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Poeta portugués. Nació en Lisboa el 13 de junio de 1888. Vivió en Sudáfrica hasta 1905, pues su padre era cónsul portugués en Durbán; allí aprendió a hablar inglés, adoptando este idioma como su segunda lengua. En 1906 se matriculó en el Curso Superior de Letras de Lisboa, que abandonó sin concluir, un año después. En 1914 comenzó a escribir poemas con distintas identidades estéticas (alter egos, heterónimos), cada una con un estilo distinto, un nombre diferente y una concepción particular de la poesía: Alberto Caeiro, Ricardo Reis, Álvaro de Campos y Pessoa mismo, de los cuales incluso escribió biografías que él mismo creó. Introdujo en su país corrientes literarias muy importantes en su época, como el futurismo o el modernismo, y fue el principal foco estético de la vanguardia portuguesa. En 1934 se publicó el único libro de poesías que él vio en vida: Messagem. Murió el 30 de noviembre de 1935, a los 47 años, en su ciudad natal.
Lisboa revestida
No: no quiero nada.
Ya dije que no quiero nada.
¡No me vengan con conclusiones!
La única conclusión es morir.
¡No me vengan con estéticas!
¡No me hablen de moral!
¡Aparten de aquí la metafísica!
No me pregonen sistemas completos, no me alineen conquistas
De las ciencias (¡de las ciencias, Dios mío, de las ciencias!)—
¡De las ciencias, de las artes, de la civilización moderna!
¿Qué mal hice a todos los dioses?
¡Si poseen la verdad, guárdensela!
Soy un técnico, pero tengo técnica solo dentro de la técnica.
Fuera de eso soy loco, con todo el derecho a serlo.
Con todo el derecho a serlo, ¿oyeron?
¡No me fastidien, por amor de Dios!
¿Me querían casado, fútil, cotidiano y tributable?
¿Me querían lo contrario de esto, lo contrario de cualquier cosa?
Si yo fuese otra persona, les daría a todos gusto.
¡Así, como soy, tengan paciencia!
¡Váyanse al diablo sin mí,
O déjenme que me vaya al diablo solo!
¿Para qué hemos de ir juntos?
¡No me toquen en el brazo!
No me gusta que me toquen en el brazo. Quiero estar solo,
¡Ya dije que soy un solitario!
¡Ah, que fastidio querer que sea de la compañía!
Oh cielo azul –el mismo de mi infancia–,
¡Eterna verdad vacía y perfecta!
¡Oh suave Tajo ancestral y mudo,
Pequeña verdad donde el cielo se refleja!
¡Oh amargura revisitada, Lisboa de antaño y de hoy!
¡Nada me das, nada me quitas, nada eres que yo me sienta!
¡Déjenme en Paz! No tardo, yo nunca tardo…
¡Y mientras tarda el Abismo y el Silencio quiero estar solo!
Esto
Dicen que finjo o miento
en todo cuanto escribo. No.
Yo simplemente siento
con la imaginación.
No uso el corazón.
Lo que sueño y lo que me pasa,
lo que me falta o finaliza
es como una terraza
que da a otra cosa todavía.
Esa cosa sí que es linda.
Por eso escribo en medio
de lo que no está en pie,
libre ya desde mi atadura,
serio de lo que no lo es.
¿Sentir? ¡Sienta quien lee!
No sé cuántas almas tengo,
no sé cuántas almas tengo.
A cada instante cambié.
Continuamente me extraño.
Nunca me vi ni me hallé.
De tanto ser solo tengo el alma.
Quien tiene alma no tiene calma.
El que ve solo es lo que ve,
quien siente ya no es quien es.
Atento a lo que soy y veo,
ellos me vuelvo, no yo.
Cada sueño o el deseo
no es mío si allí nació.
Yo soy mi propio paisaje,
el que presencia su paisaje,
diverso, móvil y solo,
no sé sentirme yo donde estoy.
Así, ajeno, voy leyendo,
como páginas, mi ser,
sin prever eso que sigue
ni recordar el ayer.
Anoto en lo que leí
lo que creí que sentí.
Releo y digo: “¿Fui yo?”
Dios lo sabe, porque lo escribió.
19–11–1935
Hay peores enfermedades que las enfermedades,
hay dolores que no duelen, ni en el alma,
pero que son más dolorosos que los otros.
Hay soñadas angustias más reales
que las que la vida nos trae, hay sensaciones
sentidas solo con imaginarlas,
que son más nuestras que la propia vida.
Hay tanta cosa que sin existir,
existe, existe, demoradamente
y demoradamente es nuestra y nosotros…
Por sobre el verde turbio del amplio río
los circunflejos blancos de las gaviotas…
Por sobre el alma el bosquejar inútil,
de lo que no fue, ni puede ser, y es todo.
Dame más vino, porque la vida es nada.
Poema en línea recta
Escrito bajo el heterónimo de Álvaro Campos.
Nunca he conocido a nadie a quien le hubiesen molido a palos.
Todos mis conocidos han sido campeones en todo.
Y yo, tantas veces despreciable, tantas veces inmundo,
tantas veces vil,
yo, tantas veces irrefutablemente parásito,
imperdonablemente sucio,
yo, que tantas veces no he tenido paciencia para bañarme,
yo, que tantas veces he sido ridículo, absurdo,
que he tropezado públicamente en las alfombras de las
ceremonias,
que he sido grotesco, mezquino, sumiso y arrogante,
que he sufrido ofensas y me he callado,
que cuando no me he callado he sido más ridículo todavía;
yo, que les he parecido cómico a las camareras de hotel,
yo, que he advertido guiños entre los mozos de carga,
yo, que he hecho canalladas financieras y he pedido prestado
sin pagar,
yo, que, a la hora de las bofetadas, me agaché
fuera del alcance de las bofetadas;
yo, que he sufrido la angustia de las pequeñas cosas
ridículas,
me doy cuenta de que no tengo par en esto en todo el
mundo.
Toda la gente que conozco y que habla conmigo
nunca hizo nada ridículo, nunca sufrió una afrenta,
nunca fue sino príncipe –todos ellos príncipes– en la vida...
¡Ojalá pudiese oír la voz humana de alguien
que confesara no un pecado, sino una infamia;
que contara, no una violencia, sino una cobardía!
No, son todos el Ideal, si los oigo y me hablan.
¿Quién hay en este ancho mundo que me confiese que ha
sido vil alguna vez?
¡Oh príncipes, hermanos míos,
¡Leches, estoy harto de semidioses!
¿Dónde hay gente en el mundo?
¿Seré yo el único ser vil y equivocado de la tierra?
Podrán no haberles amado las mujeres,
pueden haber sido traicionados; pero ridículos, ¡nunca!
Y yo, que he sido ridículo sin que me hayan traicionado,
¿cómo voy a hablar con esos superiores míos sin titubear?
Yo, que he sido vil, literalmente vil,
vil en el sentido mezquino e infame de la vileza.
El teatro, un arte que debe despertar al pueblo
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Escrito por Redacción