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La conciencia del capitalismo, falsa conciencia de los trabajadores
El hombre, desde que nace, está determinado por condiciones reales de vida que se le presentan incuestionables. Se enfrenta a una realidad ya estructurada en la que juega un papel pasivo.
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El hombre, desde que nace, está determinado por condiciones reales de vida que se le presentan incuestionables. Se enfrenta a una realidad ya estructurada en la que juega un papel pasivo. Una realidad determinada por la forma en que produce y reproduce la vida y que en la medida en que se vuelve cotidiana lo subsume, como una tuerca más de una máquina sobre la que no tiene control y que, además, se manifiesta absoluta, eterna e incontrovertible. 

“Sobre estas diversas formas de propiedad y sobre las condiciones reales de existencia se levanta”, a su vez, “toda una superestructura de sentimientos, ilusiones, modos de pensar y concepciones de vida diversos y plasmados de un modo peculiar” (C. Marx). Es decir, surgen ideas con apariencia de verdad que el hombre asimila y reproduce sin cuestionar, porque para él son tan reales como el aire que respira. Sin embargo, estas “ideas y modos de pensar” como todo en este mundo, son perecederas, surgieron en un momento histórico concreto y por razones también concretas. El funcionamiento de la maquinaria social no es anárquico, recibe un impulso preconcebido que pretende llevar a la sociedad a un destino premeditado por quienes se benefician de la imperturbabilidad de las ideas con apariencia de verdad sembradas en la conciencia del hombre.

Ahora bien. En el sistema económico en el que nos encontramos, el capitalismo, y en esta realidad surgida de las relaciones de producción establecidas por el mismo, ¿quién crea las verdades? ¿De dónde surge la forma de la conciencia que reproduce el hombre de a pie sin preguntar origen y procedencia?

En el capitalismo existe una idea que impera como majestad sobre cualquier otra: el individuo existe por sobre todas las cosas. El mundo no puede concebirse como colectividad sino como una simple asociación personal de diversos intereses que se encuentran en constante contradicción. De ahí que se crea que el mercado funciona correctamente a través de la libre competencia “individual” y que una mano invisible se encarga de regularlo. La idea es absurda y su aplicación claramente es incorrecta, sin embargo, las escuelas económicas predominantes sustentan su teoría sobre este falso supuesto llegando así a conclusiones erróneas que hacen pasar por verdades y cuyo cuestionamiento se observa absurdo e irracional.

La filosofía juega, al respecto, un papel similar. No hace falta más que hojear las obras “cumbres del pensamiento” para llegar a las mismas conclusiones. Filósofos como Nietzsche y Schopenhauer, leídos con avidez sobre todo en los think thanks del capitalismo aseveran que el individuo debe sobreponerse a las condiciones sociales a través de su singularidad e individualidad, enfrentándose de esta forma a la sociedad que lo absorbe y lo engulle. La idea del “super hombre”, sustentada por el pensamiento filosófico moderno, reproduce exactamente la misma forma de conciencia del liberalismo económico descrito líneas atrás: el individuo debe pelear contra la sociedad, la sociedad y el colectivo destruyen al hombre y la vida consiste en oponerse a cualquier forma de organización y colectividad posible, imponiendo en su lugar el interés puro y egoísta.

Finalmente, la política, el fenómeno social de mayor impacto sobre la vida humana, como efecto de las ideas económicas y filosóficas predominantes, poco tarda en sonar como el eco necesario en la conciencia del hombre. Las palabras de Margaret Thatcher, gran adalid del neoliberalismo, son suficientemente claras al respecto: “la sociedad no existe, solo existen los individuos”. Sobre esta idea se han formado y construido los Estados modernos y la prédica se reproduce en casi toda sociedad existente.

Esta conciencia predominante no es, sin embargo, real. Se reproduce en el pensamiento como necesaria, pero encierra en su seno la mentira que otorga a los poderosos la sumisión de los miserables del mundo. Es la idea de una clase que necesita imponer al hombre la idea de la propiedad como Dios único y absoluto con la clara intención de que como desposeído no vea en ella al enemigo, sino al ídolo inaccesible que no le corresponde cuestionar. La idea del individuo sobre la sociedad no es otra cosa que la idea de la propiedad privada sobre la propiedad colectiva. Comprender la falsedad de la conciencia que se nos presenta como verdad; es el primer momento necesario del despertar del verdadero hombre.


Escrito por Abentofail Pérez Orona

COLUMNISTA


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