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Cuando el capitalismo está en crisis se fortalecen las derechas, dice el principio. Sí sorprende que un golpe de extremistas de derecha –neofascistas, cúpulas militares y promonárquicos– fraguaran un golpe en Alemania, primera economía europea y cuarta mundial. Detrás están la exclusión a alemanes del Este, las secuelas de la desglobalización y el rearme que atizan EE. UU. y la OTAN. Reactivar el neofascismo germano como estrategia imperial vaticina un futuro difícil de cuyos riesgos no está exento México.
La nueva ultraderecha se gestó en la geopolítica alemana en las pasadas décadas. A diferencia del radicalismo tradicional, que rechaza la modernidad política e identidad cultural de la Unión Europea (UE), el neofascismo germano es tan asertivo que se trasnacionalizó y opera desde posiciones del gobierno.
Ese mapa conceptual exhibe que el motor de Europa tiene problemas y los transmite a su zona geopolítica. Por ello, el cristiano demócrata y jefe Ejecutivo de Renania del Norte-Westfalia, Armin Laschet, aludió que cuando se multiplicaban los atentados ultraderechistas en la República de Weimar (1918-1933), se difundió la frase: “el enemigo está a la derecha”.
Esas fuerzas son antidemocráticas, individualistas, violentas y grupusculares. Pretenden que el mercado regule la economía, el Estado solo brinde un marco legal y de seguridad para que el sector privado opere libremente.
Así, hoy las fuerzas más reaccionarias han puesto en juego el destino de la Bundesrepublik Deutschland (República Federal de Alemania). Un estado cofundador de la UE, rico en recursos y con óptima posición geoestratégica (colinda con el Mar del Norte, el Mar Báltico, Dinamarca, Polonia, República Checa, Austria, Suiza, Luxemburgo, Bélgica y Países Bajos).
En términos políticos, así como los empresarios alemanes no confiaban en Adolfo Hitler y en Brasil tampoco creían en Jair Bolsonaro, pero los llevaron al poder para controlar el Estado y que los extremistas controlaran la calle y frenaran los sindicatos, el fascismo del Siglo XXI es el Plan B del capitalismo en crisis, explica el politólogo Juan Carlos Monedero.
De ahí que sus miembros no operen arbitrariamente, no se aíslen en grupúsculos ni sean “desquiciados”. Son el ejército de reserva del capitalismo corporativo que opera en sincronía con esos intereses y sus élites. Y como en el fascismo tradicional, el actual extremismo coopta a intelectuales por su rol difusor, indica E. Toscano de la Universidad de Estudios G. Marconi.
Economía y neofascismo
Para explicar la subsistencia de esas fuerzas, cabe revisar 30 años de socioeconomía germana. La imagen de eficiencia alemana ocultaba enormes grietas socio-económicas, como evidenció la reunificación (1989-1990). Una, la cruel exclusión de los ozzies (ciudadanos de la Alemania Oriental), y otra, la enquistada nostalgia de las élites por el pasado monárquico.
Esa realidad se ocultó por décadas para mostrar al país como modelo del capitalismo: con pleno empleo, mayor crecimiento que sus vecinos y superávit récord. Beneficiaria de la globalización, Alemania reorientó sus exportaciones entre 2000 y 2010 y al agotarse el modelo, en 2017, ya mostraba dos debilidades: baja en su demanda interna y dependencia extrema de importaciones, refiere la Fundación Marshall.
Ante el ascenso geopolítico de China, Alemania respondió con pragmatismo: alentó su asociación estratégica y mantuvo su compromiso con Occidente. Ese equilibrio favoreció su auge industrial y las exportaciones hacia el este europeo, sin ayudar a la Alemania del Este.
Los habitantes de los cinco estados federales (länder) de la antigua Alemania Oriental (Brandenburgo, Mecklemburgo-Pomerania Occidental, Sajonia, Sajonia-Anhalt y Turingia) sufrían la desindustrialización, con pérdida de empleos. Al alza en salarios y la revaluación del 70 por ciento del marco oriental (ostmark) siguió la baja del nivel de vida por falta de inversiones y quiebra del sector manufacturero. Resultado: baja autoestima colectiva por la humillación occidental.
Esos lastres propiciaron el auge del neofascismo que hoy agobia al país. Los infortunios para los alemanes se agudizaron en 2022, al sufrir los efectos de la crisis económica mundial, sumada a la escasez energética y de bienes básicos por el rebote de las sanciones a Rusia. Al grado de que en julio, el magnate inmobiliario y ministro de Economía, Robert Habeck, bromeó al admitir que tardaba menos en bañarse. A la vez, anunció que en sus edificios reduciría la calefacción con gas en pleno invierno.
Si un empresario y alto funcionario actuaba así, peor lo pasaban 84 millones de sus paisanos. Al segundo semestre de 2022, las altas tarifas de gas escalaron las ventas de carbón y madera, según el Financial Times. Con temperaturas de -10º C en invierno, no disfrutaron del célebre balneario Münster-Therme en Düsseldorf, que cerró por falta de gas para calentarlo.
Hace un lustro nadie imaginaría que la Alemania industrializada, moderna, disciplinada y supereficiente estuviera hoy en apuros. Tanto, que para evitar que falte energía para la industria, el Partido Verde apoyó prolongar la vida de la central nuclear de Baviera, que debía cerrar en 2022. La inédita inflación y deuda agravó el panorama y, en junio, amplios sectores exigían un cambio urgente.
Ese disgusto colmó la paciencia de quienes alegan que han sufrido por 30 malas decisiones del Estado. Denuncian desde microagresiones rutinarias hasta la exclusión sistémica en los mercados laboral, inmobiliario y en espacios de poder, discriminación escolar o atención médica, y brutalidad policial, según el primer informe de la Comisión Federal Antirracista de Alemania.
Principales grupos de la ultraderecha
En 2021, Alemania registró mil 11 delitos extremistas del entorno neofascista. En los expedientes de la Oficina Federal de Protección de la Constitución alemana, éstos son los grupos de ultraderecha considerados más peligrosos.
Reichsbürger (auto-gobernados): unos 22 mil miembros que apoyan el Reich. Los une el antisemitismo e ideas conspirativas (un presunto gobierno en la sombra construye un poder ilegítimo que dominan los judíos). La Policía les confiscó arsenales.
Querdenker (los que piensan distinto): unos 50 mil miembros. Emergieron en la pandemia, desobedecen las medidas sanitarias, que ven como estrategias de represión. Irrumpieron en el parlamento de Berlín y ondearon la bandera del Reich.
Movimiento Identitario: unos 500 miembros. Nació en Francia y se dirige a una clase media culta, tiene amplia difusión en redes. Combina lemas antimigración y antiIslam con actos disruptivos en universidades, centros de refugiados y musulmanes. Se vincula con la AfD.
Instituto de Política Estatal: nuevo think tank de la derecha elitista. Su fundador es Götz Kubitschek con una cosmovisión racista que lucha por la homogeneidad cultural de los Estados.
Ein Prozent für unser Land (uno por ciento para nuestro país): nació en 2015, solicita donativos para apoyar actos contra refugiados.
Pi-News (Politically Incorrect): blog con 150 mil visitantes diarios. Sostiene que Alemania se islamiza y que hay un supuesto cambio demográfico (Umvokung). Presenta a los inmigrantes musulmanes como delincuentes, agresivos.
COMPACT-Magazin GmbH: publica contra el sistema político alemán. Su tesis: una élite financiera global planea un nuevo orden mundial y usa a la pandemia para conseguirlo.
Nordkreuz (Cruz del Norte): grupo paramilitar.
Hoy es evidente que la desglobalización y las recientes condiciones están detrás del neofascismo, lo que mostró Michal Kalecki en los años sesenta del siglo pasado al evidenciar el nexo entre corporaciones y radicalismo, que se inflitra sin resistencia entre élites y gobiernos de Francia, Alemania y EE. UU.
Alertó que los grupos más reaccionarios del mundo subvencionan a los fascistas. Señaló que las empresas buscan su beneficio y se expanden con filiales armamentistas, así como sectores de las Fuerzas Armadas. Kalecki advirtió que, como la clase gobernante no cree que esos grupos alcancen el poder, no los suprime, solo los reprende para luego usarlos. Lo mismo sucede hoy.
Golpe frustrado
El pasado 21 de diciembre, millones de alemanes despertaron con una sorpresiva noticia: había sido desarticulado un golpe de extrema derecha contra el gobierno federal. A esas horas, tres mil policías emprendían unas 150 acciones simultáneas en 11 de los 16 länder, donde incautó armas a los conspiradores y una lista de 18 políticos y periodistas “enemigos”.
Los alemanes, que por décadas se creían a salvo de extremismos violentos (como el nazifascismo y golpes militares al estilo del Cono Sur americano del siglo pasado), descubrían que la conjura buscaba liquidar el orden político actual y reemplazarlo por otro inspirado en el Segundo Imperio Alemán.
El presunto cabecilla de los 25 detenidos era el príncipe Enrique XIII, de 71 años, de la aristocrática familia Reuss, con 700 años de historia. Nostálgico del pasado imperial germano, se reunía con altos funcionarios en su pabellón de caza en Waidmannshil, Turingia (donde hace 90 años ganaron el poder local los nazis).
Además de ser cercano al alcalde y almacenar armas, ese personaje patrocinó cárteles anti-gubernamentales y en cartas invitó a los vecinos a registrase como “ciudadanos de la Casa de Reuss”, denunció el periodista Peter Hagen.
Entre otros conjurados, figuran un exdiputado del partido de derecha radical Alternativa para Alemania (AfD), elementos de la élite de los cuerpos de seguridad Bundeswehr y miembros del neonazi Reichbürguer (Ciudadanos del Reich).
Sus seguidores son los antivacunas, negacionistas de la crisis climática y de toda evidencia científica; todos esgrimen teorías conspirativas. Sus instigadores operan en corporaciones libres de sospecha racista, como exhibe el polémico anuncio de Volkswagen donde una mano blanca aleja a un hombre negro del Golf MkVIII.
La derecha ha cambiado su forma, no el fondo. El dueño de los supermercados Lidl, que datan de la era nazi en 1930, Dieter Schwarz, es el magnate en el sitio 38 entre los más ricos del mundo. Como su apellido en alemán significa negro, lo cambió por el de un socio para evitar connotaciones racistas.
Los militares alemanes acarician el neofascismo. En 2021, el gobierno debió retirar a 30 soldados de una misión de la OTAN por entonar cánticos racistas en una fiesta dedicada a Hitler. A la vez, la muerte en Sajonia (este del país) de un alemán de origen cubano, develó la acción de la extrema derecha neonazi. “El shock económico de la reunificación ha hecho que la violencia sea aún parte de la identidad de esa zona de Alemania”, apunta Federico Steinbeg.
Relación germano-mexicana: amistad o riesgo
En el virreinato arribaron religiosos, técnicos, científicos, médicos, filósofos y naturalistas germanos, como Alexander von Humboldt que escribió: “si solo pudieras llamar Paraíso a un lugar del mundo, ése tendría que ser México”. En 1823 operaban compañías mercantiles germanas y en 1865 el buque San Luis zarpó de Hamburgo hacia Sisal, Yucatán, con 443 alemanes (campesinos, obreros y artesanos víctimas de la creciente industrialización). Tras el fin del imperio de Maximiliano, Alemania fue el primer país en reanudar relaciones con México. Al iniciar el Siglo XX, llegaron tres mil comerciantes, artistas y científicos, muchos se establecieron al sur en fincas cafetaleras. Entre 1933 y 1941 hubo relaciones mutuas, aunque los alemanes en este país ponían a disposición de oficiales alemanes sus recursos y terrenos, afirma Juan A. Cedillo en su libro Los nazis en México.
Hoy Alemania es nuestro primer socio comercial europeo; aquí operan unas dos mil firmas germanas que generan unos 150 mil empleos en el sector automotriz, aeroespacial, químico y de telecomunicaciones.
Cambio de época
Cuatro días después del inicio de la operación especial militar de Rusia en Ucrania, el canciller Olaf Scholz anunciaba la Zeitenwende (Cambio de época). Significa el mayor rearme alemán desde la Segunda Guerra Mundial; un punto de inflexión en ese país obligado a desmilitarizarse tras su derrota en 1945.
Y por tanto, es el fin del “pacifismo” alemán justo cuando la OTAN y la UE profundizan sus nexos. Ese viraje se da cuando proliferan miembros de extrema derecha en los organismos de seguridad; algunos reciben salario en la Bundeswehr (Fuerzas Armadas), la Policía, Servicios de Inteligencia y Aduanas.
Trabajan y recogen información dentro de los organismos de seguridad. Y se da la paradoja de que son los encargados de proteger a los alemanes, describió a DW el presidente de la Oficina de Protección de la Constitución, Thomas Haldenwang.
Con la Zeitenwende se accede a un fondo para Defensa de 107 mil millones de dólares (dos por ciento de su Producto Interno Bruto), a distribuirlos en cinco años. Para ello, el 30 de mayo, Olof Scholz negoció con la oposición modificar la Constitución y el presupuesto de las Fuerzas Armadas subirá este año de 54 mil 150 a 75 mil 800 mdd.
Ese giro, so pretexto del conflicto en el este europeo, logró que el presupuesto bélico de Alemania sea el mayor en 83 años. Y, sobre todo, perfila al país como la mayor potencia militar de Europa y tercera despues de EE. UU. y China.
Scholz consolida así la vena armamentista-belicista enraizada en el ánimo germano con una nueva política exterior, para ejecutar operaciones bélicas públicamente sin ocultarse detrás de sus aliados, como hizo en los Balcanes e Irak. Por ello, Occidente respalda su plan de “modernizar” a la Bundeswehr que hoy tiene capacidad “limitada”.
Entusiasta con la Zeitenwende, EE. UU. habla de “preservar el sistema occidental de valores” explica la consultora MainFirst. En realidad, se trata de un frío negocio, pues el 15 de diciembre, el Complejo Industrial Militar vendió a Alemania 35 aviones de combate F35, capaces de transportar bombas atómicas, por unos 13 mil millones de dólares.
Sigue una inmensa lista de adquisiciones a surtirse próximamente: 120 mil fusiles de asalto, modernización de los tanques Puma, nuevos vehículos que transiten en la nieve, sistemas de comunicación terrestre, además de municiones y equipos de rastreo.
Ascenso electoral
Avalarán ese rearme la derecha en el Bundestag y una sociedad atrapada en la incertidumbre. Desesperada por vivir una situación de apremio económico y sin expectativas de recuperar su bienestar, la extrema derecha presiona a los alemanes con amenazas a su seguridad a causa de inmigrantes extraeuropeos y el auge de religiones “ajenas”.
Esos temores, que se creían enterrados en los europeos, resurgen por el declive de la economía real y la ausencia de soluciones debidos a la incapacidad de los políticos para atajar el empobrecimiento, señala Fernando Arancón.
El este alemán desindustrializado es el caldo de cultivo de ese populismo que hoy representa el partido Alternativa por Alemania (AfD). Y desde 2013, tras el pico globalizador, es el partido radical más exitoso con su programa antieuro y antiayuda a Grecia. En 2021 ganó las elecciones con su campaña en tres ejes:
Uno, “normalizar” a la extrema derecha en el imaginario alemán; dos, enmarcar al adversario como peligroso para la vida cotidiana de los alemanes; y tres, rechazar la identidad nacional moderna como piedra angular, explica la analista Sophie Schmalenberger.
En la tercera ola de Covid-19, AfD alentó las protestas contra medidas de distanciamiento y parálisis de la actividad. A la vez, promovió las cercas antiinmigrantes y deportación de solicitantes de asilo. Hoy encarna al supremacismo etnonacioalista con su lema “Alemania, pero normal” y la frase: “Está bien ser blanco”.
La “normalización” del racismo y la xenofobia se manifiestan trivializando el pasado genocidio nazi. Así lo expresó el presidente honorario de ese partido, Alexander Gauland: “Eso fue una cagada de pájaro en comparación con mil años de nuestra historia”.
Como él, muchos aspiran a fortalecerse tal como sucedió en la crisis político-económica de la República de Weimar. Evocan que el grupo político de Hitler ascendió en un contexto de inédito desarrollo industrial e infraestructura que oxigenó el militarismo para diseñar un nuevo mapa mundial y reconquistar territorios.
En el Bundestag no hay contrapesos políticos. En las elecciones de 2022, el Comité Federal obstaculizó la participación del Partido Comunista (DKP); alegó que perdió su estatus legal por el “constante retraso” al presentarse en el plazo prescrito. No era el primer episodio de intolerancia de la democracia alemana con agrupaciones de izquierda, aunque al final, el Tribunal Constitucional le permitió participar.
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Escrito por Nydia Egremy
Internacionalista mexicana y periodista especializada en investigaciones sobre seguridad nacional, inteligencia y conflictos armados.