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De Melilla a San Antonio
Los emigrantes del África subsahariana, como todos los del mundo explotado por los países antes colonialistas y ahora imperialistas, huyen de sus países desesperados y dispuestos a todo. ¿Qué los empuja y fortalece? El instinto de sobrevivencia.
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Melilla es una ciudad que se encuentra al norte de África, en la costa del mar Mediterráneo; es una posesión española y tiene frontera al sur con Marruecos. La ciudad, de casi 80 mil habitantes, está rodeada por una alambrada que tiene como propósito evitar la entrada de migrantes sin permiso a territorio español y, por tanto, a territorio de la Unión Europea. Cabe decir que los interesados en pasar al otro lado de la valla y encontrar un empleo no son solo marroquíes, sino buscadores de trabajo de todo el sur del Sahara. Como se puede ver, la libertad de trabajo que la clase alta de los países occidentales preconiza y presume no es para todos.

Tanto escándalo que hicieron los países capitalistas por el muro de Berlín y ahora, en sus propios territorios, abundan los muros y las alambradas imponentes que marginan a los indeseables, como en este caso de Melilla, en Ceuta, en Belfast, en Israel, en Chipre y, entre otros más, en Estados Unidos (EE. UU.), en la frontera con México. La protección del mundo libre que se aísla y cuida de los extranjeros indeseables en Melilla consiste en dos alambradas paralelas de doce metros de altura cada una, coronadas por alambres de púas y con una malla en la que no se pueden introducir los dedos; tiene, además, puestos de vigilancia con guardias armados y entrenados cada determinada distancia que se encuentran debidamente auxiliados por sensores de ruido y de movimiento, así como de cámaras de visión nocturna y varios helicópteros. Se diría que ahí no pasa ni el aire.

Pero sí pasa. Los emigrantes del África subsahariana, como todos los del mundo explotado por los países antes colonialistas y ahora imperialistas, huyen de sus países desesperados y dispuestos a todo. ¿Qué tan horrenda será su realidad cotidiana para que simplemente tomen a su mujer y a sus hijos pequeños de la mano y cojan una bolsa con algo de ropa y se lancen a quién sabe dónde, sin saber siquiera si van a comer y dónde van a pasar la noche? ¿Se puede concebir mayor desamparo? Guardo el recuerdo del gran científico y divulgador de la ciencia, Carl Sagan, quien estaba orgulloso de sus antepasados emigrantes y contó en alguno de sus libros que su abuelo era bestia de carga (en hombros pasaba viajantes en un río) y que, en la cartilla de llegada de su abuela a EE. UU., él leyó alguna vez que a la pregunta de si hablaba inglés, ella contestó: no; y sobre el dinero que portaba, respondió: un dólar.

Pero sí pasan los migrantes en Melilla. ¿Qué los empuja y fortalece? El instinto de sobrevivencia. En varias ocasiones se han intentado asaltos masivos a la valla para que unos cuantos consigan el paso: en 2008, 45 lograron pasarla; en 2010, siete personas; en 2011, cinco; en 2012, en varios intentos masivos, lograron pasar unas 130 personas; en 2013, unas 400; en 2014 hubo un intento en el que participaron cerca de cuatro mil personas y lograron pasar 600; en 2018, 150, y otros tantos en 2019.

En casi todos los intentos ha habido muertos en la alambrada o muertos que resultan de las deportaciones que dejan a los infortunados en el desierto. No obstante, este año, el pasado 24 de junio, se produjo la que se ha denominado “Masacre de Melilla” en la que, de otro intento masivo, resultaron 37 personas muertas a balazos y 76 heridos, el mayor número de muertes en toda la historia de los intentos de migrantes de saltar la alambrada. Todo un récord. En este intento participaron cerca de dos mil personas, la mayoría de ellas provenientes de Sudán del Sur. ¿Cómo sería su viaje desde allá cruzando una buena parte del continente africano? Todo para que fueran recibidos a tiros y asesinados impunemente.

En ese mismo mundo, tres días después, el 27 de junio, fue descubierto en una carretera cercana a San Antonio, Texas, un tráiler que trasladaba migrantes en el cual se hallaron 53 personas muertas de calor, asfixia y hambre. Otro macabro récord. Se trata del incidente más mortífero en la historia reciente de EE. UU. Las víctimas incluyen 27 ciudadanos mexicanos, 14 hondureños, siete guatemaltecos y dos salvadoreños (de tres de ellos no se precisó la nacionalidad) y se informó que un total de 67 migrantes estaban dentro de la caja del camión.

San Antonio está a 250 kilómetros de la frontera de Laredo, Texas, con Nuevo Laredo, Tamaulipas, y el recorrido en un tráiler debe durar más de tres horas, además, existen puestos de vigilancia de la policía de migración en el trayecto, vigilancia en helicópteros y patrullaje en camionetas y automóviles con perros amaestrados. El trailer de la muerte no puede haber llegado a ese punto sin la complicidad de autoridades norteamericanas. La migración es un gran negocio porque los traslados se cobran a precio de oro.

Los “incorruptibles” agentes de migración de EE. UU. están muy relacionados con el tráfico de personas, ¿lo ignora el gobierno de EE. UU. o estamos ante un flujo controlado? Una nota del periódico Milenio del seis de julio dice lo siguiente: “Agentes fronterizos han utilizado su posición privilegiada para permitir el ingreso ilegal de migrantes de México a EE. UU. Documentos internos de la dependencia muestran que al menos dos docenas de agentes han recibido dinero en efectivo por permitir el libre tránsito… Una investigación de Milenio con base en informes de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza (CBP, por sus siglas en inglés), revela que en los últimos 3 años y medio han sido arrestados 26 agentes por el delito de ‘corrupción’, esto quiere decir que utilizaron información privilegiada que permitió el tráfico de personas a Estados Unidos… De acuerdo con expedientes judiciales, los agentes fronterizos corruptos cobran entre 500 y 3 mil dólares por cada migrante que cruza la frontera. Uno de los funcionarios que recibieron sobornos asegura haber fijado una tarifa incluso mayor: 6 mil dólares por indocumentado”.

“Les agradecemos mucho a nuestros héroes vivientes –dijo de los migrantes mexicanos el presidente López Obrador el cinco de mayo– es una inyección de solidaridad… no había sucedido desde hace 20 años; nos compromete a seguir apoyando al pueblo de México”. El Presidente se refería al hecho de que el monto de las remesas que llegaron durante el año 2021 a México, provenientes de EE. UU., excedió los 51 mil millones de dólares. “Héroes vivientes”, es una expresión que forma parte del cúmulo de palabras y adjetivos que la clase dominante sustituye para que la realidad no quede descrita con toda su crudeza y fealdad.

Nuestros compatriotas son, nos guste o no nos guste, esclavos asalariados que, no teniendo otra manera de sobrevivir más que su fuerza de trabajo, se ven obligados, bajo pena de muerte, a venderla. Pero resulta que la clase del dinero local y la persona que los encabeza en México, no son capaces de crear los empleos suficientes, ni bien pagados, por lo que tienen que salir de su patria y contratarse con patrones en EE. UU. Y esto está creciendo exponencialmente: el año pasado, 57 mil paisanos fueron detenidos cada mes en la frontera con EE. UU., este año, en los meses transcurridos, el promedio ya asciende a 80 mil personas.

Tengámoslo muy presente. Cada migrante mexicano a EE. UU. es una tragedia familiar. Los chicos se quedan sin padre o sin madre y, en no pocos casos, sin ninguno de los dos para siempre. ¿Y las madres que pierden vivos a sus hijos para siempre? Se sabe bien que volver en un año o dos (aunque se resista la travesía), es cuestión de sueños, la realidad se ha impuesto desde hace muchos años y la ausencia de los seres queridos es una cadena perpetua de la que la familia no se libera nunca. Conozco a muchos muchachos y muchachas que sueñan con que uno de los que añoran venga para su graduación o quieren un paseo aunque sea por el llano o por la banqueta, un ratito nada más, lo que sea.

El capital ya no puede ofrecer más que sangre, sudor y lágrimas. Por eso Melilla, por eso San Antonio. El pueblo no quiere “héroes vivientes”, no quiere demagogia, sino familias unidas con una vida digna; anhela una sociedad más justa y más equitativa en la que todos tengan trabajo en su patria, un salario suficiente y obras y servicios públicos a su alcance. Y hay muchos indicadores que apuntan a que así es. Por eso el Donbass no quiso dejarse absorber por los potentados de Ucrania; por eso Ecuador, por eso Sri Lanka, por eso Albania. Más lo que venga. 


Escrito por Omar Carreón Abud

Ingeniero Agrónomo por la Universidad Autónoma Chapingo y luchador social. Autor del libro "Reivindicar la verdad".


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