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En sus 70 años de reinado Isabel Alexandra Mary Windsor (Isabel II) hizo muy poco para aliviar la vida de los dos mil 600 millones de personas de la Mancomunidad Británica, de la que fue Jefa de Estado. Además, la cabeza de la Casa de Windsor nunca se disculpó con las mujeres y hombres de sus colonias por la represión, saqueo y expoliación de la avaricia real. Tras su deceso, miles exigen suprimir esa política colonial y la parasitaria monarquía, siempre cómplice de vejaciones al derecho internacional.
Por siglos, la corona británica se nutrió del saqueo de valiosos recursos, la explotación de esclavos –capturados en África y traficados a sus colonias– la piratería, el pillaje y del dominio de ubicaciones estratégicas en esos enclaves.
Fue así como el capitalismo británico construyó en Reino Unido un Estado desarrollado que hoy es la quinta economía mundial. Por su fuerza político-militar es potencia nuclear y miembro permanente del Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). En esto reposa el poder con el que aún hoy Londres subordina a sus excolonias.
El colonialismo británico en Asia, África y América repudió las ideas de igualdad de las personas y la administración aún está en manos de élites racistas. Este sistema “no es que no fuera democrático, era antidemocrático”, refirió en 2016 el historiador Kwasi Kwarteng, actual Ministro de Hacienda de la premier Liz Truss.
Hoy, cuando surge una nueva era geopolítica, urge analizar al colonialismo y la realeza británica. buzos ha mantenido su mirada crítica sobre abusos, antidemocracia y opacidad de las monarquías, como se lee en el artículo La opaca ósmosis entre capitalismo y monarquías (16 de junio de 2014).
El neocolonialismo tiene una dimensión cultural que ya produjo víctimas mexicanas en Reino Unido. La paisana Michelle Salazar, quien bautizó con el nombre Sonora Taquería su negocio en Londres, hace días fue demandada por la empresa británica Worldwide Taquería, de Alexander Ward, por usar el mexicanísimo término taquería.
No se espera que la Justicia inglesa apoye a Salazar. En junio pasado, el Tribunal Superior avaló el robo de mil millones de dólares (mdd) en reservas de oro a Venezuela, por el Banco de Inglaterra, alegando que Juan Guaidó es el presidente de ese país. Luego de esto, se espera cualquier otro acto de rapiña.
Reyes y esclavos
En México y el mundo no se conoce a fondo la información del violento colonialismo. Cabe recordar que, entre los Siglos XVII y XVIII, la opulencia de Londres, Liverpool, Bristol y Glasgow provenía de la explotación de personas, plantaciones, minas y aguas en sus colonias. La Corona promovió y acunó la piratería y el pillaje que la enriquecieron.
Los beneficiarios fueron la realeza, los banqueros, esclavistas, mercaderes, capitanes de barcos y agentes de las tenebrosas empresas expoliadoras. Solo un puñado de ingleses se opuso a esa desmedida explotación, entre ellos vale recordar a Thomas Clarkson y William Wilberforce.
El inmoral negocio del tráfico de personas tuvo su auge entre 1662 y 1833, cuando 3.4 millones de esclavos se transportaron de África a Europa y América. Las ganancias eran tan fructíferas que los aristócratas y la clase mercantil levantaron mansiones y obtuvieron pomposos títulos.
Solo la Real Compañía Africana habría traficado a 85 mil esclavos a finales del Siglo XVII. La famosa canción Penny Lane, de Los Beatles, alude a una calle en Liverpool dedicada al negrero James Penny, y se estima que el 40 por ciento de los ingresos de la ciudad de Bristol provenía de la esclavitud.
El Acta del Comercio de Esclavos de 1788 regulaba esa actividad. Fue tan intensa, que ese intercambio de humanos se ilustra en fachadas de edificios históricos e institucionales de todo el Reino Unido. Hasta 1883 se abolió formalmente la esclavitud e informalmente se prolongó hasta la segunda mitad del Siglo XX.
En su periodo de esplendor, entre 1815 y 1914, el Imperio Británico incluyó territorios de dominios, colonias, mandatos y protectorados en todos los continentes. En los mapas se mostraba en color rosa, mientras las compañías mercantiles y la Royal Navy avasallaban la vida de miles de millones de personas.
Resultado del inhumano e ilegal sometimiento de pueblos originarios, ese imperio colonial aplicó su política de saqueo económico a decenas de países. Ya disfrazado de “monarquía parlamentaria”, sus actuales gobiernos niegan su responsabilidad en la política de opresión y violencia sobre esos dominios.
En el colmo del impudor, a la muerte de Isabel II, su prensa corporativa y sus analistas insistieron en el “legado de progreso y buena administración” de la soberana, encubriendo que la monarca nunca pidió disculpas a las víctimas de ese atroz colonialismo. Hoy, habitantes de las excolonias exigen que se reconozcan tales abusos y que la casa real se disculpe.
Crímenes de guerra
Bajo el Derecho Internacional, los actos contra el Jus bellum (normas de guerra) establecidas por las Convenciones de La Haya y de Ginebra, los abusos cometidos por la Corona en sus colonias y fuera de ellas son crímenes de guerra.
1899-1901. Rebelión Bóxer: saqueos y abusos de tropas británicas contra civiles chinos porque Beijín se negó a rendirse.
1880-1902. Guerras Bóers: Los británicos en Sudáfrica confinaron a 107 mil personas en campos de concentración; 27 mil 927 murieron por maltrato.
1916. Rebelión de Pascua en Dublín: tropas británicas atacaron a civiles durante la ley marcial.
1920. Guerra de Independencia de Irlanda: el gobierno británico llamó guerrilleros a los resistentes y rechazó conceder el estatuto de prisioneros a miembros del Ejército Republicano Irlandés (IRA).
1945. Tropas británicas saquearon las ciudades francesas de Bayeux y Caen. Usaron la violencia contra prisioneros y civiles alemanes en la cacería de altos mandos nazis.
1948. Masacre de Batang Kali en Malasia: tropas británicas decapitaron y mutilaron a 24 aldeanos insurgentes.
1959. Masacre de Hola, Kenia: fueron asesinados 506 detenidos que se rehusaron a participar en el llamado “proceso de rehabilitación” (trabajos forzados y acatar órdenes denigrantes) en esa colonia.
2003-2006. Tropas británicas aniquilaron a civiles iraquíes que no representaban amenaza. El uso de fuerza letal incluyó golpes brutales contra civiles en represalia por bajas británicas, tal como se muestra en el video de un camarógrafo inglés, en 2004, cuando los invasores golpean a adolescentes iraquíes mientras el camarógrafo los anima.
Violencia “real”
Las colonias británicas, ubicadas en todo el planeta, fueron escenario de constantes abusos. Es conocido que la conquista española usó la fuerza bruta sobre los indígenas para someterlos; sin embargo, muy poco se sabe de la sistemática violencia británica que juristas y familias de víctimas califican como crímenes de guerra.
Protestan contra la impunidad de las masacres de las que fueron víctimas sus antepasados a manos del imperialismo británico, así como por la devastación de civilizaciones bien estructuradas como las que florecieron en tierras asiáticas y americanas, revela Álvaro Ban den Brule.
Un ejemplo fue La India, la “joya de la Corona”, dominada durante dos siglos. Para someter a su población, el imperialismo dividió a las fuerzas locales, generalizó la esclavitud e impidió a los locales comerciar sus productos, con los que lucró al llevarlos a mercados internacionales.
Aún hoy se recuerda la masacre por hambruna de Orissa (Bengala) en 1886. La Compañía Británica de las Indias destruyó la industria textil local, por lo que los pobladores tuvieron que trabajar en la agricultura, desplazados a las zonas de temporal. Ese año no hubo cultivos por la gran sequía y los precios aumentaron; sin alimentos, los indios pidieron ayuda.
El gobernador británico Cecil Beadon sopesó que regular los precios “alteraría las leyes naturales de la economía”. Y tras prohibir toda asistencia privada para los indios, los abandonó, provocando la muerte de un millón de personas, recuerda el historiador Dinyar Patel.
El colonialismo inglés asoló a Australia, con una superficie 32 veces mayor a las islas británicas. Antes de que la Corona les “mostrara su avanzada civilización”, ahí vivían sociedades que, una vez colonizadas, vieron perecer a más de 900 mil pobladores, refiere la Sociedad Geográfica.
En África, los británicos despojaron de nombre, identidad, dignidad y libertad a millones de personas al convertirlos en esclavos y someterlos a vejaciones. Tras apropiarse de los puertos de Senegal y Guinea, millones de esclavos se embarcaron hacia el Caribe y Estados Unidos (EE. UU.), encadenados y despojados de todo trato humanitario.
En 1952, cuando Isabel II visitaba Kenia, recibió la noticia de la muerte de su padre, Jorge VI, lo que la convirtió de facto en reina del Imperio. En ese momento, los británicos saqueaban ese territorio y desplazaban de sus ricas tierras a los habitantes de Tigoni hacia zonas áridas. Las tropas de “Su Majestad” apuntaban a la cabeza de las mujeres para obligar a los hombres a someterse.
“No puedes tener opresión sin resistencia”, explica el escritor Mukoma Wa Ngugi, cuya familia fue reprimida durante el movimiento de las Mau Mau. La violencia del ocupante generó la reacción de los kenianos, que fueron reprimidos con más saña; luego los confinó en campos de detención donde eran golpeados hasta que juraban lealtad a la Corona, describe Caroline Elkins.
Este rechazo al imperialismo en Kenia ganó el apoyo de distintas etnias locales y vecinas. “Hay un cierto grado de psicosis al pensar que puedes ir a tierras de otros pueblos, colonizarlos y esperar que al mismo tiempo ellos te honren”, señala Wa Ngugi.
Sin embargo, subsisten contradicciones. El anterior presidente, Uhuru Kenyatta, aunque su padre fue víctima de la represión británica, llamó “terroristas” a esos defensores. Y el actual presidente, William Ruto, declaró cuatro días de luto, de modo que hoy Kenia es un gobierno neocolonial que no respeta los deseos de la mayoría, que rechaza ese estado de cosas, agrega Wa Ngugi.
Demoler el colonialismo
La inconformidad crece en la Mancomunidad Británica (Commonwealth), que nació en 1930 con 54 entidades semindependientes y que obedecen al secretario general, quien hoy es el indio Kamalesh Sharma y cuya sede está en Londres. Cada entidad tiene un gobernador general que representa a la Corona ante los habitantes que, en promedio, viven en situación precaria. De ahí las crecientes exigencias por su autonomía.
Tal es el caso de Australia, donde políticos y organizaciones civiles respaldan un referendo republicano, que ha propuesto el primer ministro laborista, Anthony Albanese. En pleno luto por Isabel II, ese debate se silenció por “impropio”, aunque podría celebrarse hasta 2025, comenta el politólogo John Warhurst. Nueva Zelanda también desea transitar hacia una república, pero la premier local, Jacinda Arden, no quiere que sea en su gestión.
Corona rica, pueblo pobre
Se estima que, en este invierno, un tercio de los hogares británicos caerá en pobreza. En contraste, en mayo la fortuna personal de Isabel II sumó ocho mil 690 millones de pesos (mdp). Su heredero, Carlos III, dispondrá de tres fuentes de ingresos: la Subvención Soberana, el Ducado de Lancaster y bienes personales, además de un salario anual de dos mil 63 mdp.
La opulencia real es mucho mayor, pero el monto es privado. Sus inmuebles suman miles de millones de libras (el castillo de Balmoral, Sandringham Estate, cuadras de caballos de carreras, las Joyas de la Corona, obras de arte y colecciones de sellos valuados en unos dos mil 748 mdp.
En junio, el patrimonio de la Casa Real sumaba tres mil 405 mdd. Incluye parques eólicos, oficinas, granjas de ganado, fincas, centros comerciales y espacios históricos como el West End londinense.
Además, la Corona dispone de todo el lecho marino de Escocia (22.2 km). Esto significa tierras rurales, derechos de pesca de salmón y trucha, oro, plata y otras propiedades, según el diario The Guardian.
Carlos III heredó el Ducado de Cornualles, que acopia 52 mil hectáreas en 20 condados de Inglaterra y el País de Gales. Son tierras de cultivo, bosques, ríos, costas, viviendas, propiedades comerciales y hasta la prisión de Dartmoor. En marzo tuvo activos de 22 mil 903 mdp, y Carlos recibió 420 mil 600 mdp anuales.
Los grandes aires de cambio llegan de las excolonias del Caribe, la región que fue el corazón del primer imperio colonial británico en América. Su bonanza se sostuvo con trabajos forzados de 2.5 millones de esclavos africanos; bajo la influencia de ideas progresistas en la zona, hoy surgen ideas de autodeterminación y exigencias de indemnización.
En 2021, Barbados votó para romper su pasado colonial y convertirse en República. Antigua y Barbuda también quiere cortar nexos con la monarquía; su primer ministro, Gaston Browne, se comprometió a un referendo en ese sentido.
Ahí, la figura de Isabel II no es bien vista, pues ayudó a “encubrir la brutalidad histórica del imperio” con un barniz de grandeza y boato, afirma Dorbrene O’ Marde, director de la Comisión de Reparaciones de la isla.
Jamaica, a su vez, se inclina por un voto similar para eliminar la dependencia británica con impulso del Partido Laborista. Para el poeta jamaiquino Mutabaruka, la monarquía representa “la actividad criminal” contra sus antepasados mediante abusos y asesinatos.
Tal escenario anticipa que, en unos tres años, la Mancomunidad cambiará. El pasado histórico de represión y saqueo pesan demasiado para el nuevo monarca, Carlos III, quien ofreció mantener el gobierno constitucional, buscar la paz, armonía y prosperidad de los pueblos de la Commonwealth.
Pero el flamante rey no cuenta con la opinión favorable de los jóvenes británicos, que rechazan a la monarquía y están dispuestos a abolirla porque no es necesaria, según la encuesta YouGov. De ahí que durante la investidura real, el activista Symon Hill gritara “¿Quién lo eligió?” La respuesta llegó pronto: fue arrestado.
Sin embargo, las cifras son evidentes: al menos el 41 por ciento de personas de entre 18 y 24 años declaró que prefiere elegir al jefe de Estado, contra el 31 por ciento que están conformes con tener un rey o reina. Este resultado muestra un drástico cambio comparado con el sondeo de 2020, cuando el 46 por ciento prefería la monarquía; y solo el 26 por ciento deseaba su desaparición. Esto significa que el duro peso de la colonización y sus abusos ya no son tolerables.
Escrito por Nydia Egremy
Internacionalista mexicana y periodista especializada en investigaciones sobre seguridad nacional, inteligencia y conflictos armados.