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Los tratados de libre comercio permiten el paso de capitales y de mercancías, pero son sumamente restrictivos en relación con la movilidad de las personas. Si no fuera así, entonces no habría razones para que las fronteras existieran en un mundo abierto y globalizado y, más aún, no habría necesidad de destinar millones de dólares a la construcción irracional de un muro en una sociedad que tanto activismo hizo en contra del muro de Berlín. El problema es que las cosas cambian y cambia la visión de los poderosos en función de los intereses del capital. Éste es el caso. Cuando se satura la economía norteamericana, cierran la llave y no permiten el acceso de los migrantes haciendo uso de medidas coercitivas terribles; cuando no es el caso, dejan pasar grandes caravanas de forma silenciosa, pues existen actividades que los propios norteamericanos no están en dispuestos a desempeñar. Así, en periodo de crisis, como es el caso, cierran el paso y en caso de auge, lo abren.
La caravana de migrantes ocurre en un momento coyuntural, complicado para México y para Estados Unidos (EE. UU.). El día que escribo esta colaboración, la noticia que circula en la prensa electrónica y escrita se refiere a la colocación de artefactos presuntamente explosivos en casas o edificios relacionados con los demócratas, en el marco de las próximas elecciones en EE. UU. Así que las bombas favorecen a los demócratas, por haber sido colocadas en la casa de Clinton, en la de Obama, en las oficinas de CNN en Nueva York, entre otras; así se victimizan y acusan a Trump; sin embargo, el tema de la caravana de migrantes, principalmente de Honduras, está favoreciendo a los republicanos en la medida en que su discurso y sus declaraciones son antiinmigrantes, con tintes de índole nazi, racial y violenta. Es también complicado para México, porque el gobierno electo, al parecer queriendo quedar bien con el presidente Trump, ya señaló que va a darles empleo a los migrantes centroamericanos; sin embargo, ya se ha criticado esta declaración, porque si en México hay migración, se debe a la falta de empleo; también se reconocen más de dos millones de desempleados y, finalmente, que existen más de 30 millones de mexicanos laborando en la informalidad, es decir, en el desempleo disfrazado.
El capitalismo norteamericano y mundial está en crisis; otra manifestación de ello es esta megacaravana de centroamericanos que buscan empleo en EE. UU. o en México, pues en su país no lo encuentran; ello se debe a que las clases dominantes de Honduras y de los demás países centroamericanos concentran la riqueza y los productores de la misma no alcanzan a resolver sus necesidades básicas. La contradicción fundamental consiste en que la producción capitalista tiene un carácter social, la apropiación de la riqueza producida socialmente tiene un carácter privado y la parte de la riqueza social que le toca al trabajador se le abona en forma de salario que, por regla general en los países centroamericanos, no alcanza para mantener adecuadamente a la familia. Las formas de abatir los rezagos, en otras palabras, de administrar un mejoral para curar un cáncer, se limitan a implementar algunos programas sociales; pero los gobiernos de países pobres y endeudados con EE. UU. apenas cuentan con ingresos para el manejo de la administración pública, poco queda para atender la pobreza; si no se corrigen las causas y se atiende el problema, los males se profundizarán y, con ellos, la crisis.
El sistema es víctima de su propia manipulación. Primero, pinta el panorama consumista como el mejor de los mundos posibles y el panorama comunista como el peor; segundo, colocan al sueño americano como el mejor de los sueños posibles; se le habla al pueblo de “libertad”, “democracia”, “justicia”, “riqueza”, “consumo”, etc., y ahora, que miles de hondureños y centroamericanos quieren hacer realidad esos ideales y preceptos en EE. UU., porque en su país no fue posible llevarlos acabo, se les acusa de ser delincuentes, flojos, ambiciosos, irresponsables, etc. y se asegura que se aplicará todo el peso de la ley, e incluso la fuerza, para impedir que crucen la frontera.
El sistema es víctima de su propia manipulación. En los años noventa tuve la oportunidad de visitar Honduras. En esa época seguían en boga los movimientos guerrilleros, particularmente en Guatemala, en El Salvador (donde nos tocó escuchar una detonación cerca del lugar en que nos encontrábamos) y, especialmente, en Nicaragua, donde gobernaba el Frente Sandinista de Liberación Nacional, después de su victoria militar contra Anastacio Somoza Debayle, en 1979. La oposición fue impulsada por EE. UU. y su base de operaciones estuvo, justamente, en Honduras, donde establecieron la famosa “contra” nicaragüense. En la idiosincrasia hondureña, esta alianza provocó una sensación de privilegio. Recuerdo que las prácticas de “empleado del mes” y otras, ya se veían en Honduras, copiadas de los esquemas de negocios norteamericanos, en contraste con los ideales de solidaridad y trabajo colectivo impulsados en Nicaragua. En Tegucigalpa, estando en una gasolinera, el chofer de un carro nos echó encima el vehículo y tuvimos que saltar antes de ser atropellados. Arrogante, el tipo se bajó como si nada a cargar gasolina; era esa arrogancia del que se siente protegido por el poderoso, en este caso, por EE. UU.
Esa soberbia, esa actitud dominante, esa promoción de los valores de la sociedad capitalista, seguida del abandono gubernamental, mantuvieron lejos de la población la idea de unirse, organizarse, educarse y luchar para cambiar el modelo económico de su país, de luchar por una sociedad más justa y equitativa en la distribución de la riqueza; por el contrario, esa fuerza política hoy se debate entre la vida y la muerte en el afán de alcanzar, como el mejor, el sueño americano que, por desgracia, no habrán de alcanzar, pues ya en EE. UU. hay más de 30 millones de pobres y se ve difícil que la primera potencia mundial acceda a darles asilo.
Una vez que EE. UU. derrocó a los sandinistas por la vía electoral, en Nicaragua se dispararon la desigualdad y la pobreza; datos de la UNICEF corroboran esta afirmación: el desglose de la distribución de los ingresos indica que el 10 por ciento más rico de la población obtiene un 39 por ciento de los ingresos del país, mientras que el más pobre recibe un 11 por ciento. Honduras es el segundo país más pobre del continente americano, con un Producto Nacional Bruto (PNB) per cápita aproximado de mil dólares. Ésa es la realidad, esperemos los resultados.
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Escrito por Brasil Acosta Peña
Doctor en Economía por El Colegio de México, con estancia en investigación en la Universidad de Princeton. Fue catedrático en el CIDE.