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Sábado 13 de mayo de 2023. Son apenas las 5 de la mañana y Yhazia Luna, estudiante de Periodismo y Comunicación del Centro Universitario Tlacaélel ya se alista para su primera competencia de natación, en la que participará gracias al taller deportivo que imparten en su escuela.
La sede, es el pueblo de Tecomatlán, ubicado en la región mixteca de Puebla que desde muy temprano pinta su cielo de azul para recibir en sus calles a los miles de deportistas que darán lo mejor de sí en cada una de las disciplinas.
Yhazia es una de tantas que desde las 6 de la mañana se encontraba ya en el balneario Ixcoatl en donde hoy bien podría estar la alberca olímpica más visitada del país.
Desde su fundación, las Espartaqueadas se han caracterizado por ser uno de los eventos deportivos y culturales más grandes de México pese a no recibir recursos del Gobierno federal; una competición que junta al pueblo llano, es decir, a estudiantes, amas de casa, campesinos, obreros, etc., en una sana contienda donde lo importante es representar a su estado, escuela o región.
Y a eso iba Yhazia, a representar a su escuela, a divertirse practicando el deporte que más le gusta.
Serían aproximadamente las 7:00 am cuando los nadadores comenzaron a desayunar. Yhazia sacó de su bolso un tupper con avena y el entrenador Carlos les ofreció atún y aguacate, un desayuno que, de acuerdo con él, les brinda las proteínas y los carbohidratos necesarios para la competencia sin generarles malestares estomacales como inflamación, o sensación de “estar llenos”.
Mientras Yhazia degustaba de ese manjar, se veía tranquila, como si fuera un día cualquiera, sin imaginarse el enorme esfuerzo que le esperaba, pues ella inicialmente competiría en la categoría femenil, 100 m dorso y 100 m de relevos, pero por falta de competidores, su entrenador decidió que competiría en la categoría femenil de 200 metros estilo dorso y fue entonces que el trémulo en las piernas comenzó a hacerse presente invadiendo el semblante tranquilo de la competidora.
Comenzó la lubricación de músculos y los ejercicios previos a la competencia, todos los nadadores, ya con sus trajes de baño, entraron a la alberca, lista para recibirlos. Hasta ese momento los competidores en general se notaban confiados y con ganas de demostrar sus habilidades acuáticas.
Así fue que tras varios minutos comenzó la competencia. Todos se dirigían a tomar sus puestos. Comenzarían las eliminatorias por categorías. Primero 200 m, luego 100 y finalmente 50 m.
Debo admitir que, incluso yo me puse nerviosa.
Había equipos que se veían extremadamente profesionales, escuché incluso que había competidores conocidos a nivel internacional que venían “pagados” por los entrenadores de otros equipos, como los que representaban al estado de Veracruz; esto añadió sin duda mayor nerviosismo para Yhazia y para el resto de su equipo que son estudiantes universitarios, más que deportistas de alto rendimiento.
No puedo explicar cómo se sentía el ambiente en esos momentos y mucho menos puedo explicar el sentimiento de Yhazia, pero por su conducta, diría que no la estaba pasando nada bien. Movía con nerviosismo sus pies, se comía las uñas y su rostro se veía serio, estaba preocupada y muy ansiosa.
Cuando dijeron su nombre en la oficialía –que era el espacio en el que se nombraba el carril y el turno de cada competidor–, los nervios eran insostenibles, pero siempre es agradable ver a la gente vencer sus miedos y Yhazia, imprimiendo toda su alma, se formó a un lado de la alberca dispuesta a competir.
Y llegó la hora de la verdad. El sol ya era intenso y golpeaba el rostro de todos los presentes, entre el público, los participantes, camarógrafos, narradores y competidores. Serían las 10:30 am.
“¡Participantes, al agua!” Fue lo último que escuchó Yhazia y luego, la chicharra que indica el inicio de la carrera.
El arranque fue bueno, Yhazia salió a la par del resto de competidoras, sin embargo, antes de terminar los 50 metros, el cansancio comenzó a invadirla y era evidente que no ganaría. Conforme avanzaba, el cansancio era mayor y poco a poco las brazadas llevaban menos técnica, se veían cada vez más atropellados. Algo normal, conociendo el contexto, pese a ello era necesario terminar la carrera y la atleta del agua no se iba a rendir, “aunque eso le costara la vida”.
Los minutos se convertían en horas, los brazos y las piernas de Yhazia se movían casi por inercia. Y por fin tocó pared… Había terminado la carrera.
El cansancio era ya demasiado y con el último esfuerzo, salió del agua, mareada por la falta de glucosa en su cuerpo, fue a reunirse con su equipo, que inmediatamente la atendió, el profesor Daniel le ofreció “Gatorade” (bebida energética usada para rehidratar y recuperar carbohidratos) también le ofreció una galleta con leche condensada, para que se recuperará del enorme cansancio.
El temblor en las manos de Yhazia delataban su enorme cansancio, su impotencia, y sobre todo su desanimo.
Tras varios minutos de recuperación, su semblante de tranquilidad absoluta volvió, incluso jugó un poco en un brincolín, y, después de varias horas, el profesor, cuyo consejo inicial fue “échenle ganas y diviértanse mucho”, anunció su regreso a casa.
Esa tarde, ningún participante del CUT clasificó, sin embargo, habrá más competencias y sé que en dos años volveré a ver a Yhazia, y al equipo del CUT más preparados, en un nuevo intento por conseguir una presea y, sin lugar a duda, Tecomatlán estará esperándolos.
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Escrito por Ximena Hernández (CUT)
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