y sus ruinas;
se detienen las bestias al borde de sus pulsos.
Los muertos se levantan.
Escuchad a la Muerte, que es su voz la que rige;
su voz severa y dulce sobre el mundo se para.
Escuchad a la Muerte y a su pesado llanto.
Mirad la Tierra; gime la sangre de sus ríos.
Aun si vuestra mirada desconoce la vida;
si la nube no ocurre, ni el cielo en vuestras horas;
si en vuestra piel el barro aún no presiente el bosque,
ni el desierto os inflama desolado en sus tumbas:
Escuchad a la Muerte.
Temed su voz, potencia de acusaciones últimas;
su voz largo sudario de humedad y desprecio:
como el alto bramido de un viento amenazante
avanza hacia vosotros sobre vuestras trincheras.
No ocultad vuestros ojos, que ya ni el sueño habita.
Si aún la conciencia brilla la luz que no depone,
vuestras armas tendidas se doblarán, inútiles:
la verdad no es despojo que se olvide la Muerte.
Avanzan nuestros muertos.
Sus altísimas sombras forman ya multitudes;
como una muda selva de sombra y de gemido
lentos van, como el peso de las piedras que rinden
donde aún viven los cuerpos su abandono en la lluvia.
Inútil barricadas si la voluntad silba,
que una razón potente de entre el escombro emerge;
no hay sitio que se rinda si la Muerte ilumina,
coronando con héroes la acusación que cerca.
Temed a nuestro avance.
La multitud se aprieta detrás de la figura
que de frente hacia el Tiempo nuestro buque sustenta.
La multitud se agrupa; aún le cuelgan astillas
entre el pesado lodo del silencio en que hundieron.
Van junto a los mastines sin dueño de la guerra,
con los tristes harapos de los niños profundos,
los que al combate entraron desnudos todo el pecho,
y ahora los cruza el aire como a viejos castillos.
Aguardad nuestra entrada.
Quedaréis en la historia, por su papel tendidos,
como el labio infecundo de vuestra herida abierta;
no habrá alucinaciones que vuestra fiebre ilustren;
llegaréis a la nada sin voz por vuestro ejemplo.
Las fechas se presienten como inclina la fruta
la rama que halló el viento en flor bajo su carne.
Mirad; ya nuestra Muerte tan solo tiene un ala:
una sola bandera dirige su cortejo.
Se levantan los muertos.
Detrás la vida sigue.
¡Preparad la batalla!
EL ESCUCHA
Sobre el agua, una sombra
vuela en silencio.
Está sin puente el río,
sin luna el cielo.
La rama del invierno
larga y sin flor.
Naranjales quemados.
Tierra sin sol.
Resbalando en la noche
se escapa el día.
El soldado, a la estrella
su suerte fía.
La rama del invierno
larga y sin flor.
Naranjales quemados.
Tierra sin sol.
Entre estrella y estrella
vuela la sombra.
Los ojos de los soldados
cuentan las horas.
La rama del invierno
larga y sin flor.
Naranjales quemados.
Tierra sin sol.
Mientras cuenta, la sombra
se va acercando...
(Baja está la llanura
y el monte es alto).
Naranjales quemados.
Tierra sin sol.
La rama del invierno
Larga y sin flor.
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Escrito por Redacción