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Este autor, nacido en 1852, en Petilla de Aragón, Navarra, muerto en Madrid en 1934, fue investigador pionero en el estudio de las células nerviosas, la histología, la patología y la neurociencia, en las que es considerado uno de sus “padres” y por la que se le otorgó el Premio Nobel de Medicina en 1906, junto al histólogo italiano Camilo Galgi. Pero además de sus grandes aportaciones a la bacteriología y la epidemiología a principios del siglo pasado, Ramón y Cajal fue un apasionado docente de la ciencia médica, conocedor de la fotografía y la literatura, a la que aportó una decena de estudios especializados, entre los cuales destacan: Reglas y consejos sobre investigación científica (1933); media docena de colecciones de ensayo (Psicología de Don Quijote y el quijotismo, 1905); el libro de ficción Cuentos de vacaciones (1905); Charlas de café (1920) y su autobiografía: El mundo visto a los 80 años (1934).
Ramón y Cajal recibió en vida todos los reconocimientos posibles del más alto nivel mundial por sus labores científicas; y en 1973 fue objeto de los dos homenajes más “exorbitantes”: su nombre fue asignado a un cráter de la Luna y a un asteroide que entonces se acercó demasiado a la Tierra, lo que destaca la importancia que sus investigaciones tuvieron para la humanidad. Algunas de éstas, por cierto, son accesibles por la sencillez y la claridad debido a lo ameno del libro de “pensamientos, anécdotas y confidencias”, publicado hace casi un siglo con el título Charlas de café y, en 1942, en la colección Austral de la editorial Espasa-Calpe de Argentina.
Una muestra de lo anterior son los brevísimos pero esclarecedores textos que incluye en este volumen sobre la bipolaridad que caracteriza a la tierra y al universo. En una cita que hace de la novela Cándido, de Voltaire, afirma que si el personaje de ésta, Pangloss, “examinara que nuestro mundo es el mejor de los imaginables, porque la naturaleza es sabia y equitativa, porque favorece con igual solicitud a las más nobles criaturas y a las más humildes y abyectas”, su conclusión lógica sería que “aunque parezca absurdo, el piojo y la pulga son tan necesarios al equilibrio de la vida como el principio de la gravitación universal a la estabilidad del universo”.
En otro de los comentarios de Ramón y Cajal, que forma parte del capítulo VII de Charlas de café, y parece haber sido escrito a propósito de la pandemia de Covid-19 que hoy agobia a gran parte de los pobladores en el mundo, señala: “Vulgar es el apotegma según el cual ‘las más pequeñas causas producen los más grandes efectos’. Y en corroboración del aserto se nos recuerda la humorada de Pascal sobre el influjo de la nariz de Cleopatra, o el de arenilla en la vejiga de Cromwell. Y podría añadirse que un pequeño parásito, el plasmodium malarie, inoculado a Alejandro por un mosquito en las marismas de Babilonia, dio en tierra con la estupenda fortuna del macedonio, cambiando radicalmente los destinos del mundo”.
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Escrito por Ángel Trejo Raygadas
Periodista cultural