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Este autor nativo de Palma de Mallorca, Islas Baleares, España (1914-1987), escribió una treintena de ensayos, periodismo y biografías, entre cuyos títulos destaca el dedicado a José Miguel Serra Ferrer (1713-1784), su paisano provincial, para reivindicarlo como un personaje del más alto nivel histórico. Serra Ferrer, mejor conocido como Junípero Serra, fraile franciscano, destacó como eficiente promotor de la religión católica en la entonces llamada Alta California, labor que realizó en los pueblos indígenas de esa región septentrional, y que Sabater exalta como “humanitaria y civilizadora”. Este empeño laudatorio, sin embargo, no logra ocultar la realidad histórica de la conquista española en la hoy denominada simplemente California, Estados Unidos (EE. UU.)
Y no lo logra porque, en los hechos que Sabater describe, se ofrece una prueba contundente de cómo las creencias religiosas eran usadas –y hasta la fecha– como armas de dominio ideológico en manos del poder político-económico para que sus beneficiarios se apropien de mano de obra gratuita, los territorios y bienes ajenos. El título mismo de la biografía de Serra –quien sin duda fue una persona buena y piadosa– sugiere el papel político instrumental que desempeñó en California cuando lo describe como “colonizador”, es decir, como el equivalente de un invasor militar, un asesino brutal, un esclavizador. Esta asociación se refrenda en los 22 capítulos del libro, en los que la creación de nueve misiones –entre ellas las de San Diego, Monterey, Santa Clara, Santa Bárbara y San Francisco– estuvo vinculada a las acciones militares destinadas a despojar de sus tierras a los indígenas de Norteamérica.
Éstas son algunas de las expresiones que Sabater utiliza para encomiar a Serra Ferrer: “La labor de España en aquellos tiempos gloriosos de nuestro primer imperio fue una labor de misión. Difundir la fe y ganar almas para Cristo era el móvil primero de la conquista… Y la Cruz, símbolo de Redención, se paseó triunfalmente por la rebelde y reformista Europa, e internose en lo más espeso e inhóspito de los continentes recién abiertos a la civilización. Que si la Espada del guerrero abría el surco, la Cruz del misionero echaba la semilla, afianzando y consolidando la obra de aquél empezada… De no ser por ellos –los misioneros católicos– la colonización de América no hubiera podido realizarse… Una labor como ésta –la evangelización católica– no podían llevarla a cabo los misioneros solos. Necesitaban de ayuda. Ayuda que les proporcionó el poder civil y el elemento militar íntimamente compenetrados. Eclesiásticos, civiles y militares formaban un solo cuerpo, atento únicamente a la conversión de los infieles y a la salvación de las almas…”.
Antes de su estancia de 15 años en California, el monje franciscano difundió la doctrina católica en la Ciudad de México, la Sierra Gorda de Querétaro y Tepic, Nayarit. Tomó el seudónimo Junípero de una variedad específica de ciprés, arbusto muy abundante en California, China y Japón.
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Escrito por Ángel Trejo Raygadas
Periodista cultural