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Poeta originalísimo, al colombiano León de Greiff (Medellín, 1895– Bogotá, 1976) no puede encasillársele en ninguna de las vanguardias latinoamericanas, a las que antecede en su país; es poseedor de un estilo propio que algunos estudiosos han llamado “neobarroquismo” y ha dado pie a que otros hablen de una “sintaxis greiffiana”; en su poesía, el ritmo, la musicalidad del verso y la renovación de la lengua se fusionan con una indudable profundidad en el mensaje. Sorprende su manejo de arcaísmos, cultismos y neologismos (algunos de su propia invención) ante los que el lector no puede quedar indiferente.
El sarcasmo y fino humor con el que trata los temas se manifiesta en la forma despreocupada en que se refiere a sí mismo en su poemario Fárrago quinto mamotreto (1954); en el Soneto (dedicado A Sergio) pasa de la cervantina prosopografía (al describirse como de labio inferior grueso, ojos grisáseos y –por añadidura– soñadores, con pronunciada calvicie, altiva y vertical figura, etc.) a la etopeya (considerándose una mezcla, a partes iguales, de un antiguo y trashumante poeta escandinavo, fugitivo de un templo vikingo, y de un bribón y pendenciero inglés, sacado de los dramas de Shakespeare); cataloga su oficio como el de quien se presume filósofo siendo un bufón, reconoce que ha mezclado poesía con música y escrito en términos cifrados, convirtiendo el sufrimiento en un acto circense.
Si es un retrato mío, aqueste vála:
belfa la boca de hastïado gesto
si sensual, ojos gríseos, con un resto
de su fulgor, –soñantes, de adehala
todavía–. La testa sin su gala
pilosa. El alta frente. Elato. Enhiesto.
El conjunto: mitad Falstaff (si honesto)
mitad skalde prófugo de Uppsala.
Hacia el subfondo, el caso lo complico
de este jaez: filósofo a la gabe,
bufón a la sarcástico… ¿Poeta?
Poeta…, en ocasiones, aunque imbrico
música y poesía, verbo y clave,
dolor y burlas, rictus y pirueta.
De su oficio de poeta lírico dirá también, en el bellísimo y culto soneto Poeta soy, si es ello ser poeta, que su misión es permanecer distante, oculto, misterioso, petrificado, oscuro, subterráneo, amorosamente doliente, aislado, preso, encadenado, silencioso, angustiado, mudo, aterrorizado, inconforme, en el anonimato, con los sueños rotos y navegando solitario por el mundo.
Poeta soy, si es ello ser poeta.
Lontano, absconto, sibilino. Dura
lasca de corindón, vislumbre obscura,
gota abisal de música secreta.
Amar apercibida la saeta.
Dolor en ristre, lanza de amargura.
El espíritu absorto, en su clausura.
Inmóvil, quieto, el corazón veleta.
Poeta soy si ser poeta es ello.
Angustia lancinante. Pavor sordo.
Velada melodía en contrapunto.
Callado enigma tras intacto sello.
Mi ensueño en fuga. Hastiado y cejijunto.
Y en mi nao fantasma único a bordo.
La actitud innovadora, revolucionaria, de León de Greiff no oculta su deuda con la poesía de todos los tiempos, no solo en el anhelo de atemporalidad y de renuncia a todo localismo, sino en el tratamiento de los grandes temas de la lírica universal, que pasan por una reelaboración singular; en Canción ligera, a primera vista un poema de índole erótica inspirado en una mujer y sus atributos juveniles (los ojos, la risa, la alegría…), el desenlace es sorpresivo: el lector descubre que el poeta en realidad habla de la vida o de la muerte (dualidad femenina), y que el título no es más que otra de sus ironías.
Me quedas tú, y me donas tu alegría
con el dolor, y tu miel deleitable
con el acerbo aloe.
Me quedas tú, y la luz que tu alma cría
dentro la tenebrura inenarrable
de mi yo solitario:
Siempre loé
tu don ilusionario.
Me quedas tú, y el claro sortilegio
de tus ojos rïentes: con su hechizo
mi soledad se puebla.
Me quedas tú, y tu risa, cuyo arpegio
me embriaga, y tu tesoro de oro cobrizo
solaz del alma sola:
La gris niebla
tu regalo aureola.
Me quedas tú, y el filtro que tu ardida
boca frutal, sombreada, en mis febriles
resecos labios vierte.
Me quedas tú, la ingenua enardecida,
me quedas tú, la experta, de sutiles
tácticas retrecheras:
Vida. Muerte.
Lo que quieras.
En su fructífera y longeva trayectoria literaria empleó numerosos seudónimos, entre los que destacan Guillaume de Lorges, Claudio Monteflavo, Diego de Estúñiga, Gaspar von Der Nacht, Gaspar de la Nuit, Sergio Stepansky, Beremundo el Lelo, Leo le Gris, Judas el Obscuro, Matías Aldecoa, Erik Fjorsson y Harald el Oscuro.
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Escrito por Tania Zapata Ortega
Correctora de estilo y editora.