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En 1895, los hermanos Lumière proyectaron, ante el público, una novedad que pasó a la historia: la grabación cinematográfica de la salida de unos obreros de una fábrica francesa en Lyon. Todos se asombraron por este antecedente inmediato del séptimo arte. Su invento, aunque innovador para esa época, fue superado por quienes aportaron otras herramientas que permitieron su evolución. El cine ocupa un lugar de primer orden en la propagación de ideas, y es así como esa sencilla proyección de imágenes representa hoy por hoy una de las prácticas artísticas y culturales más concurridas.
Dado que vivimos en un mundo donde unos seres humanos explotan a otros (los dueños de los medios de producción a quienes solo disponen de su fuerza de trabajo), puede afirmarse que la ideología producida y difundida por los primeros busca afianzar esa misma sujeción económica. En su lucha por perpetuarse, la clase en el poder se ha valido de todos los medios de comunicación para propagar “lo bien” que nos va en este mundo capitalista y, aunque la realidad demuestre lo contrario, el bombardeo ideológico es tal que terminamos por creer lo que nos cuentan. El cine narra historias reales o ficticias impregnadas de la ideología de quienes las producen. Es un medio de difusión masiva que responde a necesidades económicas y sociales claramente definidas.
La Guerra Fría fue una lucha ideológica y Dwight Eisenhower, presidente de Estados Unidos (EE. UU.) de 1953 a 1961, la describe así: “Nuestro objetivo en la Guerra Fría no es conquistar o someter por la fuerza un territorio. Nuestro objetivo es más sutil, más penetrante, más completo. Estamos intentando, por medios pacíficos, que el mundo crea la verdad. (…) A los medios que vamos a emplear para extender esta verdad se les suele llamar ‘guerra psicológica’. Es la lucha por ganar las mentes y las voluntades de los hombres”. EE. UU. ganó esa guerra en un grado importante.
En esta tarea, el cine jugó un papel relevante: la producción cinematográfica de EE. UU. se dedicó, por un lado, a celebrar el modo de vida estadounidense y a presentar a su país como el salvador del mundo del exterminio nazi, mientras que, por otro, mostraba las carencias y los “peligros” representados por la Unión de Repúblicas Socialistas y Soviéticas (URSS) y otros países europeos de izquierda. La omisión deliberada de la cinematografía gringa ante el desempeño fundamental efectuado por el ejército soviético en la derrota contra la Alemania de Adolfo Hitler, permitió que las nuevas generaciones de la segunda mitad del Siglo XX pudieran acceder a la verdad histórica mundial. Eso se debió a que el cine made in Hollywood estaba repleto de sutiles mensajes con los que se hacía propaganda de la american way of life. Por esta razón, aún hoy, un porcentaje elevado de la población alemana, francesa, inglesa y estadounidense cree que EE. UU. ganó la Segunda Guerra Mundial y de los soviéticos solo tienen malas referencias. Fue así como una mentira repetida tantas veces, y en tantos idiomas, tomó la forma de “verdad”.
En estos días, los poderosos siguen disputándose la hegemonía mundial por cuestiones económicas y haciéndose la guerra con armas militares e ideológicas. El cine y las seis artes restantes desempeñan hoy el papel de manipuladores ideológicos para perpetuar en el poder al gran capital; y a nosotros nos toca detectar sus mentiras y desmontarlas para convencer a los desposeídos de la Tierra de que el actual orden establecido no es el mejor de los mundos posibles. Nuestra liberación ideológica es el primer paso para nuestra liberación como clase explotada.
Escrito por Vania Mejía
COLUMNISTA