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En todos los fenómenos de la naturaleza o de la sociedad se manifiesta la dialéctica; se manifiesta como una sucesión de fenómenos que son negados por otros fenómenos nuevos con frecuencia, contrarios a los fenómenos que los precedieron. Existe un devenir continuo, ininterrumpido e inagotable; y lo que parece una simple repetición es en realidad un desarrollo constante en el que los fenómenos aparecen sobre una base superior.
Por ejemplo, el cansancio de un ser humano desparece cuando éste descansa, pero ese cansancio ya dio como resultado algo que apareció, un producto, un servicio, un conocimiento, etcétera; la ignorancia desaparece cuando una persona estudia, aprende por la vía teórica o por su práctica. El enfermo se puede curar y volver a la vida saludable y viceversa, el ser humano saludable puede enfermar. La existencia de los seres humanos –y en general la de todos los fenómenos del universo– está sujeta a la transformación dialéctica.
Aunque el título de la cinta danesa que hoy reseño, Pedro el afortunado (2018), cuyo director ha ganado dos veces la Palma de Oro de Cannes, puede sugerir la vida de una persona afortunada, en realidad nos narra la vida de un hombre profundamente desafortunado. A finales del Siglo XIX Dinamarca era un país –como otros de Europa– en el que el capitalismo buscaba su desarrollo.
Peter Andreas Sidenius (Esben Esmed), en claro desacato a los designios de su padre (un clérigo luterano) quien le quería imponer como profesión la de ser ministro de la iglesia, huye de su hogar ubicado en Jutlandia. Peter se va a Copenhague a estudiar ingeniería civil. En la capital danesa padece la pobreza y las carencias de un estudiante sin apoyo de nadie. Conoce a una camarera con la que se relaciona y ella le resuelve temporalmente sus necesidades económicas más inmediatas.
Sin embargo, la ambición de Peter Sidenius lo lleva a buscar quién se interese en el proyecto de hacer que en Dinamarca se desarrolle la obtención de energía eléctrica aprovechando los elementos de la geografía de aquel país (su ubicación junto al Mar del Norte y el Mar Báltico, sus ríos y pantanos, etcétera). En su ingenioso proyecto se establece un plan para obtener fuentes energéticas que ayudarían a modernizar la industria y la producción agrícola de su país. Busca en los restoranes y en los bares a los ricos a los que quiere convencer de las bondades de su proyecto.
En uno de esos bares conoce al joven judío Iván Salomón (Benjamín Kitter), hijo del acaudalado capitalista Phillip Salomon (Tommy Kenter). Iván conecta a Peter Sidenius con su padre y ahí comienza su relación con una familia burguesa. Peter se enamora de la hija de Phillip, Jakobe Salomón (Katrine Greis-Rosenthal), una inteligente mujer de ideas humanistas.
Phillip logra convencer a un buen número de empresarios para que aporten dinero para el ingenioso proyecto de Peter. Pero el espíritu rebelde y lleno de orgullo (mezclado con vanidad) le impide pedir disculpas a un funcionario que lo humilló poco antes de relacionarse con la familia Salomón; ante la petición de Phillip y de los empresarios que formarán el consorcio que invertirá en el famoso proyecto, Peter reacciona con mucha indignación y le dice al viejo funcionario que es un dictador y que nunca le pedirá disculpas.
Ese exabrupto es el primer paso para el alejamiento de la familia que le ha acogido. Poco tiempo después muere la madre de Peter y él viaja al entierro en su pueblo natal. Ahí conoce a Inger (Sara Viktoria) de quien se enamora. Peter rompe con Jakobe y se va a vivir a su pueblo. Tiene hijos con Inger. Varios años después, Jakobe lo visita a petición de él. Ahí hay una especie de reconciliación espiritual, dado que Peter está enfermo de cáncer y a punto de morir. El espíritu noble y profundamente humanista de Jakobe le permite a ella no sentir ningún rencor hacia Peter.
Pedro el afortunado es una cinta de buena factura actoral, de buenas escenografías, de excelente fotografía y que, de una u otra forma, nos retrata hasta dónde un espíritu rebelde puede conservar su independencia, pero a un costo muy elevado. En una escena Peter Andreas Sidenius dice: El costo de mi libertad ha sido la desazón y la soledad”.
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Escrito por Cousteau
COLUMNISTA