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La marcha de la Historia
El gran aporte de Marx sobre Hegel fue la comprensión de que la contradicción radicaba en la lucha de clases. Su pensamiento se sintetiza en una de las frases más icónicas del Manifiesto Comunista: “La historia de la humanidad es la historia de la lucha d
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Se ha vuelto un cliché entre filósofos y economistas marxistas enunciar constantemente las palabras con las que Marx inicia su obra El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, para explicar algún fenómeno histórico cuyas características no alcanzan a elucidar con claridad, aludiendo a la repetición de la historia “una vez como tragedia y otra como farsa”; pero constantemente se olvidan del fondo que esa idea tenía en el pensamiento de Marx. Para él, siguiendo el pensamiento de Hegel, “los grandes hechos de la historia aparecen, como si dijéramos, dos veces”, es decir, se repiten en la forma, pero no en el contenido. Precisamente por la similitud de las formas se olvida que el contenido es muchas veces la contradicción del primer fenómeno histórico que se “repite”. Usar a la ligera esta expresión y olvidar su verdadero sentido, puede hacernos olvidar el planteamiento hegeliano-marxista de la historia, que se entiende como una espiral ascendente cuyo motor es precisamente la contradicción. El gran aporte de Marx sobre Hegel, en lo que respecta a la Filosofía de la Historia, fue precisamente la comprensión de que la contradicción radicaba en la lucha de clases, en el antagonismo entre los poseedores de la riqueza y aquellos que contaban solo con su fuerza de trabajo, llegando a sintetizar su pensamiento en una de las frases más icónicas del Manifiesto Comunista: “La historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases”. La frase es sencilla, su sentido es complejo.

Antes de Hegel, otros filósofos habían concebido esta idea; el más destacado de todos y determinante en el pensamiento hegeliano fue Giambattista Vico; en él la diferencia estribaba en que el motor estaba en la providencia, por lo que el control del hombre de su propio destino quedaba descartado; era Dios quien se encargaba, como un relojero, de darle cuerda a la historia. Las concepciones de Vico, Hegel y Marx tienen una coincidencia vital en su teoría. Para ellos, la historia es siempre un proceso, un permanente acontecer sin pausa; nunca se detiene y no hay fuerza existente que permita su estancamiento. En esta concepción filosófica de la historia, el mundo y la humanidad se encuentran en un movimiento perpetuo. De este perpetuo desarrollo se desprende, a su vez, una idea de mayor trascendencia: el cambio (salvo retrocesos temporales) es siempre ascendente; no hay forma de detenerlo.

Pero este movimiento perpetuo no debe confundirse con la idea de progreso; y mucho menos con la del progreso en el capitalismo, cuyo objetivo se centra en los avances científicos y tecnológicos, olvidándose del desarrollo humano. La aparición del capitalismo orientó la mayoría de estos logros al mejoramiento de la industria, en concebir formas más eficientes de extraer ganancias pecuniarias y materiales para la clase dirigente en el mundo entero. El progreso en el capitalismo difiere radicalmente del progreso humano, que aparecía como horizonte de la filosofía de la historia marxista y que el pensador alemán nombró “Historia”, un momento en el que los hombres vivirían por y para ellos mismos; la ciencia sería una herramienta de crecimiento y no de sometimiento; la naturaleza y el hombre existirían en equilibrio porque éste no tendría ya la consigna de producir por producir, acumular por acumular. Dejaríamos, pues, atrás, la época oscura que, aunque muchos solo ubican en el medioevo, abarca también la edad moderna del capitalismo y que Marx llamó “la prehistoria de la humanidad”.

Existe otra concepción de la Filosofía de la Historia totalmente opuesta a la que la dialéctica sostiene y demuestra. El nihilismo, cuya raíz etimológica proviene del latín nihil, “nada”, encuentra en Schopenhauer y Nietzsche sus más conspicuos representantes, aunque sus orígenes son anteriores. Esta filosofía de la historia no reconoce el desarrollo; la existencia misma no tiene sentido alguno y, como el existencialismo en su forma más elemental, plantea la ausencia absoluta de valores e intereses ulteriores en la vida del hombre y del mundo entero. Nietzsche, con su idea del “eterno retorno” excluye el desarrollo y el proceso en la historia de la humanidad. Esta idea de la historia nulificaba al hombre, arrebataba el sentido a la vida y creaba, como nuestra época atestigua, indiferencia absoluta hacia los problemas sociales y humanos. El sentido del hombre es el individuo y por ello lo único que importa es vivir bien a costa de la humanidad entera. Ésa es hoy la máxima imperante en el capitalismo y no es de sorprender que, sobre todo la juventud, imbuida de este pensamiento egoísta y escéptico, se aleje cada vez más de las necesidades sociales.

Retomando la idea inicial propuesta por Hegel y complementada por Marx, es cierto que la historia se repite, pero se repite solo cuando no hay desarrollo. El papel de la contradicción es precisamente superar la repetición, permitiendo a todo fenómeno ascender a una etapa superior de sí mismo. Dado que nada surge de la nada, es necesario y natural que las formas coincidan, pero las repeticiones fársicas de la historia son solo la manifestación de la necesidad de transformación; es la tragedia, en sentido hegeliano, la que permite el desarrollo, es decir, la crisis en lenguaje marxista, crisis de la que emerge la semilla del cambio y que, tanto en el pensador de Tréveris como en su maestro, solo puede germinar gracias a la contradicción interna que todo fenómeno trae consigo. Esta contradicción, en términos sociales e históricos es, naturalmente, la revolución.


Escrito por Abentofail Pérez Orona

COLUMNISTA


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