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Nació el tres de julio de 1856 en el Departamento de Chiquimula, Guatemala, que más tarde tomó su nombre. Hizo estudios en Medicina y ciencias jurídicas en la Universidad Nacional, pero no concluyó ninguna por su incorporación temprana al ejército, donde su tío Vicente Cerna era mariscal. Tras la Reforma Liberal, éste huyó del país, y ayudarle le costó a Ismael la prisión y más tarde el exilio en El Salvador. Aunque logró regresar a su país en 1884, murió prematuramente el ocho de abril de 1901.
Como poeta no publicó ningún libro, su obra fue recopilada a finales del Siglo XIX por la Tipografía Nacional de Guatemala. En sus poemas se ve una fuerte influencia de su vida política como los poemas En la cárcel, Ante la tumba de Barrios, A Bolívar, etc.
A Guatemala
Ni gritos de dolor, ni acentos de ira
hallo en mi corazón. Al contemplarte
desfallece mi voz, mi canto expira.
¿Dónde el numen hallar para cantarte
la ardiente inspiración que al despertarte
haga estallar las cuerdas de mi lira?
El estro audaz, la inspiración bendita,
ambiente y luz y espacio necesita
en su noble y febril desasosiego;
necesita en la gran naturaleza
ejemplos de virtud y de grandeza
que arrebatar en su órbita de fuego.
Aquí donde se extiende asoladora,
como incendio voraz, la tiranía
implacable, feroz, aterradora;
donde cubre a la ardiente fantasía
cual fúnebre sudario ¡Patria mía!
Atmósfera letal y abrumadora.
Aquí donde cobarde y sin aliento
se oye no más el mísero lamento
que alza un pueblo infeliz y envilecido;
donde, en vez del estruendo de la lucha,
solamente se escucha
del infamante látigo el crujido.
No es posible cantar: la mente inquieta
de sacudir aquí no encuentra modo
la oprobiosa estrechez que la sujeta;
aquí, encerrado en círculo de lodo,
en vez de inspiración siente el poeta
vergüenza de los hombres y de todo.
No, no es aquí donde de luz sediento
de espacio y libertad el pensamiento
pueda ensayar el vuelo soberano;
solo desde las cumbres de los Andes
se atreve a desplegar sus alas grandes
el altivo Condor americano.
No es aquí donde el alma soñadora
puede saciar la sed que la devora
de santa libertad y de poesía;
no es aquí donde en estro levantado
puede hablar el poeta acostumbrado
a pensar y sentir con osadía.
No es aquí ¡vive Dios! El noble anhelo
de levantarse y escalar el cielo
en pro de un astro que esplendente asoma,
el ansia de la gloria sacrosanta
del corazón de un pueblo se levanta,
y no del fango en que se hundió Sodoma.
¡Ah! ¿y es esto verdad, Patria querida?
¿Es verdad que a los pies de quien te abate
te arrastrarás por siempre envilecida?
¿Ya ése tu joven corazón no late,
que dejas ¡ay! sin ira y sin combate
“que te arranquen los déspotas la vida?”.
¿Es verdad, ¡oh mi Patria!, que en tu suelo,
americano edén, pensil de flores
se haya extinguido todo noble anhelo;
que estás agonizando de dolores,
y no bajan mil rayos de tu cielo
a confundir a siervos y opresores?
Morirás, morirás sin que en tu oído
suene nunca un acento enardecido
en patriótico ardor, una voz fuerte
que altiva y poderosa se levante,
tus cadenas quebrante
y a la vida del siglo te despierte.
Esclava morirás. ¡Ah! Si pudiera
convertir mi cerebro en una hoguera,
y arder de inspiración como ardo en saña;
si hallar pudiera en esta tierra esclava
la tempestuosa voz con que atronaba
el sublime Dantón en la montaña.
¡Si yo tuviera sangre de espartanos
para dártela toda, toda, y luego
para herir en la frente a tus tiranos,
en rayos convertir este ardor ciego,
esta lira que estalla entre mis manos
y estas férvidas lágrimas de fuego!
Yo quisiera tener la soberana
furia del huracán o de los mares
la voz, aquella voz del gran Quintana
para agitar las iras populares,
como azota las selvas seculares
la horrorosa tormenta americana.
Yo quisiera, no sé; siento en el pecho
dolor, mucho dolor; siento un inmensa
agitación, un numen muy estrecho
para cantar lo que mi mente piensa.
Siento que lloro de ira y de despecho,
Y siento que este llanto me avergüenza.
Siento, ¡oh Patria!, Que te amo, y que no puedo
infundirte el aliento poderoso
del alma libertad, darte denuedo;
porque enfrente del yugo bochornoso,
veo en tus hijos llanto vergonzoso
y los veo temblar, temblar de miedo.
¡Oh! Malditos los déspotas que hirieron
tu hermosa juventud, los impostores
que al carro de los déspotas te uncieron…
malditos los soeces rimadores
que corona de burlas te pusieron
poniendo en el pavés a los traidores.
Malditos los que ven las hondas penas
en que tu hermosa juventud expira,
y no osan arrancarte las cadenas.
Maldito también yo, que ardiendo en ira,
No he roto contra el déspota mi lira
para darte la sangre de mis venas.
Autorretrato
De un terso espejo ante la plancha clara
contemplándome estoy, y estoy tan fiero,
que a no ser por lo mucho que me quiero
lleno de indignación me abofeteara.
Una cara más larga que una vara,
cuerpo maltrecho, canillas que hacen cero,
un conato de frente, un ojo huero
y una nariz más larga que la cara.
Conjunto ruin, fealdad tan insolente;
al contemplar mi bárbara escultura
se me desgarra el corazón cruelmente;
mas al ver tan horrible desventura
tengo un consuelo y, pásmese la gente,
soy de mi pueblo la mejor figura.
Ante la tumba de Barrios
No vengo a tu sepulcro a escarnecerte,
no llega mi palabra vengadora
ni a la viuda, ni al huérfano que llora
ni a los fríos despojos de la muerte.
Ya no puedes herir ni defenderte,
ya tu saña pasó, pasó tu hora;
solamente la historia tiene ahora
derecho a condenarte o absolverte.
Yo que de tu implacable tiranía
una víctima fui, yo que en mi encono
quisiera maldecirte todavía.
No olvido que un instante en tu abandono
quisiste engrandecer la Patria mía,
¡y en nombre de esa Patria te perdono...!
Escrito por Redacción